¿Qué puede esperar la economía del mundial de fútbol? Analizamos el impacto de la competición sobre el crecimiento, los mercados y los comportamientos individuales.
En numerosas ocasiones hemos oído hablar del impulso para las economías que supone la organización de grandes eventos deportivos internacionales como el mundial de fútbol que está teniendo lugar en Rusia. Sin embargo, no todos los analistas están de acuerdo en los efectos positivos para la economía rusa, ni siquiera en que éstos puedan circunscribirse exclusivamente al país organizador. En este artículo analizaremos todos estos factores.
Crecimiento a cambio de deuda
En primer lugar, la organización de un evento que moviliza a miles de personas de casi todo el mundo no sólo supone para el país organizador un aumento del consumo en sectores ligados al turismo (especialmente en restauración, hostelería y transportes), sino también una importante entrada de divisas extranjeras. Todo ello puede repercutir en mayores niveles de empleo y riqueza, así como en una apreciación de la moneda nacional.
Por otra parte, la organización de un mundial de fútbol requiere una sólida red de infraestructuras entre las cuales predominan las deportivas, pero no por ello debemos olvidar las de transporte, hoteleras o de sanidad, así como unos servicios fiables de seguridad ciudadana. La obligatoriedad de cumplir con estos estándares suele suponer un esfuerzo nada desdeñable para las arcas públicas, aunque este efecto puede mitigarse dando espacio a la inversión privada.
Sin duda alguna, éste es uno de los puntos más polémicos a la hora de analizar los beneficios económicos de organizar un mundial, ya que los detractores de esta idea argumentan que puede esperarse un aumento del déficit y de la deuda pública en el mejor de los casos (añadiendo un repunte de la inflación o de la presión fiscal, en el peor) a cambio de una mejora temporal del empleo y de unas infraestructuras que quizás no tengan utilidad en el futuro. Por el contrario, los defensores del mundial suelen considerar (desde una perspectiva más keynesiana) que la inversión pública y la mejora de la balanza de pagos beneficiará a la economía en su conjunto y que gracias a ese impulso los niveles de empleo y de riqueza crecerán también a largo plazo.
Por último, si bien este debate aún está abierto también podemos encontrar otro punto donde parece haber un consenso prácticamente generalizado: la proyección exterior del país. En este sentido la experiencia de los eventos deportivos internacionales demuestra que en la mayoría de los casos la imagen del país organizador se ve promocionada en el resto del mundo, y que esto lo coloca en una posición favorable como receptor de turismo y de inversiones en los próximos años. Casos como los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992 o el Mundial de Alemania en 1974 son un claro ejemplo de ello.
El estado de ánimo y los comportamientos individuales
Un suceso que pueda dar un carácter más o menos optimista a la opinión pública estará influyendo sobre una tendencia más o menos conservadora en los mercados
No obstante, si a nivel macroeconómico existen unos efectos fácilmente medibles, en el campo de la microeconomía también podemos apreciar el impacto de un mundial de fútbol. En primer lugar, si tenemos en cuenta que se trata de un deporte que ocupa un lugar especialmente relevante en nuestras sociedades (siendo mayoritario en un gran número de países y con millones de seguidores en todo el mundo), podemos predecir una alteración temporal en la curva de preferencias trabajo-ocio de los individuos. Dicho de otra manera, la existencia de un entretenimiento tan altamente valorado podría modificar la proporción de tiempo que las personas dedican al ocio, en detrimento del trabajo. A su vez, estos cambios afectarían también a la asignación de recursos entre consumo e inversión (en beneficio del primero), ya que los individuos darían prioridad a decisiones de gasto inmediato en detrimento del ahorro.
Por otra parte, existe también un aspecto de las competiciones deportivas que ha sido muy poco desarrollado por la microeconomía clásica, pero que en cambio ha sido explorado por la economía conductual: la influencia del estado de ánimo general de una sociedad en las decisiones económicas individuales.
Según los estudios que se han hecho al respecto (Kaplanski, 2010, Lemmens, 2014, etc.), un suceso que pueda dar un carácter más o menos optimista a la opinión pública estará influyendo sobre una tendencia más o menos conservadora en los mercados. De esta manera, podemos afirmar que una victoria deportiva de gran trascendencia como un mundial de fútbol podría generar un optimismo generalizado en el país ganador, inclinando a muchos de sus habitantes de manera inconsciente hacia inversiones más arriesgadas o hacia una valoración mayor del consumo con respecto al ahorro. Por el contrario, una opinión pública de signo pesimista suele dar lugar a una mayor aversión al riesgo en los mercados y a una mayor propensión marginal al ahorro.
Naturalmente, esto no significa que la economía de un país pueda mejorar gracias a una victoria deportiva (como lamentablemente hemos oído en España en numerosos medios de comunicación, especialmente después del mundial de 2010), pero en cambio quizás pueda ayudarnos a entender parcialmente algunas pequeñas alteraciones temporales en las tendencias que reflejen los mercados este verano. En cualquier caso, la multiplicidad de factores que actúan sobre la economía hace que la medición exacta del impacto del mundial sobre la psicología de los inversores y consumidores, como suele ocurrir en el campo de la economía conductual, sea prácticamente imposible.
Las repercusiones económicas de la organización de un mundial de fútbol dejan, por tanto, un debate abierto que no deja de ser un capítulo más de la eterna problemática sobre la aceptación o rechazo de los postulados keynesianos. En el caso de Rusia, gracias al evento se espera la llegada de unos 400.000 turistas entre junio y julio, lo cual supondrá un importante impulso a la economía del país. No obstante, la estimación del coste total se sitúa en unos 14.000 millones de dólares (algo más del 1% del PIB) y agencias como Moody’s ya advierten de un repunte muy limitado del crecimiento. Lo cierto es que las experiencias inmediatamente anteriores, como el mundial de Brasil en 2014 y los Juegos de Río en 2016, no dejan mucho lugar al optimismo, enseñándonos los problemas derivados de la incapacidad de las economías subdesarrolladas para realizar enormes inversiones en infraestructura deportiva, y cómo ello termina derivando en deuda, inflación y recortes sociales.
De esta manera, las consecuencias del mundial sobre la economía de Rusia (en su calidad de organizadora) serán posiblemente muy dispares y difíciles de medir. El impacto sobre el país que resulte ganador parece más claro, pero lamentablemente no podemos predecir quién se llevará la victoria en esta nueva edición del torneo: precisamente por este motivo, quizás deberíamos limitarnos a esperar y por una vez olvidarnos de la economía, dejando simplemente que hable el fútbol.