Hace poco la Unión Europea confirmó que eliminará los billetes de 500 euros, ha sido una medida muy apoyada como lucha contra el crimen, pero muy criticada en caso de que se convirtiera en la antesala de la eliminación del dinero en efectivo. Cada vez más países están abogando por la eliminación del dinero en metálico, una decisión que representa para unos la dinamización de la economía y para otros el mejor método de control sobre los ciudadanos que puede tener un gobierno.
Ciertas áreas de negocio danesas van a poder rechazar los pagos en efectivo, con billetes o en monedas. Así, locales centrados en la distribución de alimentación o en la confección de moda y diseño van a poder seleccionar el modo de pago -ya sea electrónico o físico- que más les convenga.
La decisión ha desencadenado todo un carrusel de opiniones puesto que podría suponer la antesala de la desaparición del dinero en metálico, del comienzo de una coyuntura social y económica en la que todos los gastos que diariamente necesitamos se cubrirían con las tarjetas de crédito, con el capital de plástico.
En este sentido, el Financial Times ha publicado un artículo anónimo en el que se apuesta por la abolición del dinero físico para, de este modo, dar mayor fuerza a los bancos y gobiernos centrales de cada país y estimular una economía que en la actualidad continúa deprimida. De hecho, el autor insiste en que la desaparición de la moneda y el billete “haría que los gobiernos lo tuvieran más fácil para acabar con la economía sumergida”.
Todo ello viene a recordarnos que Kenneth Rogoff, ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional, asistió a una reunión en Londres a principios de este año con representantes de la Reserva Federal y del BCE, así como con participantes de los bancos centrales de Suiza y Dinamarca, donde se cuestionó la viabilidad del dinero en efectivo en un futuro muy próximo. Es más, el argumento más conocido de Rogoff y en el cual se basa su postura prioritaria se define al intentar “detener la evasión fiscal y la actividad ilegal”, según sus propias palabras.
Pero de forma diametralmente opuesta, Jim Leaviss, también economista de reconocida reputación, redactó en el Telegraph londinense un documento el que subrayaba que “una sociedad sin dinero en efectivo sólo se puede conseguir obligando a todo el mundo a pasarse al dinero electrónico; para hacerlo, todos los ciudadanos tendrían que abrir una cuenta en un banco administrado por el gobierno, para poder así controlar directamente el dinero de todos los ciudadanos”.
Al margen de las premisas formuladas, no hay duda de que si se acaba con el efectivo nuestra dependencia de las tecnologías se convertiría en una cuestión de supervivencia: ¿cómo compraríamos una simple botella de agua ante un cyberataque o un fallo en los sistemas de telecomunicaciones? Y, por otro lado, ¿cómo accederían a los productos meramente básicos aquellas personas que no tienen suficiente conocimiento técnico, informático o económico?
Además, llegados a este punto -la abolición de la moneda-, el sistema socio-económico en el que a día de hoy vivimos experimentaría una transformación draconiana ya que todas nuestras transacciones y operaciones serían registradas automáticamente y, como consecuencia, nuestros hábitos y costumbres más personales e íntimos; todos ellos podrían revelarse a cualquier ojo indiscreto y en el momento más inesperado. De ahí el siguiente interrogante: ¿éste es el precio a pagar para poner fin a la economía sumergida, al dinero negro? La respuesta, efectivamente, también es intransferible…