La sensación de cambio ha inundado España sin que Podemos haya celebrado todavía una victoria electoral. La formación que muchos medios nos han vendido como «izquierda radical», Syriza, ganó las elecciones celebradas el pasado domingo en Grecia, y formará gobierno con un partido situado en la antítesis ideológica de la formación liderada por Alexis Tsipras, la derecha nacionalista ANEL. El único rasgo en común que comparten es el supuesto antieuropeismo, esa idea basada en echar balones fuera y culpar de la situación en el país a Merkel, a los mercados, y a la parte de Europa en la cual sus políticos no han dilapidado el dinero. No olvidéis que Grecia llegó al aberrante extremo de maquillar sus cuentas para ahuyentar a los lobos.
Tras lanzar un órdago que seguramente estuvo empapado de las endorfinas que produce el cerebro cuando ganas y te sientes el puto amo en una rueda de prensa, Tsipras anunció el fin de la austeridad. Lejos de la realidad, el nuevo primer ministro griego tendrá que renegociar la deuda. Es decir, no es la austeridad. El supuesto fin de ésta no cambiará nada. Grecia está arruinada y debe muchísimo dinero. El problema no radica en ser un país austero, que debe serlo por la obligación que ha contraído para con el resto de Europa, sino en que Tsipras tendrá que analizar una situación delicada: no hay parné para mantener a los empleados públicos, ni para establecer el sueldo mínimo en 751 euros (171 más que el actual) ni para gastar 2.000 millones de euros en dar luz gratuita y otras ayudas a 300.000 hogares sin ingresos, que eran algunos de sus objetivos. Ojalá lo hubiera. Siempre he pensado que la población tiene que asumir su parte de culpa en la crisis económica, pero no es socialmente justo aislar a aquellos que pagan el pato de la penosa gestión política.
Una cara nueva no cambiará nada. La situación no se arreglará con verborrea y promesas, se solucionará aplicando las medidas económicas pertinentes. Sobre el parecido entre Syriza y Podemos, diré que no lo veo tan claro. Otra cosa es que a Pablo Iglesias le convenga ser el espejo de Tsipras en España, y más tras la victoria de éste último en las elecciones. Además, toda similitud entre Grecia y nuestro país ha desaparecido al ritmo que decrecía nuestra prima de riesgo y aumentaban las previsiones de crecimiento para 2015.
De momento, Tsipras ya ha dado el primer golpe en la mesa, y no es precisamente un síntoma de despilfarro: se ha cargado ocho ministerios. A ver si va a resultar ahora que el nuevo Ejecutivo le va a dar una lección de cómo no despilfarrar a Samaras y Nueva Democracia. Por el bien de Europa, ojalá así sea.