Muchas veces nos preguntamos por qué con todo el dinero que Occidente da a los países del llamado Tercer Mundo, éstos continúan siendo pobres y el hambre sigue siendo causa de muerte de casi un millón de personas al año.
Pues bien, al margen de los avaros, egoístas e insolidarios Gobernantes de la mayoría de esos países que se quedan con la mayor parte del dinero, el libro En busca del crecimiento, publicado por el economista William Easterly en 2003, explica por qué no ha funcionado el modelo que se ha utilizado desde Occidente para calcular la ayuda que necesitan los países pobres para generar desarrollo económico. A continuación, expongo el análisis que hace el autor en el capítulo 2 «la ayuda a la inversión».
Al principio expone la trágica historia vivida por Ghana, un país situado en el África Subsahariana, tras sus grandes intentos por salir cuanto antes del Tercer Mundo, desde que se independizara de Gran Bretaña en el año 1957. Por aquel entonces, Ghana parecía un país con destino al desarrollo, ya que suministraba dos tercios del cacao de todo el mundo y las grandes potencias realizaron importantes inversiones en el país, al ser el primero del África Subsahariana en independizarse. Durante el Gobierno de Nkrumah se construyeron nuevas carreteras, hospitales, escuelas, una fundición de aluminio y una presa hidroeléctrica en el río volta, en donde se creó el mayor lago del mundo hecho por el hombre. Fue un proyecto grandioso pero lo único que salió correctamente fue la construcción del lago, ya que las consecuencias económicas y de desarrollo que iba a traer consigo no aparecieron por ninguna parte, hubo grandes inundaciones que provocaron enfermedades a muchos ghanesianos, no se construyeron ferrocarriles, no se construyó la planta sódica, no se construyó la refinería de aluminio, ni siquiera el transporte por el lago salió según lo previsto. En 1983 el ingreso per cápita de Ghana era menor que en 1957.
El autor del libro critica el modelo de enfoque del déficit financiero, el cual ha imperado en el planeta hasta hoy día, desde que Domar creara dicho modelo en 1946 (años más tarde el mismo Domar lo repudió como modelo de crecimiento). El modelo se vino a conocer como modelo Harrod-Domar. Los economistas han utilizado todos estos años este modelo como modelo de crecimiento económico para los países pobres, calculando la cantidad de ayuda extranjera que necesita un país para lograr cierto crecimiento económico, según sea la diferencia entre la inversión y el ahorro, suponiendo que el crecimiento económico de un país es proporcional a la inversión que se realiza en él. Por lo tanto, a los países pobres no les interesaba ahorrar, ya que cuanta menos cantidad de ahorro tuvieran, más dinero le proporcionarían las naciones extranjeras. Sin darse cuenta que el ahorro nacional de un país es un factor tremendamente importante para un crecimiento económico sostenido. Ahora vemos cómo algunos países europeos están viviendo nuevas recesiones, perjudicados por la crisis de deuda soberana, al haber basado su crecimiento económico en deuda.
Muchos economistas de la época coincidían en el mismo supuesto erróneo, también Artuhr Lewis y sobre todo W.W. Rostow afirmaban que el crecimiento del PIB es proporcional a la inversión en PIB, por lo que si aportasemos una cierta cantidad de inversión podríamos llegar a aumentar el PIB en una cuantía estimada con anterioridad. Tras este supuesto sencillo supongo que en aquellos años parecería muy fácil que se produjera, en unas pocas décadas, el fin de la pobreza en el mundo. La única traba que quedaba entonces era que las naciones extranjeras estuvieran dispuestas a aportar ese “déficit financiero” a los países pobres.
Esa traba fue solucionada por el economista americano de procedencia ruso-judía Walter Whitman Rostow, el cual era un gran opositor del comunismo. Su estrategia para persuadir a las naciones ricas de que realizaran tal inversión estuvo basada en el miedo al comunismo, ya que la URSS se había desarrollado económicamente gracias a la inversión forzosa, llevando a la URSS a estar en potencia de convertirse en una nación industrial de primer orden. Por esa razón, surgió el miedo a que las naciones del Tercer Mundo vieran un halo de esperanza si se “convertían” al comunismo y ahí fue donde Rostow transmitió la necesidad de que Occidente fuera donante de dinero e inversión a los países pobres, tratando de mostrar al Tercer mundo cómo su idea era aún mejor opción para el crecimiento que la manera comunista. La estrategia de Rostow funcionó llegando la asistencia extranjera de Estados Unidos a ser del 0,6 por ciento del PIB (14.000.000.000 de dólares estadounidenses de 1985).
Y entonces surgía otro problema, ¿cómo iban los países pobres a devolver a los ricos el dinero que éstos les habían prestado? Sumando así el endeudamiento a la lista de problemas del Tercer Mundo. El primero en advertir del alto endeudamiento en préstamos a bajos tipos de interés fue, en 1966, Jagdish Bhagwati y pocos años después, en 1972, P. T. Bauer escribió que pasados unos años, los países pobres necesitarían las aportaciones extranjeras solamente para pagar las aportaciones extranjeras que habían recibido en el pasado. Por lo que los economistas trataron de persuadir a los países pobres de que aumentasen su ahorro, para que, más tarde, su crecimiento económico fuera “auto sostenido”, pero ni los economistas ni los países ricos utilizaron incentivos para ello, ya que seguían usando el mismo modelo para calcular las aportaciones que debía recibir cada país.
El PIB de la Guyana decreció estrepitosamente en las décadas ochenta y noventa, mientras que la inversión aumentaba cada año más de un 30 por ciento y el Banco Mundial pedía mayores flujos de capital extranjero para el país, sin tratar de arreglar otros asuntos concernientes al país, que probablemente estarían entorpeciendo ese crecimiento económico deseado.
A pesar de lo comentado y sabiendo que la inversión es condición necesaria para el crecimiento, pero no condición suficiente, muchos economistas aún continúan utilizando el enfoque del déficit para calcular las ayudas, la inversión y el crecimiento.
Después de la crítica al uso del modelo, ya sabiendo que no es efectivo, W. Easterly trata de probar con datos reales el mal funcionamiento del que goza el enfoque del déficit financiero.Trata de demostrar la nula relación proporcional, primero, entre la ayuda y la inversión y, después, entre la inversión y el crecimiento. En la primera prueba utiliza un conjunto de 88 países, con datos desde 1965 hasta 1995. La primera prueba demuestra que la ayuda extranjera solamente guarda una relación positiva con la inversión en 6 de los 88 países. Por lo que parece ser verdad que la ayuda y la inversión no guardan entre ellas una relación directamente proporcional con rigor científico, ya que son pocos los países que lo cumplen. Y pensando lógicamente la ayuda recibida, simplemente por entregarse a un país pobre, no tiene por qué convertirse en inversión, si no se ponen incentivos para ello o si no se controla eficazmente que esa ayuda financiera se dirija a la inversión. En la segunda prueba que realiza W. Easterly, trata de buscar si existe alguna relación entre inversión y crecimiento económico. Esta prueba demuestra cómo la inversión solo guarda proporción con el crecimiento en 4 de los 138 países utilizados para el experimento y de esos cuatro solo uno (Túnez) coincide con el éxito de la prueba anterior. Quedando demostrado que el modelo del enfoque del déficit financiero no es precisamente un modelo a seguir para establecer las ayudas a los países pobres.
A mi humilde parecer, lo que ha provocado que en los últimos cincuenta años se desperdicien miles de millones de dólares, ha sido, aparte de la utilización de un modelo alarmantemente inservible, la falta de control para que esas ayudas sirvieran para algo más que para la compra de bienes de consumo y para enriquecer a muchos malos gobernantes que recibieron esas ayudas como propias. Una buena forma para que esas ayudas hubieran servido para algo habría sido la utilización de incentivos para invertir en el futuro y para aumentar la tasa de ahorro de los países. Si en vez de dar más dinero cuanto menos se ahorra, se hubieran dado más ayudas según fuera aumentando el ahorro y la inversión, seguramente los Gobiernos de los países pobres habrían tratado de aumentar sus ahorros, recortando su consumo, aumentando su ahorro y promoviendo el ahorro y la inversión privada. En esa situación, por lo menos, no hubieran aparecido problemas de deuda, ya que los países pobres hubieran podido devolver el dinero gracias a su alto ahorro. Y podría haber grandes incentivos para que se invirtiera en nuevas tecnologías, en educación, en infraestructuras, en capacitación organizativa, etc. En este caso podríamos utilizar la sabia frase que dice: «Si das pescado a los hambrientos les nutres durante la jornada, pero si les enseñas a pescar, les nutrirás durante toda la vida». Es decir, lo que necesitan es Educación.