Los beneficios de la energía renovable son innegables para cualquier país, tanto para proteger nuestro planeta como para lograr la autosuficiencia energética. Su crecimiento desde principios de siglo es indudable pero sigue siendo lento. ¿Cuándo logrará ser una energía realmente alternativa y rentable?
El pasado 27 de Septiembre, un comunicado de prensa de la APPA (Asociación de Empresas de Energías Renovables) anunciaba que las energías verdes habían supuesto un ahorro de 6.866 millones de euros al mercado eléctrico español en el año 2015, gracias a que ya no es necesario importar petróleo por esa cantidad. Esta noticia sin embargo contrasta con el encarecimiento de la factura eléctrica en los últimos años y con la reducción de las inversiones en el sector en las principales economías europeas.
El desafío que se plantea ahora ante los responsables políticos y empresarios del sector energético es la verdadera rentabilidad de las energías renovables ante los cambios que está experimentando la economía mundial.
Situación de las energías renovalbles en España y el mundo
En España la inversión en este tipo de energías tomó un impulso especial en la primera década del siglo XXI, convirtiéndose rápidamente en un referente mundial. Posiblemente la motivación se encontraba inicialmente en la necesidad: un país con pocos recursos energéticos (y por tanto dependiente de las importaciones de combustibles fósiles), que generaba mucha más contaminación de lo permitido por el protocolo de Kyoto (por lo cual la reducción de las emisiones de CO2 debía ser una prioridad) y con problemas para afrontar unos precios del petróleo continuamente al alza.
En cualquier caso, lo cierto es que unos factores climáticos favorables (muchas horas de sol, longitud de las costas, etc.) se sumaron a un decidido apoyo gubernamental que se traducía en generosas primas por kilowatio generado y en deducciones fiscales sobre las inversiones realizadas, y en pocos años el sector creció exponencialmente. Otros países, ante los buenos resultados del caso español, no tardaron en sumarse a la “carrera de las renovables”.
La llegada de la crisis financiera mundial en 2007 afectó de manera dispar a las energías verdes: mientras en los países emergentes, como China y Brasil, la energía solar y el biodiesel, respectivamente tuvieron su auge, en Europa los problemas de déficit público obligaron a recortar las subvenciones estatales, moderando el crecimiento del sector.
Es cierto que la transición a una economía más responsable con el medio ambiente siguió siendo una prioridad en la agenda de los líderes europeos, pero la escasez de fondos públicos requería fórmulas de financiación más eficientes. Concretamente el principal cambio en este sentido es la tendencia en toda la UE de subvencionar a los productores de energía según los precios del mercado, y no según los costes de generación como se venía haciendo hasta ahora.
Es decir, que una empresa, según el viejo sistema de ayudas, podía aumentar sus costes operativos con cierta libertad ya que una parte de ellos era subvencionada por los estados. Ahora, en los países donde se va aplicando la nueva normativa, tendrá que tener un control mucho mayor sobre esos costes ya que repercutirán sobre sus beneficios, y estará además sometida a la incertidumbre que siempre genera el movimiento de precios en el mercado.
Los retos de las energías renovables
Uno de los principales retos al que se enfrentan hoy en día las energías renovables es justamente esa volatilidad en los precios de la energía, los cuales han experimentado un fuerte descenso en todo el mundo a causa de la caída de los precios del petróleo. La competencia de los combustibles fósiles, que ya parecía superada, vuelve hoy con una fuerza inesperada a pesar de los esfuerzos de muchos gobiernos por reducir las emisiones de CO2.
Es así como podemos ver países como Estados Unidos, cuyas autoridades han hecho un gran esfuerzo potenciando las energías renovables para conseguir la autosuficiencia energética, la cual finalmente se ha conseguido gracias a las caídas de las materias primas, en especial, del petróleo y el gas natural.
En principio, una situación similar en una economía próspera no supondría un problema de gran importancia: bastaría con poner trabas legales e impuestos a los combustibles fósiles y dar facilidades y subvenciones a las renovables, porque se podrían asumir tanto el alza del precio de la energía como la posible destrucción de empleo.
Pero en un mundo todavía golpeado por los efectos de la crisis de 2007, donde la lucha contra el desempleo es la prioridad en la mayor parte de los países, una energía más barata permite reducir los costes de producción, tener una economía más competitiva y crear puestos de trabajo. El atractivo de esta opción es innegable, además de sus consecuencias medioambientales a largo plazo.
Lo cierto es que actualmente la inversión en renovables vuelve a estar al alza, aunque la mayor parte de este incremento se debe al crecimiento del sector en los países emergentes, mientras que en las economías desarrolladas la inversión global crece moderadamente pero sobre todo buscando nuevas formas de financiación, con más incentivos al autoconsumo, una mayor apertura a la inversión privada y un ajuste de las subvenciones basado más en los precios de mercado que en los costes de generación.
La tendencia parece asegurar la rentabilidad de este tipo de energías, puesta en duda por muchos analistas, y podría constituir un cambio estructural en la economía mundial a largo plazo, además de reducir sustancialmente las emisiones de CO2 a nivel global. Se trataría evidentemente de un cambio lento y gradual, donde sólo el tiempo dirá si es capaz de superar la renovada competencia del gas natural y del petróleo, y de cuyo resultado dependerán cuestiones fundamentales para la humanidad como el cambio climático y la autosuficiencia energética.