¿Qué es un gasto de inversión?
Se considera gasto de inversión cualquier desembolso dirigido a adquirir un activo que genere rentabilidad a largo plazo. Puede aplicarse tanto a empresas como a particulares y organismos públicos.
Gastos de inversión: Explicación sencilla
Son gastos que van dirigidos a la adquisición de un activo. Es decir, que no cuentan como pérdidas, sino que reportan a cambio un título de propiedad. Además, se trata de activos habitualmente pensados para mantener a largo plazo.
Para entender mejor el concepto, veamos un ejemplo. Supongamos que una empresa de coworking tiene en propiedad 50 oficinas y una plantilla de 10 empleados. Para el próximo año, sus directivos planean expandir el negocio, y para ello preparan un presupuesto de gastos.
La propia actividad de la empresa exige algunos gastos corrientes, como el mantenimiento y los suministros (luz, agua, etc.) de las 50 oficinas. También se requiere el pago del salario de los empleados. Sin embargo, ninguno de estos gastos puede considerarse una inversión porque no se ha comprado ningún activo.
Por el contrario, la empresa piensa adquirir una nueva oficina, que pagará con fondos propios, para explotarla como espacio de coworking. En este caso, el desembolso para comprar este espacio sería un gasto de inversión.
Cuando compras un inmueble es común tener gastos asociados a esta inversión, como impuestos o gastos de notaría, pero estos no son gastos de inversión, simplemente son gastos asociados a una inversión, pero no gastos de inversión.
¿Cómo diferenciar un gasto de inversión?
Al adquirir una oficina, la empresa se hace un título de propiedad cuyo valor pasa directamente al balance, en forma de activo
Tenemos principalmente dos criterios que no son excluyentes entre sí, sino complementarios. El primero de ellos es el impacto en el balance.
Para comprender este criterio, es necesario entender lo que ocurre con los gastos corrientes. Como hemos comentado, una empresa necesita pagar el salario de sus empleados para poder funcionar. Sin embargo, este tipo de desembolsos no tiene ninguna contrapartida en el activo de la compañía.
En otras palabras, al pagar un salario, la empresa pierde una parte de su activo corriente: el dinero correspondiente al coste laboral. Pero a cambio de ello, no obtiene ningún activo que pueda incluir en su balance, que luego pueda utilizar o revender.
Por el contrario, al adquirir una oficina, la empresa se hace un título de propiedad cuyo valor pasa directamente al balance, en forma de activo. En este sentido, podríamos decir que se trataría simplemente de un intercambio de activos, donde la empresa entrega parte de su activo corriente (dinero) a cambio de incrementar su activo fijo (la oficina).
El segundo criterio es la rentabilidad. Esto no significa que los empresarios, al pagar un salario, no estén buscando obtenerla. Pero es cierto que, en muchos casos, el producto directo del trabajo de un empleado es difícil de estimar, y más aún de sacarle una rentabilidad directa.
Sin embargo, en un gasto de inversión esto sí es posible. Una oficina puede alquilarse, lo que va a generar recursos para el propietario. También puede revenderse, lo que permite sacar algo por esa transacción, aunque sea por un precio menor al de adquisición.
Por lo tanto, podríamos resumir el segundo criterio como gastos dirigidos a adquirir bienes que permiten obtener una rentabilidad directa de ellos, aunque en la práctica puedan generar pérdidas.
Tipos de gastos de inversión
Los activos financieros que se mantengan a largo plazo podrían considerarse gastos de inversión
Partiendo de los dos criterios que hemos explicado, podemos entender ahora qué clase de bienes están sujetos a gastos de inversión.
En general, todo bien que pueda ser adquirido a través de un título de propiedad y mantenido a largo plazo podría ser considerado un gasto de inversión.
El ejemplo más claro son los bienes inmuebles, como viviendas y espacios de trabajo. En el caso de empresas privadas y administraciones públicas, también podríamos contar con infraestructuras de todo tipo. Esto incluye obras de diversa índole, desde instalaciones deportivas hasta carreteras, pasando por escuelas y hospitales.
También podríamos incluir otros bienes de consumo duradero, como los automóviles, los equipos informáticos o la maquinaria. En el caso de particulares, incluso, entrarían los electrodomésticos y el mobiliario.
Por su parte, los activos financieros que se mantengan a largo plazo también podrían considerarse gastos de inversión. Aquí entrarían, por ejemplo, los préstamos a más de 5 años y las acciones de una empresa.
No entrarían algunos activos más líquidos, como el dinero en efectivo o los depósitos a corto plazo. Lo mismo puede decirse de bienes de baja durabilidad o que estén dirigidos al consumo personal, como los alimentos.
¿Puede un gasto de inversión dejar de serlo?
A efectos prácticos, las malas inversiones no se distinguen mucho de un gasto corriente
Hasta ahora, hemos ofrecido dos criterios para diferenciar los gastos de inversión de los corrientes. Sin embargo, en la práctica esta distinción puede tener sus limitaciones, dependiendo de las circunstancias.
Por ejemplo, como hemos explicado, comprar un coche podría ser considerado un gasto de inversión. Sin embargo, si vivimos en un país donde el valor de los coches de segunda mano es sensiblemente más bajo que el de los nuevos, y dejamos nuestro vehículo en el garaje, nuestra inversión tendrá una rentabilidad negativa.
Es más, si compráramos un vehículo en tan malas condiciones que ni siquiera puede circular ni repararse, habremos adquirido su título de propiedad, pero su valor real sería casi nulo. Eso significa que no sacaríamos ninguna rentabilidad de él, y si quisiéramos revenderlo, recibiríamos muy poco dinero a cambio.
En rigor, debemos decir que, incluso en estos casos, no se pierde la condición de gastos de inversión. Pueden ir dirigidos hacia muy malas inversiones, que incluso generen pérdidas al propietario, pero mientras haya un título de propiedad susceptible de ser mantenido y negociado a largo plazo, su condición no cambia.
Lo que ocurre en estos casos es que, debido a la baja rentabilidad potencial, a efectos prácticos estas malas inversiones no se distinguen mucho de un gasto corriente. Ambas suponen un desembolso de dinero, sin una contrapartida directa que lo compense.
De hecho, puede que un gasto corriente bien dirigido pueda ser más rentable, aún indirectamente, que un mal gasto de inversión. Es lo que ocurriría, por ejemplo, si una academia de idiomas contrata a un profesor por 20 USD la hora, que multiplica la cantidad de alumnos, a cada cual se le cobran 30 USD / hora.
En ese caso, habría una rentabilidad indirecta de dicha actividad, que sería muy positiva para la compañía. Por el contrario, si esa misma empresa compra unas oficinas nuevas por 150.000 USD, no llega a utilizarlas y las revende por 100.000 USD, habrá hecho una inversión menos rentable que pagar el salario de su nuevo profesor.
Los gastos de inversión en las finanzas personales
Suele ser recomendable mantener una parte del ahorro en la forma más líquida posible
Por este motivo, es importante tener en cuenta que no todo gasto de inversión es mejor que un gasto corriente por el mero hecho de serlo. Debemos analizar la inversión, su rentabilidad esperada y si tiene algún valor de reventa, en el caso de que queramos convertirla en liquidez en el futuro. También tenemos que considerar los beneficios no cuantificables, como por ejemplo el uso de un coche para ocio.
Una vez hecho este análisis, es importante asignar un lugar a estos gastos en nuestras finanzas personales. Si nuestro objetivo es ahorrar en bienes a largo plazo, como una segunda vivienda, debemos estimar cuánto podemos destinar a ese fin todos los meses. Este punto es esencial, ya que la cantidad que le asignemos no puede comprometer los gastos corrientes de primera necesidad.
Además, también suele ser recomendable mantener una parte del ahorro en la forma más líquida posible. Podemos hacerlo a través de dinero en efectivo, saldos en cuentas corrientes o depósitos a corto plazo, con posibilidad de rescate inmediato. De esta manera, tendríamos más margen para hacer frente a imprevistos y una mayor sensación de seguridad financiera.
En resumen, esto implica que nuestros gastos de inversión no deberían comprometer toda nuestra capacidad de ahorro. Se trata, más bien, de encontrar un equilibrio entre gastos de inversión, gastos corrientes y ahorro líquido.