No son pocos los analistas que constatan que la desaceleración del “gigante asiático”, cuya economía hasta hace unos meses parecía inmune a las crisis, es ya una realidad. Otros, en cambio, se preguntan, ¿qué está pasando en China?
Según el Banco de Desarrollo Asiático (ADB) el PIB de China crecerá este año el 6,8%, muy por debajo del 7,2% estimado en marzo. Esta noticia llega como consecuencia de las caídas de la bolsa de Shanghai y de la ralentización de la producción industrial en los últimos meses.
Desde el comienzo de este siglo China ha sido con diferencia la economía que más ha crecido a nivel mundial, pasando de un PIB nominal de 1,198 billones de dólares en el año 2000 a 9,24 billones en 2013. Su modelo productivo estaba basado en una industria pujante y orientada a la exportación a Europa y Estados Unidos, con una fuerza laboral en crecimiento y siendo uno de los destinos preferentes de la inversión extranjera.
Varios factores favorecían esta estrategia: sus costes laborales eran bajos, el país tenía abundancia de recursos naturales y su moneda, el yuan, era muy débil con respecto al dólar. La acción combinada de todas estas ventajas hacía que los productos chinos fuesen muy baratos con respecto a sus competidores en los mercados internacionales, ya que el coste de producirlos en China era significativamente inferior. Esto a su vez favorecía la deslocalización de fábricas desde Europa y Estados Unidos hacia el país asiático, lo que permitía la importación de tecnología occidental sin ningún coste (además de crear empleo y traer divisas al país). El modelo tenía, eso sí, un defecto: los beneficios de las exportaciones crecían tanto que era difícil reinvertirlos en el país sin generar inflación. Dicho de otra forma, existía un riesgo real de “morir de éxito”. Por eso las autoridades chinas aprovecharon los problemas financieros de la Unión Europea y, sobre todo, de EEUU, para invertir una parte de sus ganancias en bonos públicos y privados extranjeros, los cuales ofrecían altas rentabilidades. Otra parte de esos beneficios se invertía en proyectos para el desarrollo del país, y aunque muchos no dieron los resultados esperados, su desigual rendimiento no suponía un obstáculo a la marcha de la economía.
No obstante, los cambios que la economía mundial ha experimentado en los últimos años están ahora comenzando a dar problemas a la economía china, cuyo modelo industrial-exportador (aquél que era considerado por muchos como una “panacea económica”) está mostrando sus primeros signos de debilidad. En primer lugar, la inflación del país (que ha obligado a revisar al alza los salarios), el agotamiento de los recursos naturales (que ahora exige importar productos esenciales para la producción a precios más altos) y la devaluación del dólar y del euro con respecto al yuan hacen que las exportaciones chinas sean más caras y menos competitivas en el mercado global. A esto hay que añadirle, a su vez, la lenta recuperación de Europa y Estados Unidos, cuyos mercados crecen mucho menos que la producción china, generando por tanto un exceso de oferta sobre la demanda real, es decir, que China produce actualmente mucho más de lo que puede vender.
Estos problemas están generando a su vez otros. La relativa pérdida de competitividad de la economía china redujo la deslocalización de fábricas y reorientó las inversiones europeas y norteamericanas hacia otros países en desarrollo, como India. Al verse privadas de la importación de tecnología (al menos, al ritmo anterior), las empresas chinas deben ahora innovar por sí mismas para que sus productos no queden obsoletos en un entorno mundial altamente competitivo. Y sus beneficios por exportaciones, que antes se utilizaban para comprar bonos de gran rentabilidad en la UE y EEUU, ya no son tan fáciles de reinvertir porque la financiación de estos estados es ahora mucho más barata. Durante un tiempo las autoridades chinas parecen haber intentado buscar alternativas aumentando sus inversiones en mercados menos desarrollados, como África y Sudamérica, pero la capacidad de estos proyectos para reportar beneficios reales a largo plazo está todavía en duda.
En un contexto como el actual la inversión interior parece la única salida, aunque la fuerte regulación de los mercados financieros da lugar a que muchas veces las inversiones se decidan en función de criterios políticos o sociales y no según los beneficios que generan. En cualquier caso la desaceleración del gigante asiático no parece un problema coyuntural sino más bien estructural, de su propio modelo productivo que parece ir agotándose. Dicho de otra manera, la fortaleza de una economía se mide, entre otras cosas, por su capacidad para adaptarse a los nuevos retos que van surgiendo en un entorno cada vez más globalizado y competitivo. En los últimos años la economía mundial ha cambiado. China, si no quiere quedarse atrás, deberá hacerlo también.