El pasado mes de febrero, un informe del Fondo Monetario Internacional situaba el crecimiento de la economía india en 2015 en el 7,5%, superando así a China (6,9%) y consolidando su posición como potencia emergente y uno de los mayores contribuyentes al crecimiento económico mundial. Hoy el PIB de la India es de unos 2,051 billones de dólares (la novena economía mundial), y su población ya llega a los 1.277 millones de habitantes, con la previsión de convertirse en el país más poblado del mundo en 2022.
Lo cierto es que a la vista de los datos, la expansión de la economía india en los últimos años parece un hecho indudable: desde el inicio del siglo el PIB creció un 144%, el sector servicios un 190% y la producción industrial un 134%. También habría que considerar el aumento continuado de la superficie cultivable, que dio lugar a un crecimiento sin precedentes de la producción agrícola y en convirtió a la India en uno de los líderes mundiales en producción de alimentos.
Sin embargo, las causas del crecimiento no se encuentran en la propia India sino en el sector exterior, tanto a través de las exportaciones como de la inversión extranjera. Concretamente existen dos fenómenos económicos que han sido especialmente relevantes: la deslocalización industrial y la subcontratación.
El primer factor se explica, en parte, por el aumento de los costes de producción en los países desarrollados (debido al agotamiento de los recursos naturales y al incremento de los costes salariales), lo que llevó a muchos empresarios industriales a buscar nuevas oportunidades en países como la India, que ofrecen una mano de obra barata y abundante y una regulación más flexible que la de otros emergentes como China. Además, los nuevos métodos de producción industrial y los medios de transporte permiten hoy separar las partes de un proceso productivo, generando economías de escala. Es así como desde las segunda mitad del siglo XX algunos países asiáticos (India, Corea, Taiwán, etc.) han sido profundamente industrializados, mientras que los países más desarrollados apuestan por la terciarización de sus economías (es decir, reorientarlas hacia los servicios) y por la innovación. En la India, la industria genera hoy un 26% del PIB y emplea a unos 120 millones de trabajadores, más que la suma de Gran Bretaña, Alemania y Francia.
El otro factor que explica una parte significativa del crecimiento de la India es la subconttatación. Este fenómeno, conocido primordialmente como outsourcing, se generalizó rápidamente en los 90 con el objetivo de reducir costes de producción. Al igual que la deslocalización, la subcontratación en los servicios también se vio favorecido por el desarrollo de los medios de transporte y comunicación, y en el caso indio por la disponibilidad de mano de obra anglófona y por las ventajas comerciales de pertenecer al Commonwealth. Hoy en día, la subcontratación genera 2,8 millones de empleos directos en la India, y son muchas las empresas de Europa y Estados Unidos que han apostado por esta fórmula para la gestión de áreas como la atención telefónica o el soporte técnico.
Sin embargo, la economía india aún sufre graves defectos estructurales que borran el optimismo a la hora de analizar los resultados. El principal problema es el crecimiento exponencial de la población (que aumentó en casi 300 millones en los últimos 15 años, llegando a 1.277 millones en 2015 y con previsiones de superar a China en 2022), lo cual asegura el reemplazo generacional pero al mismo tiempo requiere una fuerte generación de empleo para dar trabajo a los 13 millones de jóvenes que cada año se incorporan al mercado laboral.
Teniendo en cuenta que la India puede crear, como mucho, 8 millones de puestos de trabajo por año, eso significa que unos 5 millones de jóvenes quedan relegados al desempleo, el trabajo eventual o la emigración. Al mismo tiempo, la estructura social de castas (que impide a las clases más humildes beneficiarse del crecimiento económico) y la falta de infraestructuras de transporte, sanidad y educación (el país ocupa el puesto 87 en el World Development Index) hacen que la India siga estando entre los países con índices más altos de pobreza y mortalidad. Por último, la generalización del trabajo en negro (94% de la ocupación total en 2007) deteriora las condiciones laborales de los trabajadores y el estado de las finanzas públicas, entrando en un círculo vicioso de pobreza y subdesarrollo.
Otro problema que el país arrastra desde hace siglos es la incapacidad de su sector agrícola para abastecer de alimentos a una de las poblaciones más numerosas del mundo. A pesar de un proceso continuado de expansión de la superficie cultivable, la baja productividad del sector impide que el crecimiento de la producción acompañe a la dinámica demográfica. La escasez de maquinaria y el reducido tamaño de las explotaciones, así como un sistema de transporte y almacenamiento deficiente, suponen un freno al desarrollo de un mercado alimentario unificado, eficiente y accesible a todos los consumidores.
La combinación de estos dos últimos factores (precariedad laboral y escasez de alimentos) condenan indefectiblemente a la pobreza a una gran parte de la población, la cual sufre aún más ante las graves carencias del sistema sanitario y la dificultad de acceder a una educación de calidad. Sin embargo, no todo son malas noticias: según estimaciones del Banco Mundial, la India encabezó el ranking mundial de reducción de la pobreza entre 2008 y 2011, con 140 millones de personas que sobrepasaron el límite de ingresos de 1,9 dólares por día.
En conclusión podemos decir que la economía india ha experimentado un proceso de intenso crecimiento en las últimas décadas, hasta convertirse en una auténtica potencia económica, aunque el camino recorrido desde la independencia del Imperio Británico en 1947 todavía deja asuntos pendientes de resolver como la pobreza y la generalización de las mejoras en la calidad de vida. Por otra parte, el hecho de contar con una población joven y dinámica permite ser optimistas sobre el futuro, aunque también cabe preguntarse si el crecimiento económico es real o se debe, simplemente, a la inercia demográfica.