Los ordenadores, Internet o el empleo masivo de robots. Todo ello parece amenazar más que nunca a la industria del papel, cuya demanda ha caído a mínimos históricos. ¿Hay esperanza para el sector?
Cualquier análisis de la evolución de los procesos productivos en las últimas décadas señalará fácilmente la digitalización de la economía como una de sus señas de identidad. Los primeros pasos en esta dirección se dieron a mediados del siglo XX, con la Tercera Revolución Industrial y la consiguiente extensión del uso de herramientas informáticas. De esta manera, una gran cantidad de procesos que antes solían realizarse manualmente y en papel pasaron a manos de ordenadores capaces de trabajar con datos en formato digital.
No obstante, ha sido en el siglo XXI cuando la reducción del uso de papel se ha convertido en una tendencia global de la mano de la Cuarta Revolución Industrial. La expansión de Internet, el aumento de prestaciones en los dispositivos portátiles de comunicación (tablets, móviles, etc.) y el desarrollo de sistemas informáticos capaces de manejar volúmenes cada vez mayores de información son las causas principales. Adicionalmente, también existen otros factores de importancia creciente como la robotización de procesos productivos y una conciencia generalizada sobre el impacto medioambiental del consumo de papel.
Por último, la pandemia global del COVID-19 ha reforzado esta tendencia ya que el confinamiento ha potenciado como nunca antes el teletrabajo. La consecuencia es que las empresas papeleras prevén una caída histórica de la demanda de algunos productos, no solamente por la reducción de la actividad económica en general, sino porque muchos trabajadores probablemente acabarán adoptando modalidades de trabajo a distancia de forma permanente.
Ventajas de una economía «sin papel»
La transición a una economía menos dependiente del papel presenta grandes ventajas. En primer lugar, supone una importante reducción de gastos operativos para las empresas, dado que sustituye un coste variable directamente ligado al nivel de información gestionado por un coste fijo en inversión inicial y mantenimiento. De esta manera, el volumen de trabajo puede aumentar libremente con una repercusión mínima sobre los costes, lo que facilita la expansión empresarial.
Por otra parte, la posibilidad de que los datos sean accesibles desde distintos puntos geográficos permite la creación de economías de escala a nivel empresarial. Esto suele traducirse mediante la creación de centros de trabajo (hubs) especializados, los cuales pueden formar parte de las estructuras empresariales o bien ser externalizados.
Además, la realización de procesos en formato digital también reduce riesgos en cuanto a la seguridad de la información debido a que evita los riesgos ligados a la pérdida o deterioro del papel. Si bien la transición digital presenta nuevos desafíos como los ciberataques o los fallos informáticos, la economía también va desarrollando mecanismos para enfrentarlos (copias de seguridad, firewalls, etc.).
Por último, contar con información legible y manipulable en ordenadores permite también la creación de robots que puedan llevar a cabo con ella los procesos que antes se hacían en papel y manualmente. De esta manera se abre una oportunidad para robotizar una gran cantidad de tareas y se avanza hacia una economía cada vez más tecnificada. La existencia de datos en formato digital, por tanto, es una condición necesaria (aunque no suficiente) para la automatización de procesos que impulsa la productividad de las empresas.
¿Hay futuro para la industria del papel?
Si observamos la gráfica superior la reducción de la producción mundial de papel parece incuestionable. Después de un periodo expansivo en los 70 y 80, en los 90 ya vemos una ralentización de la producción en Europa y América que podemos atribuir al menos parcialmente a los primeros efectos observables de la digitalización. El estancamiento se convierte en una fuerte reducción en el siglo XXI, en el cual incluso la producción asiática parece haber tocado techo.
Sin embargo, no todo son malas noticias para la industria del papel. Si bien es evidente que la digitalización de la economía ha tenido un profundo impacto en los niveles de producción, también le presenta la oportunidad de reinventarse y contribuir al cambio en lugar de intentar negarlo.
Lo cierto es que a pesar de la caída en la producción de papel dedicado a impresión y escritura en los últimos años hay una demanda pujante de papel y cartón para envíos a domicilio. El motivo es precisamente la digitalización de la economía, debido a que la generalización de las compras por internet ha aumentado exponencialmente el número de envíos por correo de las empresas a sus clientes. De esta manera el proceso de cambio que a priori hubiera supuesto una amenaza abre también nuevas posibilidades de negocio para el sector.
Cambios tecnológicos
La transición hacia una economía menos dependiente del papel también constituye un claro ejemplo de un cambio promovido por la espontaneidad del mercado. En el contexto actual esto adquiere una especial relevancia, ya que en ocasiones el mensaje que se repite desde las instituciones es que los grandes avances económicos deben ser dirigidos (o al menos apoyados) por el Estado.
Bajo este punto de vista, los agentes del mercado serían incapaces de valorar los aspectos positivos de determinados procesos de cambio, lo que obliga a que éstos sean impulsados por las autoridades. Las razones son tanto el supuesto enfoque cortoplacista de los empresarios y consumidores como la existencia de inversiones iniciales tan elevadas que sólo podría financiarlas el Estado. Estos mismos argumentos son los que se han utilizado en algunos países europeos, por ejemplo, para intentar una transición hacia fuentes de energía renovables, creando un complejo entramado de impuestos, subvenciones, regulaciones y tarifas diferenciadas.
Los resultados han sido convertir al mercado energético en uno de los más intervenidos y una transición incompleta que oculta graves ineficiencias.
Con el papel ha ocurrido todo lo contrario, si bien se trata de un insumo bastante similar a la energía (en el sentido de que se emplea de forma transversal en toda la economía y su consumo suele estar ligado directamente a la intensidad o volumen de actividad de cada sector). En este caso la transición no ha sido impulsada por reuniones de mandatarios políticos de alto nivel, por impuestos que castiguen a los consumidores de papel ni por subvenciones a la digitalización. Se trata de un proceso de cambio que de forma natural ha desarrollado el mercado sin necesidad de una coordinación superior, a través del “orden espontáneo” del que han hablado tantos economistas a lo largo de la historia.
La necesidad de reinventarse
La digitalización de las tareas que observamos en las últimas décadas demuestra que una transición de este tipo es posible. En este caso el cambio se está produciendo de manera diferente en cada empresa según sus circunstancias particulares, y si bien eso impide cuantificarlo, también le aporta una gran flexibilidad que facilita la toma de decisiones eficientes. De esta manera podemos encontrar actividades donde la transición se ha completado y otras donde ni siquiera ha comenzado, y dentro del mismo sector también existen grandes diferencias entre empresas.
En cualquier caso, es indudable que la digitalización de la economía va de la mano de la reducción del papel y de la robotización de las tareas, y que se trata de una tendencia que ha llegado para quedarse. Esto quizás pueda ser visto por algunos como una amenaza para la industria del papel, pero en realidad se trata de una gran oportunidad: la posibilidad de reinventarse y potenciar el cambio.
Nadie puede garantizar su éxito, pero la amplia competencia nos permiten ser optimistas sobre el futuro de uno de los sectores más transformados por los cambios económicos de nuestro siglo.