El pasado 24 de mayo el presidente de BBVA, Francisco González, afirmaba en el Institute of International Finance, que “los tipos negativos están matando a los bancos”. Estas declaraciones se enmarcan en un complejo contexto económico, con un Banco Central Europeo que intenta revitalizar la economía europea con políticas de expansión monetaria cada vez más agresivas, llegando al punto de situar las tasas de interés real en valores negativos.
A la espera de ver las consecuencias de estas medidas en la economía real (ya que el crecimiento y la creación de empleo son aún débiles, y la eurozona sigue en el borde de la deflación), lo que sí es indudable es que los resultados de la banca se han visto perjudicados por la caída de tipos: después de ocho años de crisis, ninguna de las grandes entidades españolas ha conseguido alcanzar los niveles de beneficio anteriores a 2007. Sin embargo, cabría preguntarse si la política monetaria es la única responsable de la nueva coyuntura.
En cualquier caso es indudable que el sector financiero (y especialmente el bancario) se ha visto afectado por profundos cambios en la economía que no solo afectan sus resultados actualmente, sino que lo obligan a reinventarse para que las entidades puedan seguir siendo competitivas en el futuro.
Afortunadamente para el sector podemos decir que el único factor intrínsecamente negativo (el mínimo histórico de los tipos de interés) es también coyuntural: al fin y al cabo el precio del dinero fluctúa acorde a los ciclos económicos y a las condiciones del sistema monetario, y si desde el inicio de la crisis los tipos no han dejado de caer en el futuro tenderán a recuperarse. Es cierto que esta revisión al alza se retrasa debido a la lentitud de la recuperación y al riesgo de deflación en el caso de la eurozona, pero la perspectiva a largo plazo es que los tipos volverán a subir (en Estados Unidos, de hecho, ya lo están haciendo).
Por otra parte, la evolución del mercado de dinero desde 2007 parece confirmar la máxima keynesiana de la proporcionalidad inversa entre los mercados de renta fija y los tipos de interés. Dicho de otra manera, al bajar los tipos de referencia ha subido el precio de los bonos, ya que la rentabilidad que ofrecían era cada vez más difícil de encontrar en el mercado. Por otra parte, esta escalada de precios en el mercado de renta fija hace que muchos inversores se dirijan a la renta variable, lo que ha provocado una subida en las bolsas. De hecho, los datos entre 2007 y 2016 muestran que la caída de tipos de interés ha coincidido con la subida de los índices bursátiles, tanto en Europa (FTSE 100) como en Estados Unidos (S&P 500).
Además, la facilidad de financiación que ofrecen los bancos centrales reduce la dependencia de las entidades con respecto a los fondos que reciben de sus clientes, lo que les permite ofrecer tipos más bajos por los depósitos. De esta manera los pequeños ahorradores han visto reducida la rentabilidad que reciben por sus ahorros, y no son pocos los que ya demandan productos de ahorro alternativo. Es por esto que desde el inicio de la crisis los bancos han comenzado a ofrecer una gama más amplia de alternativas a sus clientes, principalmente con productos que en mayor o menor medida van orientados a los rendimientos de la renta variable o la renta fija corporativa. En cualquier caso, poco a poco va imponiéndose entre los pequeños ahorradores la idea de que es necesario asumir más riesgos para obtener rentabilidad, un axioma que se encuentra entre los principios más básicos de la inversión pero que muchos habían olvidado durante los años de tipos altos.
El segundo factor es el nuevo marco regulatorio de la banca, rediseñado por la mayor parte de las economías desarrolladas con el objetivo de asegurar la solvencia de los bancos, protegerlos de los riesgos derivados de la volatilidad de los mercados y evitar los graves problemas que acabaron sufriendo las entidades a raíz de la crisis de 2007. En la práctica totalidad de los casos la nueva regulación se tradujo en aumentos obligados de las provisiones depositadas en los bancos centrales, así como límites al endeudamiento en relación al capital propio. A su vez, la obligación de provisionar unas cantidades de capital cada vez mayores ha tenido un impacto significativo sobre los beneficios, arrastrando las cuentas de resultados de muchas entidades hacia números rojos.
El tercer factor es quizás más difícil de definir, ya que obedece a un proceso más largo y complejo, y es la nueva actitud de la propia sociedad con respecto al sector financiero. Los cambios en este sentido son muy variados, y van desde los nuevos servicios demandados por los clientes (como una mayor accesibilidad online o los ya mencionados productos mixtos para pequeños ahorros) hasta el uso cada vez menor de las oficinas de banca minorista. Por último, es importante también recordar que la aparición de nuevos agentes financieros (como iniciativas de crowdfunding, plataformas de bitcoin, etc.) supone la existencia de más competidores en el mercado. Todos estos cambios han obligado a los bancos a replantear su modelo de negocio, o al menos su forma de acercarse al cliente, y continuarán haciéndolo en el futuro para adaptarse a un mercado cada vez más cambiante.
Por último, el desarrollo de las tecnologías de comunicación ha permitido un crecimiento exponencial de la banca online (el cual, como ya hemos comentado, ha venido acompañado por un cambio en los hábitos de los clientes, que da preferencia a este servicio en detrimento de la atención presencial en las oficinas). Sin embargo, la transformación de la banca no se ha detenido en ese punto, sino que se ha extendido a la tecnología móvil: hoy en día son cada vez más las entidades que permiten a los usuarios acceder a sus cuentas y realizar todo tipo de operaciones a través de aplicaciones móviles o incluso en tablets. Además, el crecimiento de las compras online en todo el mundo también ha dado lugar a la aparición de plataformas de pago seguro ofrecidas por los bancos, siendo ya una de las características que identifican a las entidades más relevantes.
Todos estos cambios, tanto los coyunturales como los estructurales, han transformado profundamente al sector desde los primeros años de nuestro siglo. La crisis de 2007, por otra parte, ha llevado a muchas de las entidades más pequeñas a la desaparición, dando lugar a un sector más concentrado, con menos bancos pero más grandes que nunca. En este contexto, el fortalecimiento de las entidades hace presagiar una competencia más intensa por las cuotas de mercado, y gran parte de su éxito se deberá necesariamente a su capacidad no solo para innovar, sino para adaptarse a los cambios de la propia sociedad.