El presidente estadounidense Donald Trump, continuando con su política comercial proteccionista, ha apostado por el establecimiento de aranceles hacia los productos chinos. Desde China están listos para contraatacar con aranceles que graven los productos procedentes de Estados Unidos.
Uno de los grandes objetivos económicos que más llama la atención del presidente Trump es el déficit comercial. En otras palabras, Trump busca corregir la diferencia negativa entre exportaciones e importaciones. Obviamente, para lograr este objetivo hay dos formas de actuar: una opción es estimular la exportación de productos nacionales, mientras que la segunda alternativa consiste en reducir las importaciones de productos extranjeros.
Un arsenal de aranceles
Pues bien, Trump, tratando de obstaculizar la entrada de productos chinos, ha apostado por los aranceles, es decir, por establecer impuestos que encarezcan las mercancías extranjeras. Por otro lado, Trump considera que estableciendo aranceles, logrará impulsar y proteger a las industrias estadounidenses del acero y del aluminio. El gobierno estadounidense quiere frenar el poderío chino en el sector del acero, pues China, como mayor productor mundial de acero, tiene un importante excedente que puede exportar a precios tan bajos con los que las empresas estadounidenses no pueden competir.
El gran afectado por los aranceles estadounidenses sería China. Y es que Trump informó de que los nuevos aranceles que deberá soportar el gigante asiático supondrán unos 60.000 millones de dólares.
Con las barreras arancelarias, los productos chinos se encarecerán y ya no serán tan competitivos en el mercado estadounidense, de ahí que en China estén molestos con la política comercial proteccionista del gobierno de Estados Unidos.
Así pues, estos nuevos aranceles parecen ser el clásico pistoletazo de salida para una guerra comercial. Este tipo de guerras comienzan con la decisión de un país de establecer aranceles o cualquier otro tipo de barreras al libre comercio. En este caso, la Administración estadounidense parece haber prendido la mecha del conflicto. Como respuesta, el país perjudicado por las barreras al comercio, contratacará con medidas como nuevos aranceles, cuotas, trabas administrativas. En este sentido, los chinos tienen todo un arsenal a su disposición, con nada más y nada menos que la imposición de aranceles a 128 productos estadounidenses. Por el momento, la respuesta china ha quedado en una advertencia, pero si la situación se agrava, las consecuencias pueden ser duras para el comercio internacional y para la población.
Entre los productos que estarían sujetos a los aranceles chinos se encontrarían el vino, la fruta, las nueces, el cerdo y materiales como el aluminio. En conclusión, que estas medidas supondrían un total de 3.000 millones de dólares en aranceles.
Consecuencias de una guerra comercial entre dos colosos
¿Qué podría ocurrir si finalmente se desata una guerra comercial entre dos superpotencias económicas como Estados Unidos y China? Si todo esto no es una estrategia de Trump para conseguir poder de negociación es muy probable que el comercio internacional sufra un fuerte retroceso. Esto ocurriría si ambos países entran en una espiral proteccionista, trabando la entrada de productos extranjeros, lo que terminaría por provocar una contracción de la actividad económica. Estaríamos ante un continuo intercambio de golpes. De hecho ya vemos que ante los aranceles de Estados Unidos a China, los chinos planean responder con más aranceles.
Entre los grandes perjudicados se encontraría el consumidor estadounidense. En muchas ocasiones, los bienes extranjeros son más baratos que los productos nacionales, por lo que el ciudadano estadounidense recurre a los productos de importación. Sin embargo, con los aranceles propuestos por Trump, los consumidores norteamericanos se verán en cierto modo obligados a comprar productos nacionales, que no necesariamente serán de mayor calidad que las mercancías extranjeras.
Cabe resaltar que las clases trabajadoras recurren en buena medida a la compra de bienes procedentes del extranjero. Ahora bien, un arancel encarece los precios de las mercancías extranjeras y en consecuencia, los ciudadanos encuadrados en las clases medias-bajas, verían disminuida su capacidad de compra. Por poner un ejemplo en la vida cotidiana del ciudadano estadounidense, el aumento de los precios del acero y del aluminio conllevaría incrementos en los precios de los coches, las latas de cerveza o incluso afectaría a emblemáticos artículos deportivos como el bate de beisbol.
Desde el gobierno estadounidense se pretende impulsar a las empresas nacionales a través del proteccionismo. Los defensores de las tesis de Trump, despojados de la competencia extranjera, los estadounidenses verían como se contrarresta la deslocalización empresarial, al tiempo que se avanza en la creación de empleo. Al menos, ese es el escenario que sobre el papel vislumbran desde la Administración estadounidense.
Pero no hay que olvidar que en un mundo globalizado, los países se encuentran en una situación de interdependencia económica. En este sentido, las previsiones del Peterson Institute vaticinan la pérdida de 5 millones de puestos de trabajo fruto de las guerras comerciales. Las empresas estadounidenses que exportan a China y México verían sus cifras de ventas notablemente mermadas y esto se provocaría la destrucción de numerosos empleos.
Existe la creencia de que proteger a las empresas estadounidenses mediante aranceles las ayudará a despegar económicamente, sin embargo, esto terminaría por afectar negativamente a la industria manufacturera. El precio de materias primas como el acero y el aluminio, gravadas con el 25% y el 10% respectivamente, se vería fuertemente incrementado, aumentando los costes de producción de empresas entre las que podemos señalar Boeing y Ford.
El aumento del coste de materias primas como el acero y el aluminio, repercutiría en precios más elevados. De ahí que las empresas europeas se viesen beneficiadas ante los mayores costes que deberían soportar las compañías estadounidenses. Un caso concreto que ilustraría esta situación es que los compradores de aviones de la estadounidense Boeing, pasarían a adquirir los aviones de la europea Airbus. En otras palabras, las compañías europeas se hallarían en una situación más competitiva que las empresas norteamericanas.
No todo iban a ser ventajas para las empresas europeas, pues la industria europea del automóvil cuenta con fábricas en países como México, que también mantiene tensiones comerciales con Estados Unidos. Ante las dificultades para exportar a Estados Unidos, empresas como Volkswagen, BMW o Renault tendrían dificultades para colocar los coches que exportan al mercado estadounidense.
En cuanto al abastecimiento de materias primas, China también podría atacar a través de la electrónica de consumo, afectando negativamente al abastecimiento de grandes empresas como Apple, Intel o Qualcomm. Tampoco hay que olvidar el impacto negativo que el encarecimiento de las materías primas tendría sobre sectores como la industria automovilística, los bienes de capital y los bienes de lujo.
Una escalada proteccionista trae consigo una reducción del comercio internacional, lo que sin duda alguna causaría estragos en las empresas del sector logístico, que juegan un papel fundamental en el comercio entre distintas naciones. Tampoco hay que olvidar que los servicios asociados al comercio internacional se verían lastrados.
Respecto a las grandes beneficadas encontraríamos a aquellas empresas que tienen sus centros de producción ubicados en suelo estadounidense y que dependen de dicho mercado. En este grupo de empresas se encuentran las compañías farmacéuticas, el sector de la alimentación y el comercio minorista.