Todos hemos oído que los robots amenazan con dejar obsoletos numerosos de puestos de trabajo en los próximos años. Nadie puede detener la Cuarta Revolución Industrial, pero existen muchas herramientas a nuestro alcance para sobrevivir en este entorno tan cambiante, e incluso salir reforzados como profesionales.
Podríamos ir aún más allá: si tenemos esa capacidad de adaptación, no solo habremos hecho algo a favor de nuestra carrera profesional. También estaremos apuntalando un proceso de cambio tecnológico que puede mejorar las condiciones de vida en gran parte del mundo.
Veamos ahora algunas claves para entender este proceso de cambios, y cómo podemos adaptarnos a él.
La irrupción de la tecnología
Para que cualquier cambio tecnológico se haga efectivo, el nuevo avance técnico debe intervenir en una parte del proceso que es ejecutado por un humano, o por una tecnología anterior
Lo primero que debemos entender es la naturaleza del cambio tecnológico. A priori, cualquier avance técnico sobre un proceso económico puede tener dos impactos posibles: reducir el coste produciendo lo mismo o mejorar la calidad al mismo coste. También hay casos, por supuesto, en los que la producción se vuelve mejor y más barata a la vez.
En cierto modo, se trata de optimizar el proceso productivo. Se produce más y mejor empleando menos recursos. En esencia, en esto se resumen los grandes cambios tecnológicos que ha vivido el mundo en los últimos siglos. Los robots, los algoritmos aplicados a la economía y la inteligencia artificial no son una excepción.
Ahora bien, para que cualquier cambio tecnológico se haga efectivo, el nuevo avance técnico debe intervenir en una parte del proceso ejecutada por un humano, o por una tecnología anterior. Llegamos entonces al foco de la cuestión, cuando la irrupción de una nueva tecnología parece dejar obsoleto el puesto de trabajo de una persona.
Esta preocupación dista de ser nueva. Ya existió en la Primera Revolución Industrial, incluso dando lugar a un movimiento de trabajadores que destruían máquinas (los luditas). Resurgió a finales del siglo XIX con la aparición de las cadenas de montaje, y volvió en el XX con los ordenadores. En el siglo XXI, la atención se centra en los robots, los algoritmos y la inteligencia artificial.
¿Qué ocurre con los puestos de trabajo tras la llegada de una nueva tecnología?
Un puesto de trabajo no es un conjunto fijo de tareas y métodos, sino que estos evolucionan con el tiempo
Cuando hablamos de las revoluciones industriales, lo primero que se nos viene a la cabeza son máquinas a vapor sustituyendo a las antiguas hilanderas. Pero esta imagen no refleja el proceso completo, como veremos a continuación.
En primer lugar, porque las trabajadoras textiles no desaparecieron, simplemente se reconvirtieron. Dejaron de hilar con la rueca a pedales en casa, para emplearse en las fábricas controlando o complementando el trabajo de las máquinas. Su conocimiento del proceso permitió a muchas de ellas afrontar esta transformación con éxito, enseñándonos una lección muy valiosa para nuestros días.
Efectivamente, hay casos en los que una profesión puede desaparecer, pero no es lo más habitual. Muchos puestos de trabajo sobreviven, sufriendo más o menos transformaciones, y se crean otros nuevos que hubieran sido impracticables con la tecnología anterior.
Lo que ocurre es que cuando se analiza el impacto de una tecnología sobre un puesto de trabajo, se toma como referencia ese trabajo tal cual lo entendemos hoy. Desde ese punto de vista, cualquier cambio tecnológico sería una amenaza para el trabajo humano. Pero un puesto de trabajo no es un conjunto fijo de tareas y métodos, sino que estos evolucionan con el tiempo.
Un ejemplo de transformación tecnológica
Aunque las tareas cambien, un puesto de trabajo no tiene que desaparecer necesariamente
Por ejemplo, en el siglo XIX, un contable pasaba la mayor parte de su tiempo haciendo operaciones matemáticas. Con la aparición de la calculadora, un contable pasó a ser otra cosa: un trabajador que rellenaba hojas ayudado por una máquina que hacía los cálculos. Con la llegada de la informática y las tablas de Excel, el trabajo volvió a cambiar: ahora es una persona que gestiona modelos y plantillas predefinidos, apoyado sobre una tecnología que se encarga de la parte más laboriosa.
Podríamos decir que, con cada cambio tecnológico, el puesto de trabajo se mantuvo, pero cambiaron las tareas asociadas a él. Tras siglos de avances técnicos, siguen existiendo contables, aunque el contenido del puesto haya cambiado por completo. De hecho, si comparásemos el día a día de un contable en el siglo XIX con las tareas de otro del siglo XXI, seguramente encontraríamos muy pocas coincidencias.
Y sin embargo, a pesar de tantos cambios, el trabajo se ha mantenido. Este ejemplo, igual que el de las hilanderas, ya nos deja una primera lección: aunque las tareas cambien, un puesto de trabajo no tiene que desaparecer necesariamente.
Por lo tanto, debemos entender un puesto de trabajo como un conjunto de tareas y métodos variables que evolucionan con el tiempo. Lo cual nos lleva a la siguiente clave: ¿cómo podemos evolucionar?
Formación e información para adaptarnos al cambio
Como dice la frase que se atribuye a Charles Darwin, no sobrevive el más fuerte, ni el más inteligente, sino el que mejor se adapta al cambio
Para adaptarnos al cambio tecnológico, es esencial conocerlo. Tenemos que estar informados de lo que ocurre en el mundo de la tecnología, y especialmente en nuestro entorno laboral. A nivel sectorial, en lo posible, también debemos conocer el impacto que puedan tener los cambios que estamos viviendo.
Los medios de comunicación suelen informar sobre las tendencias generales, lo cual puede ser un buen punto de partida. Para profundizar, internet también contiene una gran cantidad de información. En algunas empresas, incluso, se informa a los empleados sobre las novedades de la tecnología en el sector.
Por otra parte, como dice la frase que se atribuye a Charles Darwin, no sobrevive el más fuerte, ni el más inteligente, sino el que mejor se adapta al cambio. Por tanto, cuanto más conozcamos las características y posibilidades de las nuevas tecnologías, mejor podremos adaptarnos a ellas. Para conseguirlo, es esencial la formación.
Si bien puede ser difícil encontrar tiempo para formarse, lo cierto es que debemos verlo como una inversión en nuestra carrera profesional. Nuevamente, internet ofrece una gran variedad de recursos en este sentido, muchos de ellos gratuitos. Algunas empresas también cuentan con planes de formación en nuevas tecnologías para sus trabajadores.
Sin embargo, la formación solo es útil si somos capaces de aplicarla adecuadamente a nuestro puesto de trabajo. Aquí reside la próxima clave: nuestra interacción con el cambio tecnológico.
Aprovechando el cambio tecnológico a nuestro favor
Podemos intentar negar el cambio tecnológico, o verlo como una oportunidad para salir reforzados
Nuestra experiencia con las tareas que nos rodean constituye un valioso capital humano que juega a nuestro favor. Pero por sí sola, irá quedando obsoleta con cada cambio, si no somos capaces de adaptarnos.
Por el contrario, si combinamos esa experiencia con el conocimiento de las posibilidades que ofrece la tecnología, el cambio es sustancial. Ya no seremos solamente trabajadores que conocen un proceso por haberlo repetido incontables veces. Seremos agentes del cambio que pueden detectar oportunidades de mejora a su alrededor, y asesores imprescindibles en los proyectos tecnológicos.
La diferencia entre ambas situaciones es radical. En el primer caso, podemos llegar a vernos amenazados por el cambio. En el segundo, nuestra organización estará interesada en contar con nosotros si quiere evolucionar.
Esto nos abre dos escenarios posibles ante el cambio tecnológico que está viviendo el mundo. Podemos intentar negarlo y verlo como un peligro, y quizás esa postura acabe contribuyendo a que esa amenaza se convierta en realidad. Pero también podemos verlo como una oportunidad para reconvertirnos y salir reforzados. Es una actitud que lleva tiempo y esfuerzo, pero quizás la única viable en una economía sujeta a una constante transformación.