A pesar de los esfuerzos del gobierno por fomentar la inversión extranjera, ésta crece pero se mantiene en niveles bajos. ¿Por qué siguen desconfiando los inversores internacionales?
Cuba ha sido siempre un país dependiente de la inversión extranjera. Lo fue cuando la Revolución Industrial llegó a la isla de la mano de capitales españoles en los últimos años del periodo colonial, y lo siguió siendo a lo largo del siglo XX bajo la influencia económica primero de Estados Unidos y después de la Unión Soviética. En los 90 su economía sufrió los efectos del aislamiento provocado por la caída del bloque comunista, pero el gobierno respondió potenciando el turismo y permitiendo la llegada de divisas extranjeras. Ya en el siglo XXI, Cuba pudo romper el aislamiento gracias a la generosidad de un nuevo aliado en el Caribe: Venezuela. Puedes ver más sobre el efecto del socialismo en la economía de Cuba en nuestro artículo «Luces y sombras de la economía cubana«.
Una política pragmática: de la alianza con Venezuela al acercamiento a Estados Unidos
Ligados por fuertes lazos políticos, el gobierno presidido por Hugo Chávez aprovechó el control estatal de la empresa petrolera PDVSA para enviar grandes cantidades de combustible a Cuba de manera continuada desde su llegado al poder en 1999. Los envíos llegaron a un máximo de 115.000 barriles diarios en 2008, el doble de las necesidades reales de la isla. De esta manera, la ayuda venezolana no sólo contribuyó a garantizar el suministro energético cubano, sino que además supuso una fuerte entrada de divisas ya que la mitad del petróleo recibido se revendía en los mercados internacionales.
Sin embargo, la caída de los precios del petróleo desde 2014 y los propios desequilibrios internos de la economía venezolana pronto hicieron que esta ayuda se volviese insuficiente y que Cuba se encontrase nuevamente, igual que a principios de los 90, aislada y sin fuentes de divisas. Esta vez el recurso del turismo ya estaba agotado, así que el gobierno buscó dar un paso más en la apertura económica con la Ley 118 de la Inversión Extranjera, un paquete de medidas dirigido a fomentar la entrada de capitales foráneos. A ello contribuyó sin dudas el acuerdo firmado con Estados Unidos en 2014, que suaviza el embargo establecido en 1960.
Cuatro años más tarde, la economía cubana parece haber recuperado la senda del crecimiento, aunque la inversión extranjera sigue muy lejos de lo esperado a pesar de las ventajas concedidas por el gobierno. A ello contribuyen varios factores que comentaremos a continuación.
¿Por qué no llegan inversiones a Cuba?
El primer factor a tener en cuenta es el político, ya que la muerte de Fidel Castro no ha supuesto una democratización del país, que sigue siendo gobernado dictatorialmente por su hermano Raúl (el cual por otra parte siempre se ha caracterizado por liderar el sector más anticapitalista del castrismo). El continuismo quizás hubiera podido atenuarse con el tímido acuerdo firmado con Estados Unidos, pero la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca genera dudas sobre la voluntad del gobierno norteamericano de mantener lo pactado. Este motivo, sumado a la convocatoria de elecciones en marzo de este año, hace del factor político una fuente de incertidumbre que desincentiva a los inversores internacionales.
El factor económico, por su parte, tampoco presenta mejores perspectivas. Aunque teóricamente la nueva legislación cubana es más permisiva con la inversión extranjera, lo cierto es que el conjunto de la economía continúa profundamente intervenida por el Estado, limitando las oportunidades de negocio de los inversores. Al mismo tiempo la mayor parte de los proyectos solamente pueden llevarse a cabo siendo planificados previamente por las autoridades y después financiados por capital privado, lo que significa que toda iniciativa particular queda suprimida.
Como ya se ha comprobado en experiencias similares a lo largo de la historia económica, la centralización de la iniciativa empresarial en manos del Estado puede llevar a desviar recursos a proyectos ineficientes tanto por la falta de información como por la influencia de factores políticos en la toma de decisiones. Pero el problema no acaba ahí: incluso si las inversiones acaban siendo rentables las fuertes restricciones a la salida de capitales hace difícil que los inversores extranjeros puedan disfrutar de los beneficios generados por el dinero que ellos mismos han decidido arriesgar.
Por otra parte, si bien Cuba cuenta con algunas ventajas como destino para deslocalizar empresas, también sufre graves carencias que no pueden dejar de mencionarse. Su estratégica posición en el Caribe (la cual podría mejorar sensiblemente la logística de las empresas radicadas) es difícil de aprovechar a causa del lamentable estado de las infraestructuras. También existe una falta crónica de materias primas, lo cual sin duda es un obstáculo a la producción industrial. En cuanto a la mano de obra, buena parte de ella está habituada a desempeñar trabajos de baja productividad, y el capital humano se ha visto continuamente reducido a causa del exilio de miles de trabajadores cualificados.
Todas estas dificultades no han impedido la llegada de nuevas inversiones a la isla desde la ley de 2014. Según datos adelantados por el gobierno cubano, el país recibió unos 2.000 millones de dólares en 2017, superando los 1.300 del año anterior. Aún así las cifras siguen lejos de lo esperado, ya que la mayor parte de los analistas cifran en 2.500 la cifra anual necesaria para mantener un crecimiento sostenido.
Mientras tanto, la economía cubana parece recobrar algo de dinamismo con un crecimiento del 1,6% en 2017 y con nuevos mercados, como el de las energías renovables o las tecnologías de la comunicación, que se expanden lentamente. Las perspectivas son positivas, pero sin duda las elecciones de marzo aún pesan como un factor de incertidumbre. Lo que sí es seguro es que, pase lo que pase, los nuevos líderes del país tendrán que enfrentarse a un verdadero reto económico, el mismo que han intentado abordar todos los gobiernos que han pasado por la isla desde su independencia de España: la eterna dependencia del capital extranjero.