¿Cómo funciona una economía marxista en pleno siglo XXI? ¿Se puede planificar la economía sin aislar un país? Éstas son las preguntas que podemos hacernos al mirar a Cuba, el más conocido experimento socialista en el Caribe, con sus luces y sus sombras.
Cuba ha sido a lo largo del siglo XX el mejor ejemplo del socialismo en América. Desde el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista y el triunfo de la revolución liderada por Fidel Castro en 1959, la economía del país caribeño ha sido transformada siguiendo las pautas del marxismo. En este artículo analizaremos en qué consiste esta experiencia, una de las pocas protagonizadas por el comunismo que aún sobreviven al otro lado del Atlántico.
Características estructurales
Todo ello ha llevado a una economía esencialmente distinta a las de la región, donde no existe un libre mercado y las decisiones económicas más personales de los individuos se ven reguladas o al menos fuertemente influidas por las autoridades políticas.
Esto no implica, como veremos más adelante, que las leyes universales de la ciencia económica no tengan vigencia en este pequeño país caribeño, pero sí que existen algunos factores estructurales que es preciso tener en cuenta para entender la evolución de su modelo productivo. El más importante de ellos, precisamente, es el férreo control estatal sobre la economía.
En coherencia con los principios del socialismo, la práctica totalidad de los medios de producción se encuentra en manos del Estado y los agentes económicos están completamente subordinados a las decisiones del poder político, ejercido de manera dictatorial por la familia Castro desde 1959. Al mismo tiempo los ciudadanos apenas tienen la posibilidad de consumir productos que van poco más allá de una cesta de productos básicos y previamente aprobada por las autoridades, se ven obligados a utilizar una moneda no convertible y sufren fuertes restricciones a la hora de poner en marcha cualquier iniciativa de negocio.
Por otra parte, los servicios públicos son un objeto de fuerte controversia, ya que mientras algunos defensores del castrismo alaban la amplia cobertura del sistema de salud cubano (el gasto sanitario supera el 10% del PIB, uno de los ratios más altos del mundo) sus detractores critican la acuciante falta de medios y medicinas, lo cual lleva a tratamientos obsoletos y limitados y a un constante abuso de la homeopatía.
Algo similar puede decirse del sistema educativo, ya que si bien podemos observar un importante aumento de la alfabetización y una mejora del acceso a la universidad, tampoco es posible despejar las dudas en torno a la calidad de la educación impartida. Por otra parte, los críticos argumentan que desde los años 50 también es posible ver avances similares en salud y educación en otros países del entorno, por lo cual sería difícil clasificar este fenómeno como un logro exclusivo del comunismo.
El país también posee una amplia red de infraestructuras, en su mayor parte heredada de la Guerra Fría o incluso de principios de siglo, cuando los estadounidenses aún invertían en la isla. Por este motivo, si bien Cuba fue en algunos periodos la referencia en infraestructura en Centroamérica, desde el fin de la inversión soviética en los años 90 sufre grandes dificultades para mantenerla, lo cual se traduce hoy en estructuras obsoletas y en mal estado. Un claro ejemplo son las comunicaciones: si la red telefónica cubana era la más desarrollada del Caribe en la primera mitad del siglo XX gracias a la inversión de compañías norteamericanas como ITT, en 2018 el uso de teléfonos móviles sigue siendo limitado y se estima que apenas un tercio de la población actual tiene pleno acceso a internet. En general, podemos decir que las infraestructuras cubanas reflejan a la perfección una de las debilidades estructurales que siempre ha arrastrado la economía de la isla: la dependencia crónica de capitales extranjeros. De esta manera, podemos observar avances en los periodos en los que el país se ha encontrado en la esfera económica de otros (España, Estados Unidos, la Unión Soviética) y decadencia en los periodos de aislamiento.
Otra debilidad estructural es la falta de materias primas y de recursos energéticos en el país. A priori este hecho no tendría por qué suponer un obstáculo insalvable (algunos de los países más ricos del mundo sufren problemas similares) pero sí obliga a mantener una balanza comercial positiva, lo cual a su vez sólo es posible con una economía abierta al resto del mundo y con una mejora constante de la competitividad. Lamentablemente, la Cuba de las últimas décadas no ha destacado en ninguno de estos dos aspectos, ya que los controles al comercio y la inversión exterior han mantenido al país relativamente aislado de su entorno, mientras que la falta de incentivos al trabajo y a las iniciativas privadas, así como el atraso tecnológico, siguen lastrando la productividad. El resultado es un déficit exterior crónico, sufrido por los cubanos diariamente a través de desabastecimiento de toda clase de productos y cortes del suministro eléctrico.
En cuanto a la distribución sectorial podemos decir que la economía cubana se encuentra relativamente diversificada y con una clara preponderancia de los servicios (alrededor del 70% del PIB), aunque a ello contribuyen los esfuerzos en sanidad y educación que hemos comentado anteriormente y el sobredimensionamiento de la burocracia que suele caracterizar a las economías socialistas.
No obstante, hoy todavía podemos apreciar una fuerte presencia del azúcar en las exportaciones, heredada de los tiempos de la colonización española y profundizada a principios del siglo XX hasta convertirse en uno de los sellos de identidad de la economía cubana junto al ron y al tabaco. Desde entonces el peso de estas actividades tradicionales se ha reducido con respecto al PIB, pero se mantienen como las principales exportaciones y por ello constituyen una de las pocas fuentes de divisas, lo cual (considerando el déficit exterior que sufre el país) los convierte en factores esenciales para asegurar la viabilidad del sistema.
Al mismo tiempo, el turismo también ocupa un lugar destacado desde los 90, cuando comenzó a potenciarse para fomentar la entrada de divisas y paliar la profunda crisis que causó el hundimiento de la Unión Soviética, principal inversor y socio comercial de Cuba hasta entonces. Es así como se ha revivido un sector que ya había conocido una época de oro en la primera mitad del siglo XX, para ser dejado en el olvido por el gobierno revolucionario posteriormente. Hoy el turismo es una de las principales actividades económicas de Cuba (un 10% del PIB) y cuenta con una extensa red de instalaciones hoteleras y de ocio, las cuales se encuentran en su mayoría en manos del Ejército.
¿Qué legado económico ha dejado la Revolución Cubana?
En 1959 Cuba superaba en renta per cápita a México, Colombia y República Dominicana. Hoy se encuentra ampliamente por debajo de los tres.
Son numerosos los estudios que han profundizado en la evolución de la economía cubana desde la llegada de los Castro, y más variadas aún son las valoraciones al respecto. En líneas generales, los defensores del castrismo argumentan que el nivel de vida en la isla es relativamente superior al de otros países del entorno como Honduras o Haití, a pesar de que estos países no sufren ningún tipo de sanción comercial por parte de la mayor economía de la región, Estados Unidos. Según este punto de vista, las ventajas de la planificación central implantada en Cuba serían evidentes ante los problemas que otros países no han sido capaces de resolver mediante el libre mercado.
Por el contrario, los opositores al gobierno señalan que Cuba siempre fue uno de los países más desarrollados del Caribe, lo cual explica una ventaja con respecto a ciertos vecinos que no sería mérito del castrismo sino heredada del periodo anterior. En la gráfica podemos encontrar una evidencia en el mismo sentido tomando como referencia otros países de renta similar en 1959: México, Colombia y República Dominicana. En esa fecha Cuba superaba en renta per cápita a los tres. Hoy se encuentra ampliamente por debajo de ellos.
La conclusión de esta evidencia sería que el sistema de planificación central puesto en marcha en Cuba solamente habría sido un lastre para el crecimiento económico, y que el país disfrutaría hoy de una mayor riqueza si se hubiera mantenido la economía de mercado. Los supuestos logros del castrismo, por tanto, serían solamente periodos en los que temporalmente creció la ayuda exterior, como demuestra el hecho de que la renta per cápita solamente marca dos fuertes ciclos expansivos que coinciden cronológicamente con las generosas aportaciones de la Unión Soviética (1962-1984) y de Venezuela (1999-2014).
Ése es precisamente uno de los retos de la economía cubana de hoy: volver al crecimiento sin contar con patrocinadores exteriores. Teniendo en cuenta la coyuntura actual no será una tarea fácil, pero el gobierno parece dispuesto a facilitar la entrada de inversores extranjeros a la vez que mantiene la planificación económica: una fórmula tan paradójica como incierta, objeto de nuestra publicación Cuba sigue sin convencer a los inversores.