La regulación es una herramienta muy necesaria para que el Estado pueda corregir situaciones en las que no existe bienestar. Ahora bien, un exceso de regulación, de la misma forma, podría provocar el mismo bienestar que una desregularización total.
Thomas Sowell, economista de la escuela de Chicago, solía decir que el éxito de las políticas económicas no recae sobre su aplicación y la intencionalidad con la que estas fueron aplicadas, sino que recae sobre el efecto, ya sea positivo o negativo, que estas trasladan a la población. Y es que, la existencia de fenómenos como el efecto cobra, la crítica de Lucas, entre otros, son la muestra de que lo que a priori podría ser una buena política económica, a la hora de aplicarla, podría no tener el efecto que se busca en la población. En otras palabras, constata la existencia de los fallos del Estado, al igual que se reconoce la existencia de los fallos de mercado.
Con la regulación pasa algo muy similar. Lo que a priori puede parecernos una propuesta regulatoria bien pensada y que, de tener un impacto en la economía, podría ser muy beneficiosa, en su aplicación; de la misma forma, y si no se ha evaluado correctamente, podríamos encontrarnos con unos efectos en la población que, como ha ocurrido en numerosas ocasiones, nos alejan aún más del objetivo inicial. Es lo que ocurre en regiones como Latinoamérica, con la economía informal, donde, pese a la regulación aplicada y el esfuerzo constante de los organismos, la tasa de informalidad económica es cada vez mayor.
Y es que la regulación como tal no es la solución, como han definido numerosos economistas en numerosos papers. La regulación es una herramienta con la que cuenta el Estado para corregir situaciones en las que la economía, por sí sola, no puede lograr la situación de máximo bienestar. Sin embargo, de la misma forma, una sobrerregulación en una economía podría tener tantos efectos negativos como la desregulación absoluta. Por ello, desde hace unos años, muchos economistas, así como juristas, entre otros perfiles muy relacionados con esta temática, han comenzado a extender y a recomendar lo que denominan “regulación inteligente”; haciendo referencia con este concepto a una regulación más eficiente.
La regulación: ¿una paradoja?
«En España, a diferencia de lo que ocurrió en Latinoamérica –pese a que esta región necesite una mayor regulación–, la sobrerregulación hizo que determinadas políticas, finalmente, no tuvieran el impacto deseado».
Como sabemos, la intervención del Estado en la economía, para los gobernantes, es una práctica muy tentativa. Con el poder para tomar decisiones, los gobernantes, y siempre en línea con sus votantes, tratan de aplicar políticas con el fin de satisfacer las necesidades del pueblo. Pero ello no quiere decir, como decíamos al inicio, que esa forma de satisfacerlas, aunque la intervención sea con este motivo, sea la correcta. Veamos el caso de la regulación de los precios del alquiler en numerosos países, donde los estudios al respecto concluyen que hay tantos resultados negativos como políticas distintas aplicadas en todo el planeta.
De la misma forma, esto se observa con las propuestas que tratan de regular el mercado de trabajo. En este sentido, la introducción de un salario mínimo interprofesional, de acuerdo con la literatura existente y que expusieron muy acertadamente los compañeros economistas de Nada es Gratis, tampoco ha tenido un impacto muy beneficioso en los trabajadores tras su análisis. Los estudios al respecto nos dicen que la regulación de los salarios ha tenido tantos efectos positivos como negativos. No obstante, como también se muestra en estos estudios, el éxito de la política, y volviendo a la frase del inicio de Sowell, se encuentra condicionado a las exigencias de estas políticas; en otras palabras, podría tener éxito de aplicarse correctamente, pero una sobrerregulación podría acabar generando efectos muy negativos.
Como muestra de ello, tenemos las citadas economías de Latinoamérica, donde encontramos ejemplos que nos ayudan a observar esto que aquí cito. Pues, atendiendo a los estudios que ofrece el Fondo Monetario Internacional (FMI), si analizásemos el vínculo entre las variaciones del PIB y del desempleo, se observaría que el mercado informal, a diferencia de lo obvio, que sería la regulación, cumple una función importante durante el ciclo económico.
En este sentido, llama la atención que la respuesta de la tasa de desempleo a las variaciones que se producen en el ciclo económico es más débil cuando el país presenta niveles de informalidad más altos. Además, se observa que la informalidad en la región disminuye en los períodos de fuerte crecimiento y aumenta en los de bajo crecimiento. Es decir, la posibilidad con la que cuentan los ciudadanos de entrar y salir del sector informal protege, en parte, a los trabajadores de situaciones como la actual, atenuando el impacto de dicho ciclo en la tasa de desempleo. Por ejemplo, en situaciones en las que una economía de mercado emergente entra en recesión, ya que los trabajadores que en otras circunstancias habrían estado empleados pueden encontrar empleos informales.
A esto, se contrapone el ejemplo de España con la subida del SMI. Una mayor regulación, en este caso sobrerregulación, ha hecho que, con el alza del SMI por encima de lo esperado, la economía española haya recogido una destrucción de empleo que, a priori, se justifica por esta subida del SMI. En este sentido, los informes que muestra el Banco de España, de facto, recogen cerca de 12.000 personas que, por verse afectadas por la subida, perdieron su empleo como consecuencia de esta política. Y es que, a diferencia de lo que ocurrió en Latinoamérica –pese a que esta región necesite una mayor regulación–, esa sobrerregulación hizo que la política aplicada, finalmente, no tuviera el impacto deseado; aunque, como diría Sowell, la intención fuese buena.
Por una regulación eficiente
«De la misma forma que existen los fallos de mercado, también tenemos los fallos del Estado, y hay situaciones en las que un exceso de regulación, como recoge la literatura existente expuesta a lo largo del artículo, propicia un entorno más hostil».
Lo ocurrido en España se explica por la aplicación de una regulación ineficiente. En España conviven empresas de sectores muy distintos. Una aplicación generalizada del SMI, donde se aplicaban subidas a sectores en los que la productividad, incluso, estaba cayendo, ha acabado generando un impacto asimétrico en estos. Mientras se observa que hay sectores que pueden verse beneficiados con esta política, muchos otros, donde la productividad está estancada, donde los beneficios están muy ajustados y donde la economía informal es una gran alternativa, podrían salir mal parados; sacando a personas de la formalidad para integrarlas en la economía informal, como concluye el estudio del banco central.
Y es que, la regulación, de la misma forma que puede reducir la economía informal; que puede mejorar la situación de los trabajadores; que puede corregir las externalidades y los fallos de mercado; y que puede, en resumen, mejorar la situación. También, de aplicarse de forma ineficiente y en exceso, podría dañar aún más la economía. En este sentido, generando mayores tasas de informalidad económica por la excesiva regulación del mercado laboral; generando la evasión de impuestos por una excesiva presión fiscal, así como, generando situaciones en las que, por ejemplo, una excesiva regulación en materia de competencia, incluso, puede acabar atrofiando la competitividad del tejido productivo. Un tejido que perdería atractivo en un mercado cada vez más global.
Así pues, debemos saber que la regulación eficiente debe seguir una serie de criterios a la hora de aplicarse. En este sentido, hablamos de una regulación que debe presentar una necesidad, que debe aportar seguridad, a la vez que mejora la transparencia. Sin embargo, en muchas ocasiones, esta regulación, en lugar de aportar seguridad, genera más miedo en los inversores por el exceso de burocracia. Asimismo, esa burocracia, en muchas ocasiones, acaba generando una mayor corrupción. Una corrupción que, dicho sea de paso, acaba de facto con esa transparencia que, a priori, debe aportar. Y es que, como hemos visto a lo largo del artículo, no vale cualquier regulación.
En resumen, la regulación es necesaria para corregir situaciones en las que un fallo de mercado impide alcanzar el bienestar. No podemos decir que la regulación no ha propiciado entornos en los que las oportunidades eran más y más variadas. Sin embargo, de la misma forma, se trata de recalcar que, al igual que existen los fallos de mercado, también tenemos los fallos del Estado, y que hay situaciones en las que un exceso de regulación, como recoge la literatura existente expuesta a lo largo del artículo, propicia un entorno más hostil, donde las oportunidades se esfuman en busca de entornos más flexibles, y donde la regulación no trate de ser el sustituto total del libre mercado.