Roma fue uno de los mayores imperios que ha conocido la humanidad. La corrupción o los ataques de los bárbaros fueron peligros que acecharon a la civilización romana. Sin embargo, la inflación también terminó resultando un factor clave en la caída de Roma.
El circuito monetario romano no empleaba papel moneda como medio de pago. Para ello, los romanos se servían de monedas llamadas denarios. Estos denarios contenían alrededor del 95% de plata.
Otras monedas del Imperio Romano también contenían metales nobles como el oro. Este es el caso del áureos de oro, que tenía un valor de 25 denarios o de la libra de oro, que equivalía a 960 denarios y a 40 áureos. Al igual que el denario, el sestercio también contenía plata, de hecho, 4 sestercios sumaban el valor de un denario.
Mantener un imperio como Roma requería un gran esfuerzo económico. Había que construir carreteras, acueductos, anfiteatros, templos, puentes y pagar a un nutrido ejército para mantener la seguridad del imperio. Ante semejantes gastos, los emperadores no dudaron en recurrir a la devaluación de la moneda.
Muchos se preguntarán: ¿Qué hacían los romanos para devaluar la moneda si no utilizaban billetes? Muy sencillo, bastaba con reducir la cantidad de metal noble que incorporaban las monedas. De este modo, se empleaba menos plata a la hora de acuñar un denario y se sustituía por metales como el bronce. La disminución del metal noble que incorporaba una moneda (con el que el Estado obtenía un beneficio) se denominaba señoreaje.
Como anteriormente explicábamos, el denario incorporaba un 95% de plata, cosa que sucedía en tiempos del emperador Augusto. Ahora bien, con el paso de los años, la moneda se devaluó de tal manera que, con el emperador Marco Aurelio, el denario únicamente incorporaba un 75% de plata.
El origen de un desastre económico
A la muerte del emperador Septimio Severo, su hijo Caracalla se hizo con el poder tras asesinar a su hermano Geta. Pues bien, Caracalla había dado su palabra a su padre de que subiría el sueldo a los legionarios. Por ello, llegó a incrementar la paga de los soldados hasta en un 50%. No solo eso, sino que Caracalla también empleó ingentes sumas de dinero en grandes construcciones.
Para sufragar unos gastos tan desorbitados, Caracalla subió los impuestos que gravaban las herencias y recurrió a la devaluación de la moneda. Con Caracalla guiando los destinos de Roma, el denario llegó a contener solo un 50% de plata. Así, en tan solo un año el denario pasaba de tener un 75% de plata a contener únicamente el 50%. Estamos hablando de una devaluación colosal de la moneda de hasta un 25% de su valor.
Todo ello también afectó al áureo, que perdió valor. Incluso, la libra de oro sufrió las consecuencias.
Una devaluación tan exagerada tuvo un efecto terrible en la economía romana, pues los precios se dispararon. Sin embargo, Caracalla no llegó a padecer las consecuencias de su nefasta medida económica. En el año 217, Caracalla fue asesinado por uno de sus hombres en Asia, cuando dirigía una campaña bélica contra los partos.
El desastre prosigue
En los siguientes años el denario continuó perdiendo valor. Cada vez era menor la cantidad de plata en las monedas romanas, hasta tal punto que el denario pasó a ser un pedazo circular de bronce bañado en plata. Todo ello se plasmó en una hiperinflación que llegó a sobrepasar el 1000%.
Con Diocleciano, emperador en el año 284, la devaluación ya no era posible. Así, Diocleciano se decantó por fuertes subidas de impuestos y promulgó un edicto de precios máximos. La limitación de precios no tuvo ningún impacto y los romanos, empobrecidos por las medidas ineficaces de los emperadores, ya no portaban denarios de plata, sino unos pedazos de bronce conocidos como follis.
Constantino, el primer emperador cristiano de Roma, se encontró con un imperio que necesitaba recursos económicos de manera desesperada. De nuevo, las medidas de devaluación prosiguieron. Por ello, el áureo fue eliminado y se introdujo una nueva moneda de oro devaluada que fue bautizada con el nombre de sólido. Así, dos sólidos equivalían a un áureo.
Por otra parte, el emperador Constantino acapararía el oro necesario gracias a los saqueos de los templos paganos, al tiempo que exigía el pago de nuevos tributos en oro. No pasaría mucho tiempo hasta que el oro pasó a ser un valor refugio, aunque era un metal precioso solo al alcance de los militares y las élites romanas.
De este modo, los comerciantes y buena parte de lo que vendría a ser la clase media romana terminaron empobreciéndose por culpa de la inflación. Mientras tanto, los más poderosos acaparaban el oro y las tierras, mientras que los romanos de a pie, tenían que servirse de los follis de bronce para poder subsistir.
¿Qué papel tuvo la inflación en la caída de Roma?
A medida que transcurrían los siglos IV y V, la decadencia iba en aumento en Roma. La corrupción, los ataques de los bárbaros y la inflación habían debilitado considerablemente a un Imperio que necesitaba fondos de manera acuciante.
Había que sostener una gran maquinaria militar para poder contener a los bárbaros. Las grandes obras suponían costes desorbitados para el erario romano y el aparato del Estado estaba sobredimensionado. Ante gastos tan suntuosos, el Imperio llegó a un punto en el que ya no era posible seguir exprimiendo a los contribuyentes.
La grandeza de Roma se desvaneció para siempre con su caída definitiva (del Imperio romano de Occidente) en el año 476. De este modo, el final de Roma suponía el inicio de una nueva era, una época de oscuridad, la Edad Media.
Sin embargo, de la experiencia histórica de Roma, pueden extraerse importantes lecciones para el presente. Entre estas conclusiones podemos destacar que, para una economía estable y un comercio sólido, es necesaria una moneda fuerte y fiable y que las devaluaciones masivas no son la solución a los problemas económicos.