La inflación ya era un gran problema económico antes del estallido de la guerra en Ucrania. El conflicto ha afectado especialmente a los países europeos, situándose el incremento de los precios en España por encima del 10%, lo que nos lleva hablar de una inflación galopante.
Las consecuencias de una inflación galopante son innegables, por lo que afectan a todos los sectores de la sociedad. Entre los numerosos efectos de la inflación galopante, el más destacado es la caída del valor del dinero.
Pero, ¿cómo ha llegado el mundo a una situación tan preocupante de inflación?
Causas del problema
Como anteriormente señalábamos, la inflación ya era un quebradero de cabeza para gobiernos, economistas y organismos internacionales antes del comienzo de los enfrentamientos bélicos en Ucrania.
Hasta noviembre de 2021, las predicciones económicas parecían alentadoras. Se esperaba el final de la crisis de suministros y de los paquetes de estímulo económico que habían incrementado la demanda agregada y habían hecho crecer los precios. Incluso se barajaban posibles subidas de los tipos de interés al tiempo que los bancos centrales dejaban de comprar bonos.
Los Estados endeudados después de tener que incrementar considerablemente el gasto público para estimular la demanda agregada, como deudores, se beneficiaban de la inflación.
Existía una confianza en que el incremento de los precios fuese algo transitorio, breve, incluso. Pese a que los precios aumentaban y se producía una pérdida de poder adquisitivo, el empleo parecía recuperarse y la economía avanzaba por la senda del crecimiento.
Más aún, la inflación solo pasó a convertirse en un problema preocupante cuando se lograron niveles de empleos similares a los previos a la pandemia.
Pero las esperanzas de una inflación no muy duradera se esfumaron en noviembre de 2021 y sobre todo con las previsiones de una inminente guerra en un país como Ucrania. Los signos de una peligrosa inflación ya eran evidentes, pues, en enero de 2018, el barril de Brent pasaba de los 90 dólares a los 110 dólares.
El coste de la energía y el bloqueo del grano de Ucrania iban a ser factores determinantes en el incremento galopante de los precios. De hecho, las medidas para paliar los efectos de la inflación podrían conducir a la recesión económica a los países más afectados.
¿Cuáles son las consecuencias de una inflación galopante?
Estamos, por tanto, ante un problema cuya solución es compleja para los gobiernos y que también requiere tiempo. En muchas ocasiones, las políticas económicas y monetarias que se apliquen para combatir la inflación pueden terminar deprimiendo la economía.
Generalmente, batallar contra el crecimiento desbocado de los precios conlleva un aumento de los tipos de interés para disminuir la masa monetaria de la ciudadanía y las empresas. En otras palabras, se encarecerá el coste de pedir dinero prestado, lo que provocará un fuerte descenso del consumo y de la inversión privada.
Si los gobiernos y las autoridades monetarias deciden no actuar sobre la inflación, corren el riesgo de que la economía caiga en una espiral inflacionista. Esto implica que los precios no dejen de crecer al tiempo que la población pierde poder adquisitivo hasta empobrecerse.
Otra de las consecuencias de una inflación fuera de control es la pérdida de confianza de los ciudadanos en la economía. Se acumulan ciertos productos y alimentos al tiempo que hay quienes apuestan por otras divisas como refugio.
Así, la inflación no solo afectará a productos cotidianos de consumo, pues el precio de los bienes inmuebles aumentará de manera desmedida. Es más, ante una espiral de crecimiento de precios, existe la posibilidad de que los contratos recojan cláusulas que tengan en cuenta el incremento de la inflación.
¿Qué políticas se pueden aplicar para combatir una inflación galopante?
Generalmente, batallar contra el crecimiento desbocado de los precios conlleva un aumento de los tipos de interés para disminuir la masa monetaria de la ciudadanía y las empresas. En otras palabras, se encarecerá el coste de pedir dinero prestado, lo que provocará un fuerte descenso del consumo y de la inversión privada.
Dado que los precios son el resultado de la confluencia entre oferentes y demandantes, el gobierno tiene capacidad para actuar sobre la demanda. ¿Qué quiere decir esto?
El sector público, como gran agente económico, puede actuar sobre un componente de la demanda agregada como el gasto público. Todo ello supone recortes en el presupuesto público.
Otro componente de la demanda agregada sobre el que puede incidir el sector público es el consumo privado. Para ello, el sector público puede detraer renta de los consumidores a través de subidas de impuestos. Si bien es una opción que está sobre la mesa, generalmente resulta muy impopular entre la sociedad.
Ahora bien, ¿todas las medidas contra la inflación deben aplicarse sobre la demanda? No, también existe la posibilidad de actuar sobre la oferta.
En este sentido, las opciones pasarían por impulsar la competencia entre las empresas. Para ello, habría que centrarse en disminuir el poder de los oferentes o empresas para influir en los precios.
Es más, es necesario que las autoridades encargadas de asuntos relacionados con la competencia estén vigilantes. Esto quiere decir que deben velar porque se respeten las normas de la competencia y luchar contra los monopolios u otros tipos de mercados donde las empresas tienen un amplio margen para imponer los precios. Y es que, el poder que las empresas ejercen en la formación de los precios es algo que debe ser vigilado especialmente en contextos de inflación.
Por tanto, queda claro que la competencia entre las empresas da lugar a una mayor cantidad de productos, lo que supone un incremento de la oferta y trae consigo precios más asequibles para los consumidores.
Otro aspecto a valorar y que ha sido un problema desde el comienzo de la pandemia del COVID-19 son las cadenas de suministros. Los cuellos de botella en las fábricas pueden suponer una preocupante parálisis en la producción y en la distribución de productos.
Más allá de que las empresas necesiten contar con unos procesos de producción y distribución ágiles, el sector público puede proporcionar una buena red de infraestructuras que facilite las comunicaciones.
También en relación con las cadenas de suministros, muchas veces, los trámites burocráticos y las autorizaciones administrativas ralentizan la actividad económica. Por ello, una burocracia eficiente y una simplificación de las normativas, ayuda a agilizar la actividad económica.
Otra arma de doble filo, arriesgada e incluso peligrosa para la economía, son los controles de precios. Han sido muchas las experiencias en las que los controles de precios han provocado la escasez de ciertos bienes y han propiciado la aparición del mercado negro.
Precisamente en este mercado negro pueden llegar a pagarse cantidades desproporcionadas por los bienes que escasean.
Los riesgos de combatir la inflación
Las hostilidades bélicas en Ucrania no suponen la primera vez que el mundo afronta un contexto de inflación. Así pues, echemos la vista atrás y analicemos experiencias anteriores.
El crecimiento desmedido de los precios ya fue una realidad después de la guerra del Yom Kippur de 1973. Es más, entre 1968 y 1981 los precios solo aumentaron por debajo del 4% en dos años.
La experiencia de aquellos años puso de manifiesto que es muy complicado reducir la inflación sin dañar la economía. Así, entre 1971 y 1974 el presidente Nixon trató de paliar la inflación con la congelación de los sueldos de las clases medias y altas, al tiempo que protegía a los trabajadores más desfavorecidos con incrementos del salario mínimo.
Sin embargo, la medida tuvo poco efecto sobre los precios. Su sucesor, el presidente Ford, tampoco logró contener el crecimiento de los precios mediante el impulso al ahorro voluntario.
En esta ocasión, la Reserva Federal actuó tarde, aunque, en siguientes ocasiones, consiguió afrontar la inflación gracias a importantes incrementos de los tipos de interés. Para ello, se redujo la cantidad de dinero en circulación y los tipos de interés se situaron en un elevadísimo 18% en 1980. De este modo, el crecimiento de los precios pasó del 13,3% en 1979 al 3,8% en 1982.
Si bien logró contenerse el incremento de los precios, los daños colaterales sobre la economía se hicieron sentir durante el mandato de Jimmy Carter. El coste de los préstamos aumentó de manera desproporcionada mientras el desempleo se disparaba, circunstancia que erosionó a Jimmy Carter y que contribuyó a su derrota electoral.
Queda claro que, la inflación, fuera de niveles moderados, puede significar la antesala de una recesión económica.