La extensión del COVID-19 por todo el mundo ha dado lugar a una amplia diversidad de situaciones, con países endureciendo la cuarentena mientras otros avanzan en la desescalada. No obstante, existe un temor compartido por todos: ¿habrá rebrotes? ¿Cuál es el papel de las decisiones individuales y cómo pueden influir en superar la pandemia?
El hecho de que el coronavirus se haya ido extendiendo paulatinamente por el mundo ha dado lugar a una gran disparidad entre países, donde los primeros en ser golpeados por la pandemia ya esperan haber pasado lo peor y se preparan para volver a la normalidad, sin olvidar por ello las medidas de prevención correspondientes.
Sin embargo, las primeras experiencias en este sentido están envueltas en una gran incertidumbre debido al temor de que la reducción del distanciamiento social acabe dando lugar a rebrotes. Algunas regiones del mundo incluso han decidido dar marcha atrás en la desescalada y volver a medidas más restrictivas.
En este contexto es inevitable preguntarse acerca de las causas de esta incertidumbre. Es evidente que mientras no exista una vacuna toda relajación del distanciamiento social siempre llevará asociado un cierto riesgo de rebrote, pero se supone que para mitigarlo existen unas medidas de prevención que todo el mundo debería respetar.
Lo paradójico es que después de haber sufrido miles de muertos y una cuarentena con pocos precedentes en la historia, sea tan frecuente ver a personas que deciden salir a la calle sin tomar ninguna de las precauciones más básicas. ¿Se trata simplemente de personas irresponsables, o de un comportamiento que obedece a causas más profundas? ¿Podría la economía tener algo que decir al respecto?
El enfoque de la teoría de juegos
Si preguntamos al azar la respuesta más probable a la segunda pregunta es que no, quizás porque la mayoría de las personas relaciona la economía con el dinero y los números, cuando en realidad se trata de una ciencia que estudia la acción humana. Por este motivo existen numerosas contribuciones de economistas para entender la complejidad del comportamiento de las personas, y que en este caso pueden ayudarnos a entender la aparente irresponsabilidad que podemos observar a nuestro alrededor.
Desde los medios de comunicación y los gobiernos se apela continuamente a la responsabilidad colectiva, pero como podemos comprobar, el efecto de estos mensajes es bastante limitado. ¿Por qué? Una causa inmediata podría ser que en algunos casos el mensaje llega de los mismos que hace pocos meses subestimaban e incluso se permitían bromear sobre el coronavirus. El problema sería entonces una pérdida de credibilidad de las instituciones que reduciría el alcance real de sus mensajes, dado que los ciudadanos serían más escépticos a la hora de asumir hábitos recomendados por ellas. Esta hipótesis quizás pueda ser razonable en algunos casos puntuales, pero lo cierto es que el descrédito institucional no es en absoluto un fenómeno generalizado a escala global y, por tanto, no puede ser una explicación suficiente.
Por el contrario, la teoría de juegos, utilizada ampliamente en economía, puede resultar muy útil para entender esta faceta de la acción humana. Como todos sabemos, las medidas de prevención recomendadas durante el desconfinamiento suponen unas limitaciones que se imponen a los individuos y que ellos pueden valorar como muy costosas en términos de calidad de vida (renunciar a fiestas con muchas personas, no salir más de lo necesario, llevar mascarilla incluso en espacios abiertos, lavarse las manos continuamente, etc.). Es importante recordar que estas restricciones se imponen a cada uno de los ciudadanos de manera individual, lo que supone que sean percibidos por ellos como sacrificios personales.
El coste de respetar las reglas
Como es propio de la naturaleza humana, de todo coste es esperable un beneficio, y es ahí donde se encuentra el problema. La razón es que las ganancias obtenidas por respetar las medidas de prevención no son visibles a nivel individual sino agregado. Eso significa que el beneficio esperado de cada contribución personal se distribuye de forma tan imposible de cuantificar entre el resto de la sociedad que puede volverse inapreciable para el individuo. De hecho, es posible que incluso muchas personas puedan percibir que su comportamiento individual no tendrá ninguna repercusión en el resultado colectivo, y que por tanto sería inútil (además de costoso) practicar la llamada “responsabilidad colectiva”.
La situación podría derivar en un equilibrio de Nash, donde al menos una parte de los jugadores no tiene ningún incentivo para modificar su posición inicial ya que es incapaz de predecir lo que harán los demás. De esta manera la imposibilidad de calcular el valor de cada contribución individual al bienestar común haría que éste se considerase una variable exógena en el cálculo de coste/beneficio que inconscientemente realizan las personas incluso en sus hábitos más cotidianos.
Los “beneficios” de la irresponsabilidad y el dilema del free rider
¿Qué ocurre entonces con la opción alternativa? Si respetar las reglas supone un sacrificio personal, permitirnos cosas que deseamos y que durante mucho tiempo nos han prohibido supone lógicamente una ganancia de bienestar a nivel individual. Por el contrario, los costes personales pueden ser percibidos en muchos casos como relativamente bajos dada la tasa de mortalidad de la pandemia (es evidente que esta situación sería distinta para personas cuyo riesgo fuera más alto por motivos de edad o salud).
Todo el mundo puede al menos tener una idea aproximada de las pérdidas que un rebrote podría estar causando a la panadería de su barrio, pero nadie podría determinar qué parte de ellas corresponde a su propia irresponsabilidad.
De hecho, si salimos a la calle y preguntamos a las personas que circulan sin ningún tipo de precaución probablemente la mayoría de ellas admitirá que existe un riesgo de contagio, pero que la probabilidad de que eso se traduzca en fallecimiento en su caso particular es considerablemente baja.
Es cierto que existe también una amplia concienciación sobre los efectos nocivos de la pandemia sobre realidades sociales como el sistema de salud o la economía, pero nuevamente son difíciles de cuantificar debido a que se distribuyen entre todo el grupo social. La razón es sencilla: todo el mundo puede al menos tener una idea aproximada de las pérdidas que un rebrote podría estar causando a la panadería de su barrio, pero nadie podría determinar qué parte de ellas corresponde a su propia irresponsabilidad. Más bien al contrario, la mayoría de las personas tenderán a subestimar su contribución individual a las pérdidas sociales, considerando el resultado colectivo como una realidad impuesta por factores ajenos a su comportamiento.
El dilema se presenta entre individualizar los costes y socializar los beneficios o dejar que los demás asuman los costes y disfrutar personalmente de las ganancias
En el fondo, el problema guarda una cierta relación con el dilema del free rider, donde existen incentivos para que algunos jugadores pretendan disfrutar del bienestar colectivo sin asumir el coste individual que éste requiere para ser alcanzado. Dicho de otra manera, si las personas consideran que el resultado colectivo es completamente independiente de las decisiones individuales se crearán incentivos para que aparezcan rebrotes. Pongamos un ejemplo que hemos visto en numerosas ocasiones, el de un joven que está decidiendo si debe participar en una fiesta donde no se guardarán las medidas de prevención: si la desescalada va a retroceder independientemente de que la fiesta tenga lugar, ¿por qué no participar en ella?
El dilema se presenta por tanto como una elección entre dos alternativas: respetar las recomendaciones para prevenir contagios o reanudar los patrones de comportamiento anteriores al estallido de la pandemia. La primera opción supone individualizar los costes y socializar los beneficios, y la segunda justamente lo contrario. Por este motivo, cuando vemos a personas que insisten en hábitos irresponsables debemos entender que detrás de su comportamiento existen causas más profundas, un cálculo económico de costes y beneficios de utilidad marginal incluso de manera completamente inconsciente. Se trata en definitiva de un problema de externalidades no definidas, y reforzadas por una propensión a soluciones de free rider tan extendida que quizás muy pocos de nosotros podamos decir que estamos libres de toda irresponsabilidad.
¿Existen soluciones?
La solución más viable podría ser crear incentivos concretos para individualizar los beneficios. Es decir, que las personas vean ganancias concretas por respetar las reglas
Dada la complejidad del dilema es difícil encontrar soluciones sencillas, pero existen algunas líneas de acción que pueden ayudarnos a entender la dirección de las decisiones que podrían tomarse para resolver el problema al menos parcialmente. Dado que la raíz del dilema es el carácter socializado de los beneficios (respetando las normas) y de los costes (ignorándolas), una solución puede pasar por intentar individualizarlos. De esta manera, si las personas tienen una percepción más directa de todas las consecuencias de sus acciones es posible que puedan tomar decisiones más racionales.
La primera forma de hacerlo es individualizar los costes, pero esto sería sin duda problemático. Recordemos que repercutir los costes a nivel individual supondría imponer algún tipo de multa o castigo a los nuevos infectados, lo cual no sólo es muy discutible moralmente sino que además es inviable dada la imposibilidad de discriminar cuándo una infección ha tenido lugar por la irresponsabilidad de la persona o simplemente de forma involuntaria. Todo ello sumado a la dificultad de determinar el peso de cada contagio individual en las pérdidas de toda la sociedad, lo que hace inviable tanto cuantificar como distribuir entre los afectados el importe de las multas destinadas a compensar la externalidad. También se podría añadir aquí penalizar a aquellas personas que no cumplan las medidas de seguridad adecuadas. Por ejemplo, no llevar mascarilla.
Otra forma de individualizar los costes es el rastreo de los movimientos de las personas infectadas, como ya ocurre en Singapur o Corea del Sur. De esta manera los enfermos que decidieran no respetar las reglas de confinamiento y exponer al contagio al resto de la sociedad podrían ser fácilmente identificados. El problema es que esta solución choca frontalmente con la libertad individual y el derecho a la privacidad, además de que no es aplicable para las personas que sin estar infectadas se expongan al riesgo de contagiarse.
La segunda forma quizás podría ser más viable. Se trata de individualizar los beneficios de respetar las normas. Es decir que los individuos vean ganancias concretas en su calidad de vida como premio a su responsabilidad. Un ejemplo son los test para los pasajeros de aviones, una solución que otorga la posibilidad de desplazarse por vía aérea sólo a quienes demuestren estar sanos. De esta manera, los individuos que puedan estar planificando un viaje en avión tendrán más incentivos para comportarse de forma responsable, y posiblemente estarán más dispuestos a aceptar el coste personal de respetar las normas ya que éste será compensado por el beneficio que les supondrá poder viajar.
En cualquier caso lo cierto es que el dilema del respeto a las restricciones derivadas de la pandemia es una cuestión que aparece con fuerza en nuestras vidas hoy y posiblemente seguirá presente durante un tiempo que nadie puede determinar con seguridad. La solución quizás pueda estar más cerca individualizando las consecuencias de nuestras propias decisiones, pero es evidente que esto nunca será posible mientras los gobiernos y medios de comunicación sigan apelando al sentimiento colectivo. Como nos enseña la teoría de juegos estamos en un equilibrio de Nash, es decir en un juego no cooperativo.
Guillermo dice
Un artículo muy interesante. Con el tiempo, la economía terminará impartiéndose en las facultades de psicología, por sus aportaciones en en estudio de la conducta humana.
Federico J. Caballero Ferrari dice
Hola Guillermo,
Efectivamente, al tener como objeto de estudio la acción humana las dos disciplinas están muy relacionadas. De hecho, en algunas escuelas económicas como la escuela austríaca existe una gran influencia de la psicología.
Un saludo,
Federico J. Caballero Ferrari
Susana dice
Me temo que el autor no tiene conocimientos básicos de Microbiología, ya que, a pesar de la terminología que usa la prensa, los virus no desaparecen y luego «rebrotan» por generación espontánea. Siempre hay un reservorio de población viral circulando entre la población de sus hospedadores, en este caso los humanos, y no podemos hacer nada eliminarlo ni para evitar su propagación, y menos con medidas tan inefectivas como el confinamiento indiscriminado de la población. Cuando una epidemia se ha convertido en pandemia no hay nada que pueda frenar la propagación del patógeno, como no sea acabar con el propio hospedador, a cuyo modo de vida está completamente adaptado. El virus llegará siempre al máximo de expansión que le permita el nivel de inmunidad global en la población hospedadora. A lo largo de nuestra historia no hemos conseguido erradicar totalmente ninguna enfermedad vírica, con la excepción de la viruela, y desde luego no ha sido a base de medidas para evitar el contagio (se intentaron muchas y muy infructuosamente) , sino a base de campañas masivas de vacunación. Y, en el caso de la viruela, se trata de una enfermedad inmunoprevenible, pero no todas lo son.
Por otro lado, una enfermedad como esta, de etiología poco conocida (se asocia el SARS al cov-2, pero está demostrado que existen otro factores importantes para el desarrollo de la enfermedad, factores que un sistema sanitario desarrollado debe tener en cuenta para definir el grupo de riesgo y prevenir, si no la enfermedad, sí su letalidad), y sin incidencia en la población infantil y escasa letalidad, no debería causar más alarma que otras pandemias que sufrimos actualmente, como el SIDA, o enfermedades como la malaria, que se vuelven emergentes con el cambio climático y otos factores.
Federico J. Caballero Ferrari dice
Hola Susana,
Ante todo gracias por tu comentario, siempre agradecemos que nuestros lectores estén dispuestos a enriquecer esta publicación compartiendo sus conocimientos, en este caso de microbiología. Lamentamos si hubieras querido más información en ese sentido pero la intención del artículo no es ésa sino analizar los patrones del comportamiento humano desde un campo muy aplicado a la economía como es la teoría de juegos. Por tanto, quizás este artículo esté más relacionado con la psicología que con la biología, como ya ha comentado otro lector.
Salvo error por mi parte creo que en ningún momento se dice en el artículo que el virus vaya a "desaparecer" por aplicar medidas de distanciamiento social. Utilizamos el término "rebrotes" para referirnos a un repunte del número de positivos dado que es el más ampliamente utilizado en español y seguramente el mejor entendido por nuestros lectores, ya que como te comentaba anteriormente no somos una publicación dedicada a la biología.
En cualquier caso el artículo pretende señalar los daños provocados por no respetar las medidas básicas de prevención, no en el sentido de evitar al 100% las posibilidades de contagio sino al menos para reducir el ritmo de expansión de la pandemia. En este punto solamente nos limitamos a recordar a nuestros lectores lo mismo que advierten las autoridades sanitarias, sin entrar en cuestiones exclusivamente científicas.
Un saludo,
Federico J. Caballero Ferrari