Después de tres años de negociaciones entre la Unión Europea y Estados Unidos, el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones parece cada vez más lejos de materializarse. La falta de información sobre los términos del acuerdo y la desconfianza de los ciudadanos europeos aparecen como las principales amenazas.
A pesar de las ventajas que tendría el TTIP, actualemente está “de facto fracasado, aunque nadie lo haya reconocido abiertamente”. Así respondía Sigmar Gabriel, vicecanciller alemán, al ser preguntado sobre este asunto en la jornada de puertas abiertas organizada por su gobierno la semana pasada. El ministro se convierte así en el primer miembro del gabinete germano en expresar su desconfianza en la firma del TTIP, lo cual no deja de sorprender ya que el ejecutivo de la canciller Angela Merkel se encuentra entre sus principales defensores. Sin embargo, estas declaraciones se enmarcan en un contexto de creciente rechazo al tratado en numerosos países de Europa, incluso entre los representantes políticos del continente.
Sin ir más lejos, este martes el ministro de Comercio de Francia Matthias Fekl recomendaba el cese de las negociaciones del tratado de libre comercio. A su vez, el presidente Hollande anunciaba que su país no apoyaría la firma del TTIP este año, debido a la existencia de “desequilibrios evidentes” en las condiciones que podrían pactarse y que supondrían mayores cesiones por parte de Europa que de Estados Unidos. En Holanda, el rechazo del gobierno a los cambios regulatorios que podrían derivarse del acuerdo también quedaba patente a través de su ministra de Comercio Lilianne Ploumen, la cual ha declarado que “no aceptaremos una reducción de nuestras normas”.
La desconfianza hacia el TTIP parece haber llegado incluso hasta Suiza, país que podría unirse al acuerdo a pesar de no ser miembro de la UE. A pesar del tradicional aislacionismo helvético con respecto a los asuntos europeos, el presidente Johann Schneider-Ammann ha hecho público su deseo de que su país también pueda ratificar el tratado y así asegurar que las empresas suizas no se verán excluidas de la nueva área de libre comercio. Sin embargo, esta opinión está lejos de ser unánime entre los ciudadanos, los cuales han puesto en marcha una gran variedad de iniciativas destinadas a movilizar la opinión pública en contra del TTIP.
Lo cierto es que el tratado ha dividido a la opinión pública en toda Europa, a pesar de contar con el respaldo de la mayor parte de los gobiernos nacionales y de las autoridades de Bruselas. Por el contrario existen múltiples partidos políticos, sindicatos y plataformas ciudadanas que se han pronunciado rotundamente en contra de un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, como la Iniciativa Europea contra el TTIP, que ha recogido ya más de 3,2 millones de firmas por todo el continente.
Por otra parte, si el TTIP es uno de los temas más polémicos para la economía europea, el momento histórico que está atravesando la UE tampoco parece favorable. Es importante recordar que en los últimos años Europa se ha visto sacudida por diversos factores que están provocando profundos cambios desde el punto de vista económico (al ser muchos países aún incapaces de recuperarse de la crisis de 2007), político (con las implicaciones del Brexit) y social (a partir de los problemas relacionados con el terrorismo y la crisis de refugiados). La combinación de todos estos elementos ha dado lugar a un resurgimiento de partidos antisistema (aunque de distintos signos políticos) y a una creciente desconfianza de los ciudadanos europeos hacia sus gobernantes, mientras renace el deseo de recuperar parte de la soberanía económica cedida a Bruselas. Este sentimiento, además, se ha visto reforzado por la falta de información sobre la evolución de las conversaciones con Estados Unidos y sobre los términos negociados. En este contexto, es lógico entender que algunos gobiernos prefieran actuar con cautela ante una iniciativa que puede tener un efecto tan importante sobre la economía del continente y a la vez suscitar un rechazo social tan amplio.
En cualquier caso el equipo negociador de la UE oficialmente continúa con su trabajo, mientras los defensores del TTIP argumentan que el tratado sería beneficioso para ambas partes. Según su punto de vista, la creación de un área de libre comercio supondría una gran oportunidad para las empresas europeas, las cuales hoy encuentran múltiples barreras para acceder al mercado norteamericano. También la supresión de trabas arancelarias permitiría atraer inversiones y reducir el coste de la energía. Además, un aumento de la libre competencia incentivaría a las empresas europeas a ser más competitivas a través de la innovación y del valor añadido, lo cual podría incluso traducirse en un crecimiento de los salarios reales.
Por el contrario los detractores del TTIP señalan que el coste más reducido de la mano de obra en Estados Unidos supondría una forma de competencia desleal con las empresas europeas, las cuales tendrían que emplear políticas de despidos y recortes salariales para poder igualar los precios de sus nuevos competidores. De la misma manera los negocios más vulnerables, especialmente las pymes y los comercios tradicionales, serían incapaces de competir en la nueva coyuntura y se verían obligados a cerrar, con el consiguiente aumento del desempleo. Por otra parte, la regulación en materia alimentaria y medioambiental es mucho más rigurosa en Europa, y los que se oponen al tratado temen que su firma suponga cesiones en este sentido y por tanto un deterioro de la calidad de los alimentos y del medio ambiente.
En cualquier caso, el TTIP es hoy uno de los temas más polémicos sobre los que gira el debate económico en el Viejo Continente. No faltan argumentos a favor ni en contra, pero mientras los equipos negociadores continúan su trabajo los profundos cambios en la sociedad europea y las próximas elecciones en Estados Unidos amenazan con frustrar el proyecto. Sea cual sea el resultado, es indudable que el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones podría definir el futuro de la economía europea.