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¿Está la economía preparada para el futuro que se nos avecina?

Ciencia Económica
3 de junio de 2020
13:07
  • Diccionario económico
Francisco Coll Morales
Lectura: 8 min

El avance de la ciencia se ha puesto en entredicho ante la imposibilidad de contener un virus sin precedentes. Por esto, muchas personas del mundo de la academia han comenzado a replantearse cuan eficiente —y efectivo— es el avance logrado hasta ahora.

En las últimas semanas, la crisis que acontece al planeta, una crisis doble por su naturaleza y su origen, ha puesto sobre la mesa muchos aspectos que, en la cotidianeidad de la vida diaria, no suelen ser temas de relevancia destacada. En este sentido, asuntos que hacen cuestionarse, ante una pandemia que ha sacado a la población mundial de la zona de confort en la que nos encontrábamos, si las formas de actuar, así como todo lo realizado hasta el día de hoy, es lo correcto y lo socialmente óptimo.

La dicotomía que se presentaba en los países tras verse inmersos en la pandemia, obligaba a los respectivos mandatarios a tomar decisiones drásticas en un periodo de tiempo muy limitado, nunca antes se había dado en nuestra sociedad. Una situación que obligaba a los países a elegir entre la vida de las personas o la economía del país. Escogiendo, en su gran mayoría, la vida de las personas. Algo obvio y que era de esperar. Sin embargo, las dudas que se iban suscitando y esa necesidad por corregir una situación sin precedentes conocidos, pusieron de manifiesto la debilidad de un ser humano que, antes de la pandemia, creía tenerlo todo controlado, mecanizado y automatizado.

Sin embargo, la pandemia, cuando menos nos los esperábamos, sacudía de lleno al planeta. El caos se apoderaba del planeta, de la misma forma que iban floreciendo las tensiones entre mandatarios que peleaban por los escasos recursos sanitarios que provenían de la fábrica del mundo: China. El controlado, mecanizado y automatizado planeta que creíamos tener, de repente se había convertido en un lugar hostil, arbitrario y desagradable. Y es que, quizá no es que el planeta haya cambiado, sino que, como podemos observar, las formas que tenemos de hacer las cosas, así como ese hipotético control que creíamos tener, ya no eran tan efectivas ante un planeta que, sin creerlo ni quererlo, está en constante cambio.

Ingenieros, economistas, abogados; de Harvard, de Princeton, del MIT. El mundo se integra, de la misma forma que de grandes instituciones, de grandes profesionales en todos los campos que abarca la ciencia. El avance de esta, así como del conocimiento, sumado a una nueva era digital de disrupción desmesurada, nos llevó a percibir que todo lo ocurrido en el planeta, por desastroso que fuera, tenía solución de la mano del hombre y la tecnología. Y es que, con profesionales tan reputados, en un entorno en el que parecíamos haber alcanzado el clímax, siempre que recursos se refiera, ¿cómo íbamos a sufrir una crisis que, contando con todo lo mencionado, no pudiese ser solventada o paliada por el ser humano? Si hemos sido capaces de desarrollar internet y la inteligencia artificial (IA), ¿cómo no íbamos a ser capaces de acabar con un virus?

El gran avance de la ciencia

Esta pandemia, por la incapacidad que ha presentado el planeta, así como sus integrantes, para contenerla, nos ha hecho cuestionarnos las formas que teníamos de realizar las cosas, de medir, de actuar. El mundo pretende ser un nuevo mundo cuando todo esto pase. Cierto es que muchos incrédulos consideran que esto no es más que un lapsus, y así podría serlo. Pero otros muchos, de la misma manera, han comenzado a generar hipótesis sobre cómo podría evolucionar el planeta tras el desastre que comienza a disiparse, así como si las formas de hacer las cosas en el planeta, las formas que hemos ido adoptando hasta el día de hoy, están tan plenamente desarrolladas como, a priori, nos hacían creer.

No hace falta más que fijarse en los propios debates económicos para darnos cuenta de que, mientras contamos con la tecnología más vanguardista del globo terráqueo, así como los métodos cuantitativos más precisos; los economistas, por ejemplo, siguen basando sus argumentos en economistas de las escuelas clásicas, economistas de los siglos XVI, XVII y XVII, reviviendo las viejas teorías, así como los informes que, por ejemplo, se fueron publicando para solventar crisis como la de la Segunda Guerra Mundial. O ya no solo en la economía. Pues, si hablamos del sector de la medicina, mientras se han estado desarrollando grandes invenciones en el campo médico, resulta realmente curioso que el recurso que escaseaba, y el que precisaba la población para contener de forma efectiva el virus, era una mascarilla sanitaria hecha de algodón, y no un robot de grandes dimensiones, tanto intelectuales como físicas.

Estamos de acuerdo en que el avance ha sido muy notable y sustancial, pero ¿hasta qué punto es efectivo y eficiente ese avance?

Hasta el siglo XX, cuando nace el indicador producto interior bruto (PIB), la sociedad, y los economistas, no tenían capacidad de medir cómo se producía el crecimiento económico, más allá de la energía consumida, así como la necesidad de energía por habitante y las viejas teorías utilizadas durante las primeras civilizaciones. Sin embargo, en 1940, un economista norteamericano, Simon Kuznets, crea un indicador que lo denomina “gross domestic product (GDP)” o, como lo conocemos los hispanohablantes, “PIB» o «PBI”.

Un indicador que nace con la intención de hacer más efectiva la medición de una economía que, hasta el siglo XX, se había mostrado como un sistema de crecimiento indefinido (salvaguardando otros sistemas de medición que no se han adoptado como generalmente válidos), el cual no presentaba una gran capacidad de medición. No, al menos, hasta que aparece el producto interior bruto. Un indicador que, como definió su autor, “mide el valor de los bienes finales producidos en un país, y se utiliza desde los años 30 como indicador de crecimiento y bienestar de un país”.

Así, Kuznets incluyó el término, junto a otros conceptos económicos, en la creación de un sistema de cuentas nacionales para Norteamérica. Un sistema que, posteriormente, acabó extrapolándose al resto de los países, adaptándose a cada uno de ellos. Pero ya desde la aparición del concepto, el propio autor fue muy crítico con la utilización de este valor. Especialmente le preocupaba el uso del PIB per cápita para «deducir el bienestar de una nación».

De hecho, fue el mismo Simon Kuznets el que, ante la impasividad de los políticos norteamericanos para adoptar nuevos indicadores del bienestar de un Estado, años más tarde, insistió en una publicación en la revista The New Republic en que la formulación de la contabilidad nacional debería reformularse. Así, para el autor, «las diferencias deben tenerse en cuenta entre la cantidad y la calidad del crecimiento, entre sus costes y su rentabilidad, y entre el corto y el largo plazo».

Por tanto, ya habiendo suscitado preocupaciones en el propio Kuznets, el PIB se presentaba como una herramienta calibrada y preparada para la medición; pero a la que, como concluyen infinidad de autores y economistas, le faltaban componentes que permitiesen medir de forma más objetiva el crecimiento económico, así como todo lo que se producía en el planeta. Algo en lo que coincidía también el propio Kuznets. Y es que, pese a contar con un indicador válido, ¿era este adaptable al futuro de la economía? ¿era, por el hecho de ser novedoso, el definitivo?

¿Crecimiento real o crecimiento contable?

Para Simon Kuznets, la creación de un indicador como el PIB suponía un gran avance para la medición cuantitativa de la economía. Sin embargo, en su tintero se dejó el deseo de haber aplicado nuevos sistemas para medir, esta vez de forma cualitativa, cuan creciente es una economía. Sin embargo, la acomodada sociedad política, ansiosa por destinar inmensas cuantías de dinero en grandes cohetes para mandar al espacio exterior, así como en coches que pudiesen manejarse de forma autónoma, validó el sistema de forma permanente como herramienta de medición en el conjunto de países que albergan el globo terráqueo.

Y es a esto a lo que me refiero cuando hablo de cuan eficiente es el avance científico en la sociedad. Estamos de acuerdo en que lo es, pero no podemos cuantificar el coste de oportunidad que tendría dicha investigación, en contraposición a escenarios contrafácticos, en los que los mismos recursos, en lugar de haberlos destinado a dicha utilidad, hubiesen sido destinados a otra. Y no me refiero a sustituir la investigación por otra serie de actividades de otro valor añadido, sino de la elección, de la dicotomía existente que se produce cuando se debe decidir sobre a qué investigación le dedicamos más capital y recursos. Pues, dentro de la investigación y como conocemos, existe un gran abanico de ciencias y campos muy amplios de estudio.

En este sentido, quiero plantear la hipótesis que quería recoger en este análisis haciendo una breve reflexión. Tras la pandemia que ahora se disipa, los principales organismos internacionales, entre los que destaca el Fondo Monetario Internacional (FMI), arrojan unas previsiones de crecimiento que muestran cómo la economía, en estos momentos y debido a la pandemia, no solo no ha avanzado nada, sino que ha decrecido en base a años anteriores que son tomados como base. Bien, suponiendo que la hipótesis cuantitativa es real, ¿es realmente cierta la afirmación de que la economía mundial, tras la pandemia que nos ha sacudido, no ha crecido nada? ¿Es cierto que, con todo lo ocurrido, la economía no sale más reforzada y preparada para escenarios futuros en los que ya contamos con los precedentes?

Esta es la cuestión que muchos miembros del mundo de la academia se preguntan en estos momentos. También se lo preguntaba el propio Kuznets, que, él mismo, se consideraba incapaz de hacer una medición sobre la hipótesis planteada. Reconociendo, de este modo, la falta de componentes que, contando con grandes economistas en las mejores universidades del mundo, no han sido aún integrados en la formulación de dicho indicador.

Ahora bien, hagamos la pregunta de la siguiente manera: ¿Está una economía creciendo más —y no busco la respuesta técnica-— cuando fabrica 5.000 coches más, o 6.000 nuevas viviendas, que, en contraposición, cuando aprende a curar y subsanar la vida de miles de ciudadanos en el planeta que están siendo afectados por una pandemia?

Cuando hacemos la pregunta de esta forma, técnicamente deberíamos decir que sí, pues efectivamente se produce una mayor producción, lo cual se computa al PIB y se registra un crecimiento. Sin embargo, dejando de lado los tecnicismos y atendiendo al pensamiento crítico y el pensamiento individual, responder a esta cuestión no es tan sencillo como podemos imaginar. Por tanto, la dicotomía que planteo es la siguiente: ¿Es mejor un crecimiento contable? O, por el contrario, ¿resultaría más provechoso un crecimiento real?

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