El país asiático ha protagonizado, desde 1960, uno de los procesos de crecimiento más exitosos y sostenibles en el tiempo de toda la historia, dando lugar a lo que muchos denominan como el milagro económico coreano.
En publicaciones anteriores hemos comentado y analizado el éxito de Corea del Sur a la hora de reducir al mínimo el impacto económico de la pandemia ocasionada por el COVID-19.
Unas pocas semanas atrás, nuestras afirmaciones se han visto respaldadas por los datos publicados por el Banco de Corea, el cual ha cuantificado en apenas un 1% el retroceso del producto interior bruto (PIB) en el conjunto del año 2020. Las expectativas de la autoridad monetaria surcoreana para 2021 también son positivas, augurando un crecimiento de alrededor del 3% en el presente ejercicio.
A la vista de estos datos, cabe preguntarse si el éxito de Corea del Sur se debe a medidas puntuales o a factores estructurales de una economía que ya tiene una larga experiencia en superar dificultades. De hecho, el país asiático ha protagonizado, desde 1960, uno de los procesos de crecimiento más exitosos y sostenibles en el tiempo de toda la historia, dando lugar a lo que muchos denominan como el milagro económico coreano. En este artículo analizaremos sus características y su posible influencia en el éxito actual frente a la pandemia.
De pobres a ricos
«Los años 60 fueron testigos de la creación de los chaebols. En otras palabras, grandes conglomerados privados, apoyados por el Estado, que agrupan empresas dedicadas a actividades muy diversas».
En los años 50, Corea del Sur vivió una dura guerra civil agravada por la intervención de potencias extranjeras, convirtiendo el país en uno de los escenarios principales de combate de la Guerra Fría.
El conflicto terminó con un armisticio en 1953, que dividió la península coreana en dos repúblicas, la del norte, bajo influencia china y soviética, y la del sur, acogida a la protección militar de Estados Unidos. Como es natural, estas tendencias políticas divergentes se tradujeron, rápidamente, en políticas económicas opuestas: mientras que la república del norte abrazaba el comunismo, la del sur se convirtió en uno de los mejores ejemplos del capitalismo del siglo XX.
Cabe recordar que la situación de Corea del Sur en los 50 era muy precaria, dado que su economía, tradicionalmente rural, había sido devastada por la ocupación japonesa y luego por la guerra civil. A ello se sumaba la herencia de una actividad industrial y de extracción de materias primas dirigida a unas necesidades militares de Japón que no existían desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Tampoco ayudaban los controles de precios agrarios ni la política de proteccionismo en la industria. En este contexto, uno de los pocos elementos positivos fue la ayuda financiera de Estados Unidos, la cual, en cualquier caso, fue muy inferior a la que recibían los países europeos a través del Plan Marshall.
Los años 60 fueron testigos de la creación de los chaebols. En otras palabras, grandes conglomerados privados, apoyados por el Estado, que agrupan empresas dedicadas a actividades muy diversas. En la actualidad el chaebol más conocido es Samsung, pero también destacan otros como Hyundai, LG y SK Group. A partir de entonces, los chaebols han sido los protagonistas del crecimiento industrial de Corea del Sur, colocándose a la vanguardia del progreso tecnológico y constituyendo una de las principales fuentes de creación de empleo cualificado del país.
A partir de los años 70, la economía surcoreana comenzó a despegar, comenzando un ciclo de crecimiento que, a pesar de interrupciones puntuales, ha durado hasta nuestros días. Desde entonces se han abandonado los controles de precios y el proteccionismo, a la vez que se ha fomentado la libertad en los ámbitos empresarial, financiero y laboral. Todo ello ha convertido a Corea del Sur en una economía abierta al mundo, volcada cada vez más hacia las exportaciones industriales y tecnológicas.
El resultado es evidente: si en 1960 su PIB per cápita era de apenas 932,04 dólares (por debajo de Nigeria, por ejemplo), en 2019 había crecido hasta los 28.675,03 (en dólares de 2010, según datos del Banco Mundial). En paridad de poder adquisitivo los datos son aún mejores, con una renta per cápita de 42.764,53 USD.
El contraste con el estancamiento secular de Corea del Norte es claro y ha sido repetido en numerosas ocasiones por los medios de comunicación. Así pues, en su lugar, compararemos el crecimiento de Corea del Sur con el de una de las mayores economías del mundo: Francia.
Historia de dos países
«Unas mayores tasas de inversión pueden explicar la productividad creciente de los trabajadores, lo cual suele repercutir en exportaciones más competitivas y salarios más elevados».
Como podemos comprobar en la gráfica superior, el PIB por habitante en Corea del Sur ha crecido a un ritmo muy superior al de Francia en las últimas décadas. Además ha demostrado una capacidad de reacción muy superior ante las crisis (1998, 2009). De hecho, si se mantiene esta tendencia, es posible que en pocos años la renta per cápita surcoreana sea superior a la francesa.
Así pues, ¿cómo podemos explicar esta divergencia entre dos países, siendo uno de ellos de los más ricos del mundo?
En principio, ambas economías están abiertas a la competencia exterior. Corea muy orientada a sus socios en el Pacífico, mientras que Francia se encuentra integrada en una extensa área de libre comercio como es la Unión Europea. De hecho, el peso de las exportaciones sobre el PIB es muy similar en los dos países.
También, cabe resaltar que, en ambos casos, hablamos de economías de mercado, con altos índices de desarrollo humano y que, para crecer, han apostado por apoyar a grandes grupos empresariales desde el Estado. Sin embargo, a pesar de estas similitudes los resultados han sido muy diferentes.
Según los índices de libertad económica publicados anualmente por la fundación Heritage, Corea del Sur y Francia disfrutan de una libertad similar en el mercado monetario, en el sector financiero y en el respeto al derecho de propiedad. Sin embargo, el país asiático es más libre en lo que respecta al mercado laboral, la posibilidad de hacer negocios y la llegada de inversiones, además de tener un Estado más reducido. Lo que se traduce en una menor carga fiscal para el sector privado.
Por otra parte, si observamos los datos del Banco Mundial, vemos que, desde mediados de los 70, la economía surcoreana ha otorgado un protagonismo mayor a la inversión que su homóloga europea. Como es natural, unas mayores tasas de inversión pueden suponer una productividad creciente de los trabajadores, lo cual suele repercutir, a su vez, en exportaciones más competitivas en el mundo y salarios más elevados. Sin duda, este es uno de los factores que puede explicar el mayor dinamismo de Corea del Sur con respecto a Francia, pero no el único.
La importancia del ahorro
«Corea del Sur es un ejemplo de cómo una economía basada en el ahorro puede generar crecimiento sostenible en el tiempo e incrementar constantemente la calidad de vida de sus ciudadanos sin tener problemas de endeudamiento externo».
Lo comentado, cabe destacar, ocurre por dos motivos: en primer lugar, una inversión elevada solamente tiene sentido si se dirige a la producción de bienes y servicios que son realmente demandados por la sociedad. La mejor manera de asegurarlo es que las empresas beneficiarias estén sujetas a la competencia internacional y, de esta manera, una hipotética falta de competitividad pueda quedar en evidencia.
Es el caso de los chaebols en Corea del Sur, apoyados en su inicio por el Estado, pero prontamente obligados a competir con el resto del mundo. Lo contrario ha ocurrido en Francia, donde los gobiernos han inyectado dinero en numerosas empresas orientadas al mercado nacional (donde tienen poca competencia) y, a día de hoy, muchas de ellas siguen siendo deficitarias.
El segundo motivo es que un aumento de la inversión puede suponer un crecimiento equivalente de la deuda externa, y esto puede derivar en un serio problema si las inversiones no se dirigen a proyectos rentables. En este caso, ambos países tienen niveles de inversión extranjera directa (IED) muy similares, lo cual desmiente la objeción de que el crecimiento de Corea del Sur se debe a la ayuda financiera de Estados Unidos.
Más bien al contrario. Como podemos observar, el gran responsable de que Corea del Sur pueda disfrutar de tasas de inversión más elevadas es el ahorro. Motivado, en parte, por una cultura más austera en los hábitos de consumo y, también en parte, por unas finanzas públicas más equilibradas. Y es que, lo cierto es que la capacidad superior de ahorro de los surcoreanos (incluso teniendo una renta inferior a la de los franceses) ha sido capaz de generar grandes excedentes de recursos que el sistema financiero reasigna constantemente hacia actividades productivas.
Por tanto, Corea del Sur es un ejemplo de cómo una economía basada en el ahorro puede generar crecimiento sostenible en el tiempo, a la vez que se incrementa constantemente la calidad de vida de sus ciudadanos sin tener problemas de endeudamiento externo. Del otro lado, y contrariamente a lo que se repite en tantas ocasiones, el estancamiento de Francia demuestra el fracaso de las economías que apuestan cada vez más por el consumo y la deuda para impulsar el crecimiento.
Así pues, este análisis, quizá, nos pueda ayudar a comprender que es el ahorro en condiciones de libertad, y no el recurso constante al endeudamiento, lo que permite a las economías recuperarse de las crisis y salir más fortalecidas. Además, también nos enseña cómo existen casos en los que las inversiones por parte del Estado, pueden tener muy buenos resultados si se seleccionan de forma adecuada.
Corea del Sur lo demuestra cada día, mientras su economía continúa en una carrera imparable que comenzó en los años 60 y que, hasta ahora, ni siquiera la crisis del COVID ha sido capaz de detener.