Si la agricultura es un sector de gran importancia en los países más desarrollados, en los países más pobres es la gran fuente de subsistencia. La crisis alimentaria iniciada en 2022 ha provocado que nos lleguemos a plantear: ¿Cuál es la importancia de la agricultura en la economía?
Dado que la agricultura permite el abastecimiento de alimentos de todo el mundo, ha pasado a convertirse en un sector básico a nivel mundial. Prueba de ello es el actual crecimiento de la demanda de alimentos en un contexto claramente desfavorable.
La guerra en Ucrania, considerado el granero del mundo (produce el 12% de las calorías consumidas en todo el mundo), las sequías y los temporales causados por el cambio climático y el parón económico provocado por el COVID-19, han complicado mucho el panorama alimentario.
Y es que la demanda de alimentos y la productividad del sector agrícola explican en buena medida el desarrollo social y económico de las naciones.
Agricultura y desarrollo
Se ha constatado en reiteradas ocasiones que, si la agricultura no es capaz de dar respuesta a las necesidades de alimentos, el crecimiento de la economía se resiente. En otras palabras, un crecimiento de la cantidad ofertada de alimentos contribuye al progreso económico de un país.
Por tanto, se hace imprescindible una agricultura fuerte, de sólidos cimientos, que, más allá del tradicional autoconsumo, permita proveer de alimentos a los residentes de los núcleos urbanos.
Para ello, es necesario que el crecimiento de la industria y del sector terciario vayan acompañados por un excedente de producción agrícola. Cuanto más avanzada sea la tecnología aplicada a la agricultura y mayor sea la productividad del campo, más factible será dar respuesta a la ingente demanda de alimentos.
El problema surge, como ocurre en 2022, cuando la oferta de alimentos crece a un ritmo inferior a la demanda de los mismos. Todo ello termina por provocar tensiones sociales, conflictos, incrementos desmedidos de los precios, caídas de la inversión e incluso hambrunas.
Un problema que se ha detectado en un buen número de países en vías de desarrollo es la escasez de ingresos de divisas para importar los alimentos que precisan. Todo ello les obliga a depender de su propia producción nacional agrícola para abastecer a su población.
Igualmente, existe una estrecha relación entre la agricultura y factores de producción como el trabajo y el capital. Una nación desarrollada se caracteriza por emplear un bajo porcentaje de su población en labores agrícolas, gracias a la amplia productividad de sus zonas rurales. Por ello, puede liberar población para trabajar en los sectores de la industria y los servicios.
En cambio, los países en vías de desarrollo concentran en torno al 60% de sus habitantes en el mundo agrícola. Esto impide destinar trabajadores a los servicios y a la industria. El motivo de esta situación se debe en buena medida a la falta de productividad. Por ello surge la necesidad de incorporar en el campo maquinaria e innovaciones de carácter técnico.
La agricultura como herramienta para combatir la pobreza
Como anteriormente señalábamos, el crecimiento de la producción agrícola genera prosperidad económica. Así, ante un aumento de la oferta de alimentos, la población se encuentra bien abastecida, el precio de los alimentos disminuye y se alejan los temidos fantasmas de la inflación.
La agricultura como actividad económica puede ser una gran herramienta en la lucha contra la pobreza. En este sentido, el Banco Mundial señala que la agricultura es entre dos y cuatro veces más eficaz que otras actividades para mejorar las condiciones económicas de los más desfavorecidos. Y es que, hasta el 65% de las personas adultas en situación de pobreza se dedican a la agricultura.
Para que nos hagamos una idea de la importancia que tiene la agricultura en ciertas naciones, en el año 2018, este sector llegó a suponer hasta el 25% del crecimiento económico en algunos países en desarrollo.
Resulta evidente que en los países en vías de desarrollo y en los países menos desarrollados se hace necesario abordar estrategias agrícolas. Para ello, es necesario impulsar un crecimiento inclusivo e introducir innovaciones técnicas que hagan más productivo su sector agrícola.
Sin embargo, 2022 ha llegado plagado de desafíos y riesgos para la seguridad alimentaria. El conflicto bélico en Ucrania, primer productor de cereales en Europa, la pandemia provocada por el COVID-19 o la extrema meteorología fruto del cambio climático son las principales amenazas.
2022: la seguridad alimentaria en riesgo
Los efectos de una meteorología extrema ya se hacen notar en la agricultura y, por tanto, en la producción de alimentos. En China, las lluvias del año pasado provocaron una importante demora en las cosechas, mientras que, en India, segundo productor mundial de hortalizas, las exacerbadas temperaturas son una amenaza real para su agricultura.
No hay un rincón del mundo que se libre del difícil momento que plantea una meteorología adversa. Un claro ejemplo es Estados Unidos, donde la falta de precipitaciones podría afectar gravemente a su famoso cinturón de trigo. Todo ello sin olvidarnos del Cuerno de África, donde las sequías suponen un terrible riesgo de hambruna.
Si el panorama no era especialmente prometedor, el estallido del conflicto de Ucrania ha tenido duras consecuencias sobre la economía mundial. Las numerosas sanciones económicas impuestas a Rusia han provocado un incremento más que notable en el precio de los combustibles. Al aumentar el coste de los combustibles, el precio del transporte se encarece y, como resultado, los precios de los alimentos se disparan.
Incluso los fertilizantes, tan necesarios en la agricultura, se han visto afectados por la guerra en Ucrania. La razón es que los fertilizantes son claves en la agricultura, pues estas sustancias han permitido multiplicar por tres la producción agrícola.
Pues bien, Rusia abarca el 20% de los fertilizantes nitrogenados a nivel mundial y aproximadamente el 40% de los fertilizantes de potasio junto a Bielorrusia. Pero las sanciones de Occidente a Rusia han dejado fuera del mercado semejante cantidad de fertilizante.
Resulta evidente que la escasez de fertilizantes, ha provocado un aumento del precio de los mismos y el consiguiente incremento de los precios de los alimentos.
Otro devastador efecto colateral de la guerra en Ucrania es la dependencia africana del trigo de Rusia y Ucrania. Hasta 14 estados africanos consiguen más del 50% del trigo que precisan de ambos países. Con Rusia aislada económicamente, los puertos de Ucrania cerrados por la guerra y una superficie cultivable escasamente productiva, es posible que el continente africano se enfrente a la hambruna.
No menos importante es que, por culpa de la guerra, en el presente 2022 no se hayan podido sembrar los fértiles campos ucranianos, lo que podría agravar más aún la situación en 2023.
Ante una amenaza de gran magnitud, la respuesta podría encontrarse en dotar a los programas de alimentos de los suficientes recursos económicos. Junto a esto, reducir el uso de fertilizantes y apostar por técnicas agrícolas más que prometedoras como son los cultivos orgánicos.