Domingo de Soto fue un fraile dominico y teólogo, miembro de la Escuela de Salamanca. Vivió en el siglo XVI. Llegó a ocupar el cargo de confesor del rey y emperador Carlos I. Estudió en la Universidad de Alcalá y enseñó teología en la de Salamanca. Se interesó por la física, la lógica y la economía, campos en los que realizó interesantes aportaciones.
Domingo de Soto nació en Segovia en 1494. Su nombre original era Francisco, pero al ingresar en los dominicos tomó el del fundador de la orden. Desarrolló sus estudios en dos importantes universidades europeas. Primero en la Universidad de Alcalá, donde ingresó en la Orden de los Predicadores (dominicos). Después en la Universidad de París. Tras ello, regresó a la primera de ellas, con el objeto de ocupar la cátedra de Metafísica, en 1520. Doce años después, en 1532, se trasladaría a la Universidad de Salamanca, para ocupar su cátedra de teología. Desde este momento se integró en la Escuela de Salamanca. Entre 1540 y 1542 fue prior del Convento de San Esteban.
El dominico participó en el Concilio de Trento, como teólogo imperial, a instancias de Carlos I. Posteriormente, en 1548, participó como teólogo católico en la redacción del Interim de la Dieta de Augsburgo.
También formó parte de la Junta de Valladolid (1550-1551), donde se discutió sobre el trato a los indios americanos. El segoviano defendió la igualdad de los nativos con los conquistadores y la necesidad de reconocer sus derechos, en la línea de Fray Bartolomé de las Casas.
Gracias al prestigio que adquirió y a la confianza lograda, Carlos I le ofreció el obispado de Segovia. Sin embargo, lo rechazó, ya que prefería continuar vinculado con el mundo académico.
Domingo de Soto murió en Salamanca en el año 1560.
El pensamiento de Domingo de Soto
El dominico realzó múltiples aportaciones en diferentes campos. Fue un notable teólogo y se interesó por la ciencia y la economía. Como era común en la Escuela de Salamanca, reflexionó sobre la dimensión moral de la economía.
Preocupaciones sociales y socorro a los necesitados
Sus reflexiones giran en torno de problemas filosóficos-políticos de la época, por lo que conocer el contexto es clave para entenderle. Es posible conocer su pensamiento gracias a la publicación de alguna de sus relecciones y de sus obras. En todas ellas subyace la defensa de la dignidad y la libertad de todos los seres humanos.
Su etapa como prior coincidió con graves hambrunas, una fuerte crisis económica y una delicada situación de conflicto social. La ciudad de Salamanca se vio especialmente afectada, por lo que lo vivió muy cerca. Como respuesta, los poderes públicos legislaron una serie de medidas encaminadas a acabar con la mendicidad. Domingo de Soto consideró que algunas eran excesivamente rígidas y atentaban contra los derechos de los pobres. Entre ellas, se obligaba a poseer una cédula que justificase la situación de pobreza, se prohibía mendigar fuera de su región de origen o se exigía el cumplimiento de determinadas prácticas religiosas.
En este contexto, en 1545, escribió su Deliberación en la causa de los pobres. En ella, criticó la imposición de estos requisitos que, en su opinión, atentaban contra su dignidad y libertad. Reivindicó que las leyes servir para ayudar a los pobres, y no para examinar su vida personal.
Esta predisposición en favor de los excluidos le llevó a defender también a los indígenas americanos y sus derechos. En la Junta de Valladolid, Domingo de Soto se mantuvo firme en su postura de que la evangelización del Nuevo Mundo debía ser pacífica. En su opinión nada justificaba la violencia sobre aquellas personas que,como defendió, tenían sus derechos y su dignidad.
LIbertad de comercio, propiedad privada y ataques a la usura
En un contexto de inflación por la llegada de metales preciosos, se interesó por la legitimidad de las operaciones bancarias. Sus reflexiones se basaban en la aparente contradicción entre la doctrina de la Iglesia y la búsqueda de beneficios por parte de la banca y los prestamistas. Su opinión era similar al de otros miembros de la Escuela de Salamanca. Por un lado defendía la libertad para operar y obtener beneficios. Pero, por otro, criticaba aquellas prácticas que pudiesen ser calificadas como usureras.
Otro eje de sus reflexiones era la propiedad privada. En su opinión, la propiedad colectiva o comunal promovía la vagancia y la desidia. Señaló este tipo de propiedad perjudicaba a los honestos y trabajadores, al tiempo que premiaba a los pícaros. A pesar de la defensa, señaló que si bien un sistema económico basado en este tipo de propiedad sería el mas apto para promover la paz y el bienestar general, su instauración no significaría el fin del pecado y de prácticas inmorales, ya que la capacidad de pecar anidaba en el interior más profundo del ser humano.