La obra de John Maynard Keynes es la más popular entre los profesores universitarios. En este artículo te explicamos cómo sobrevivir al sesgo keynesiano.
A petición de muchos de nuestros lectores, nos vemos en la obligación de realizar este artículo. Vaya por delante, que no estamos diciendo que John Maynard Keynes sea malo, para nada. Para nosotros, como educadores, John Maynard Keynes es un economista tan relevante como otros muchos que profesan ideologías diferentes.
La idea de realizar este artículo es clara: muchos de nuestros seguidores nos escriben todas las semanas, pidiendo libros, guías, manuales o cursos que no sean de ideología keynesiana. No porque no les guste, sino porque quieren saber más. Si la economía está lejos de tener un manual de instrucciones fijas, qué sentido tiene que todas las enseñanzas giren en torno a un único economista.
La decisión de escribir este artículo no era de importancia menor. Insistimos mucho en que esto no es una crítica al keynesianismo, es una crítica a la educación. Una crítica, por cierto, que engloba a varios países. Por la envergadura del proyecto, los seguidores que nos han comentado esta sugerencia provienen de países como México, Colombia, Ecuador, España, Argentina, Venezuela, Chile o Perú. Y dada la expectación no podíamos obviar este tema. Nos hubiera gustado, no obstante, que no se hubiera dado esta situación pues esto querría decir que no existe tal sesgo. Sin embargo, el problema está más extendido de lo que creíamos y, todo sea dicho, en mi caso personal viví las ideas keynesianas durante todos los cursos de carrera universitaria.
La importancia de la imparcialidad
Sí, es cierto, no somos robots, todos tenemos algún sesgo. Aun así, hay profesores más sesgados y otros menos sesgados, unos que se esfuerzan y otros que piensan que poseen la verdad absoluta. La importancia de la imparcialidad o, al menos, el intento de ser imparcial es vital para formar a los alumnos.
Así pues, la libertad de cátedra que dice algo así como que si sabes tanto de un tema puedes decir lo que quieras sin limitaciones, es muy peligrosa. Ya que la cantidad de conocimiento que alguien almacena no tiene por qué estar necesariamente relacionada con la autocrítica hacia su conocimiento. Es decir, si solo leemos libros capitalistas, sabremos muchos sobre capitalismo pero solo sobre capitalismo. Saber mucho sobre capitalismo, incluso aunque fuéramos la persona que más sabe de la tierra de capitalismo, no nos da derecho a formar a otros con la idea de que el capitalismo es el único sistema posible. Esta idea es también aplicable al comunismo, al socialismo y, por supuesto, al keynesianismo.
Aristóteles dijo que la virtud está en el punto medio y ahí es donde pretende situarse el keynesianismo, normalmente asociado con el intervencionismo o la tercera posición. Pero que lo dijese un sabio, no quiere decir que aplique siempre. Esto es, el keynesianismo también tiene cosas negativas y no debemos ignorarlas, ya que de lo contrario no evolucionaremos hacia un sistema más justo, más eficiente y más humano.
Hay que enseñar a pensar, no a memorizar
Aunque este artículo esté enmascarado bajo la palabra keynesianismo, está crítica debe entenderse como una crítica hacia todas las formaciones sesgadas. Una crítica a aquellos profesores que imponen el capitalismo y a aquellos que imponen el socialismo. A nuestro criterio, a los alumnos hay que enseñarles todas las ideologías. A algunos les gustará más el comunismo y a otros el anarcocapitalismo.
No es malo que los alumnos tengan un criterio propio, un pensamiento único. Al revés, los profesores deberían hacer especial hincapié en que un alumno no debe tomar como cierto lo que dice un catedrático. Debe pensarlo, criticarlo, estudiarlo, intentar argumentar lo contrario, y si después de todo eso no consigue estar en contra, puede que tal vez esté de acuerdo con lo que le ha enseñado el profesor. Eso sí, esto no quiere decir que vaya a ser siempre así. Igual, dentro de un tiempo, con más conocimiento el pensamiento sea diferente, y unos años después, con más conocimiento aún el pensamiento siga virando.
Nunca debemos dejar de aprender, nunca debemos dejar de hacernos preguntas, de cuestionarnos, de cuestionarnos especialmente lo que pensamos y por qué lo pensamos. Preguntarnos por qué somos comunistas, por qué odio a los socialistas, por qué me encanta el liberalismo, por qué el capitalismo es bueno o es malo, por qué me gusta el intervencionismo, por qué me gusta Keynes. Al mismo tiempo preguntarnos por qué algo no nos gusta. Y más aún, además de preguntarnos porque no nos gusta, preguntarnos qué argumentos hacen que no estemos de acuerdo y criticar nuestros propios argumentos. Una y otra vez, sin prisa pero sin pausa. Así se construyen las ideas.
Volviendo al keynesianismo, antes de Keynes no existía Keynesianismo. Si Keynes no hubiera pensado diferente no estaríamos hablando de Keynes. Así pues, independientemente de que nos guste o no, debemos valorar la originalidad de muchos economistas que a lo largo de la historia han ido creando teorías, no por lo que les enseñaban sino por su propio estudio y su propio criterio.
En definitiva, para evitar el sesgo keynesiano, el capitalista, el socialista o cualquier otro tipo de sesgo, debemos criticar en el buen sentido de la palabra, discutir ideas, no parar de aprender y no tomar algo como cierto diga quien lo diga, porque incluso los Nobel también se equivocan. Por nuestra parte no podemos recomendar autores, pero os dejamos un enlace con las escuelas de pensamiento económico:
Para colmo, los profesores no tienen en cuenta las consecuencias que enseñar Keynesianismo tiene en la vida real. Saber solo Keynesianismo literalmente te vuelve un economista inútil. Nadie le da trabajo a un economista Keynesiano. Solamente podés aspirar a ser parte de un gobierno socialista y encima terminar odiado por toda la gente gracias a las consecuencias que tienen estas prácticas.
Es la principal razón por la que yo preferí emprender un camino difícil pero satisfactorio de enseñarme a mi mísmo.
Que artículo tan malo, no salieron de las mismas palabras