La disparidad de opiniones en el campo de la ciencia económica ha cuestionado la objetividad, en muchas ocasiones, de la propia economía. Una objetividad que, de no atender a la extensión del conocimiento, prostituye el rigor y los valores de una ciencia fundamental para el desarrollo.
Si uno decide estudiar economía cuando emprende su andadura en la universidad, podrá darse cuenta cómo, con el paso del tiempo, toda su concepción acerca de lo que es la economía, para qué sirve, así como el por qué nace la economía, sufrirá variaciones durante toda su etapa académica. Variaciones tan abruptas que no solo demuestran la amplitud y el extenso campo que comprende la ciencia económica, sino que el empirismo, en muchos casos, hasta es cuestionado entre distintos autores.
Y es que, aunque no estemos familiarizados con la economía, las discrepancias entre economistas es algo muy conocido, así como cuestionado, en el debate público. Cuando ponemos la televisión y vemos a economistas hablando sobre la situación económica en determinados países, podemos ver como, usualmente, siempre suelen debatir posturas enfrentadas sobre qué políticas tienen una mayor incidencia en la sociedad, cuales son más provechosas, o, sencillamente, cual es moralmente superior.
Un sinfín de disputas que se producen en todos los países que integran nuestro planeta, ya que la heterogeneidad de las economías en los distintos puntos del planeta, así como la estructura de gobierno, determinan el impacto de las mismas. Recordemos que estamos hablando de una ciencia social, por lo que el comportamiento de la sociedad, como poco, tiene una influencia directa en dicha ciencia; ahora bien, la falta de consenso, en muchas ocasiones, ha restado rigor a una ciencia de la que depende todo la sociedad.
Una ciencia que ha sido objeto de debate y polémica hasta para la entrega de los premios en memoria del reconocido Alfred Nobel, los conocidos como los Premios Nobel. Unos premios que no contemplaban la entrega de una distinción para el campo de estudio de la economía, pero que, al margen de lo contemplado en un inicio, se han originado para distinguir los aportes en este campo por el Banco de Suecia. Un premio muy polémico al que han acusado de mantener una estrecha relación con la doctrina liberal, así como con un sesgo ideológico que impide medir el galardón por sus aportes al campo científico.
Una ciencia que discrepa
La economía es una ciencia muy dispar o, mejor dicho, los economistas tienen opiniones acerca de la economía muy dispares entre sí. A lo largo de la historia, con el paso de los años, la economía ha sido una ciencia muy dinámica y cambiante. Pese a que los modelos y los principios económicos mantengan un cierto consenso entre los economistas, la distinción de objetivos les lleva a mantener un continuo y acalorado debate sobre qué políticas son las más acertadas a la hora de hacer economía.
Un acalorado debate en el que se contraponen ideas muy certeras sobre economía -sobre el papel-, pero que son continuamente rebatidas por situaciones fallidas donde los principios utilizados han sido un completo fracaso. En muchas ocasiones, un debate que ha partido de la ideología política de los propios economistas, pero que, en la realidad vigente, parecen ser más propios de un desconocimiento generalizado, el cual da cabida a la manipulación y el engaño basado en la teoría y en la ciencia. Un engaño que, desgraciadamente, solo puede ser paliado a través de la formación académica y desde el conocimiento.
Grandes pensadores a lo largo de la historia han debatido sobre los principios de las distintas ciencias que conviven en nuestra sociedad. Debates que han surgido por la discrepancia entre los mismos, pero que han perdurado en el tiempo, y en la historia. Unos debates que nacen con el surgimiento de las escuelas de economía, las cuales mantenían posturas muy opuestas entre sí. Entre las más conocidas podemos ver las obras de Smith y Marx, las cuales no pueden convivir entre sí; justificando el comportamiento del que hablábamos.
Así, en voz de muchos economistas, estos comportamientos han prostituido la ciencia económica; haciendo creer que la economía es una ciencia más filosófica, en la que no existen unos principios que rijan el rigor académico de la ciencia económica. Afirmación completamente falsa, pues pese al sesgo ideológico, la economía mantiene su rigor. Un rigor que le dota de capacidad para llevar a cabo aportes que no solo han mejorado la vida de las personas, sino que han conformado la sociedad tal y como la conocemos.
El conocimiento como factor determinante
Hace unos días, la profesora de economía de la Universidad Autónoma de Madrid Marta Martínez Matute (@martammatute) realizaba una publicación en su cuenta personal de Twitter en la que exponía dos imágenes cargadas de terminología económica. Dos imágenes que contenían una información extraída por la consulta a los alumnos de la asignatura de Macroeconomía I sobre lo que opinaban de la macroeconomía, así como de su uso en la economía. En la primera imagen se exponían aquellos conceptos que los alumnos relacionaban con la economía al inicio del curso. Por su parte, en la segunda, se podía observar los términos que relacionaban con la economía al finalizar la asignatura.
Como se puede observar en dichas imágenes, los términos, pese a persistir en determinados conceptos muy claramente definidos con la macroeconomía —véase el caso del producto interior bruto (PIB), la inflación o el desempleo—, existe una clara diferencia entre los que inicialmente mencionaban los alumnos, con los que finalmente relacionaban. Y estamos hablando de una asignatura de inicio, pues el cambio, pese a la escasa longevidad de la asignatura, es verdaderamente abrupto. Los términos, entre ambas imágenes, integran una gran cantidad de cambios que, como reflexionaba la profesora, nos lleva a pensar sobre la importancia del sesgo en la economía. Solventado, eso sí, con el conocimiento.
Esto mismo ocurre con la ciencia económica en general. En muchas ocasiones vemos a nuestros políticos hacer afirmaciones acerca del comportamiento de la economía, en las que podemos observar la falta de conocimiento en las mismas. Margaret Thatcher, la que un día fue la Primera Ministra de Reino Unido, fue una fiel defensora del concepto de que los políticos no sabían de economía. Sin embargo, sí adoptaban las políticas que marcarían el rumbo de la misma en un futuro. Esto nos puede llevar a hacernos una idea de la culpabilidad de los políticos en estos asuntos, pues, en muchas ocasiones, son los precursores del desconocimiento.
Como digo, los discursos partidistas, la afirmación de teorías propias o la confianza en determinadas ideologías nos llevan a presuponer, de forma precoz y atrevida, que existe un único comportamiento de la sociedad. Una uniformidad que, ceteris paribus, contempla un único resultado posible. Con todo, cuando uno se detiene a estudiar la realidad de la economía, se puede observar como esto es algo completamente falso y las variables juegan, en la gran mayoría de sucesos, un factor determinante.
Para ello, por supuesto, es necesario el uso de métricas y el conocimiento, no generalizado, de la economía. Conocimiento que va desde el propio modelo inductivo hasta el modelo deductivo; aglutina ciencia ortodoxa y heterodoxa, compaginando ambas con la métrica y el observatorio; e incluye el posible sesgo total, el cual pueda ser medido a lo largo de la historia con métricas avanzadas. El conocimiento, en resumen, trata de dar respuesta a todas esas incógnitas que, por situaciones ajenas a la ciencia económica, malmeten los gobiernos, así como los expertos.
A pesar de todo, cuando uno atiende al espíritu crítico y a la ciencia, en la mayoría de ocasiones, podemos ver como lo que, a priori, era muy discutible, ahora, con el conocimiento suficiente, alberga una mayor claridad. De igual forma que ocurría con los alumnos de la Universidad Autónoma de Madrid, los cuales, tras un exhaustivo cuatrimestre repleto de macroeconomía, han acabado identificando, de forma objetiva, aquellos términos que, bajo el marco de la ciencia, integran la rama de estudio de la macroeconomía. Un aspecto que puede parecer irrelevante, pero que, como hemos observado a lo largo de la historia, tiene una influencia directa en el desarrollo de la humanidad.