Las remesas suponen una gran parte del ingreso que reciben los hogares en muchos países de la región. El descenso pronosticado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), ante el escenario vigente, podría dañar gravemente a muchas economías de Latinoamérica, Centroamérica y El Caribe.
En las últimas semanas hemos sido testigos de cómo la tormenta vírica, que comenzaba sacudiendo, y muy duramente, al conjunto de economías que integran el planeta, ya comienza a disiparse. Los claros signos de agotamiento que muestra la pandemia en estos momentos, en aras de volver a la normalidad previa a la crisis que hoy nos acontece, han provocado la reactivación —aunque de forma gradual— de una economía que, ante la situación y los efectos derivados de las medidas de contención del virus, se vio obligada a frenar toda actividad económica activa y posible. De esta forma, tratando de que la elevada tasa de contagio no provocase la extensión de la pandemia por más lugares en el planeta; como había estado ocurriendo hasta el momento.
La incapacidad de contener el virus mediante la infraestructura médica, así como los recursos sanitarios, llevó a los gobiernos a doblegar la apuesta, cerrando por completo las economías. Todo ello, pese a que los costes de dicho cierre llevasen a la economía a una contracción de magnitudes considerables. En este sentido, una medida que, por el momento, parece haber tenido éxito en lo que a la contención del virus se refiere; pues, a la luz de los datos, la tormenta sanitaria que, a priori, parecía intratable, ya comienza a amainar. Sin embargo, de la misma forma que el virus ha ido perdiendo fuerza, como pronostica el Fondo Monetario Internacional (FMI) y como preveían todos los mandatarios, la economía —ante el bloqueo económico y el duro shock de oferta que se producía— comenzaba a mostrar su peor rostro. Pues, era más que apreciable el deterioro que estaba sufriendo dicha economía, en tanto en cuanto la situación del virus obligaba a los mandatarios a extremar las medidas. De esta forma, derivando en escenarios donde las contracciones previstas sitúan a muchas de las principales economías del mundo en escenarios de recesión económica.
Sin embargo, junto a la paralización de la economía, otro de los bloqueos establecidos por los distintos gobiernos fue el bloqueo migratorio, establecido y controlado en las fronteras. Dicho bloqueo, al igual que el económico, trataba de obstaculizar la llegada de pasajeros posiblemente infectados a los distintos países, extendiendo un virus del que se desconocía hasta su tratamiento. Por consiguiente, como parte de las medidas de distanciamiento social, el tráfico de personas en el mundo también se ha visto duramente paralizado. Y es que, como decíamos, la incapacidad de contener una crisis sin precedentes como la actual, en un escenario en el que la situación se volvía cada vez más compleja en los países más afectados por los efectos del virus, obligó al cierre forzoso de las fronteras, impidiendo el paso de turistas que pudiesen ser un posible foco de contagio; sacrificando, dicho sea de paso, otro sector más en la economía.
Una situación que a priori puede parecer algo meramente anecdótico, pero que, sin lugar a dudas, tiene efectos directos e indirectos en la economía, mucho más allá de los posibles efectos ocasionados en el sector turístico; destacando especialmente el sector aéreo. Y es que, como destacábamos, con la paralización del flujo de mercancías, así como de personas, grandes motores de la economía mundial, entre los que destaca el comercio, así como otra serie de elementos de gran importancia para determinadas economías, se han visto mermados durante esta pandemia. De esta forma, y como veremos ahora, provocando situaciones desagradables para muchas economías que, por su naturaleza, se muestran muy dependientes de ciertas contribuciones.
Una desconexión global
Como íbamos diciendo, la situación que se presentaba en los distintos países afectados por el virus obligó a los gobiernos a extremar las precauciones. Lo que a priori comenzó siendo una dicotomía paradójicamente difícil de resolver, con la evolución de los efectos de la pandemia, la difícil solución comenzó a verse cada vez con más claridad. Ante la elevada tasa de contagio citada, en un escenario en el que, además, se estaba incrementando la mortalidad en muchas economías desarrolladas y con excelentes sistemas sanitarios, la actuación de los gobiernos se decantaba rápidamente por la salvación de las vidas y la contención del virus, dejando la economía, así como su recuperación, para otro momento en el que la radiografía de dicho virus mostrase un debilitamiento del mismo.
De esta forma, como arrojan los indicadores macroeconómicos, la situación llevó a una mayor contención del virus, pero con el cobro del consecuente coste de oportunidad que suponía el hecho de adoptar determinadas medidas, poniendo en riesgo y dejando de lado los efectos económicos derivados de dicha crisis. Unos costes económicos que se derivaban de una paralización económica que mantenía bloqueadas, entre otras cosas, todas las cadenas de valor a nivel global, provocando, junto a la paralización de mercancías, el desabastecimiento de bienes intermedios en economías occidentales como las europeas; dada la incapacidad que presentaba China para enviar sus mercancías al exterior.
Sin embargo, como decíamos en el apartado anterior, junto al comercio, otro elemento de gran importancia que se quedaba obstaculizado y bloqueado en las fronteras, con sus poseedores, eran las remesas que llegan todos los años de Estados Unidos a Latinoamérica. Remesas que, ante la situación, no estaban llegando a los países de la región, provocando un mayor deterioro en una economía que, como arroja la estructura económica de estos países, se muestra muy dependiente de esta crónica recepción de capitales que se derivan del envío de remesas por familiares en el extranjero. Un envío de remesas que, en países de América Latina o Centroamérica como Guatemala, ya representan cerca del 11% del producto interior bruto (PIB).
La cuantía de capitales que llegaban del exterior el año pasado a Latinoamérica se situaba en los 88.000 millones de dólares, registrando un crecimiento cercano al 10%, tras los más de 70.000 millones que llegaban a la región en 2017. Dicha cuantía refleja la importancia de unas remesas que representan una gran fuente de ingresos para unas economías que, como veremos, dependen, y mucho, de esta recepción de remesas. Unas remesas que, además, no han dejado de incrementarse año tras año, en tanto en cuanto la economía estadounidense mostraba un fuerte crecimiento con periodos expansivos que, como el registrado hasta el año pasado, situaban a la economía norteamericana a la cabeza del mundo.
En este sentido, el Coronavirus ha afectado gravemente a este envío de capitales. Pues, dicho envío de remesas, de acuerdo con las previsiones que establece el Banco Mundial para este año, podrían sufrir descensos de más del 20% en todo el mundo, dada la situación que vive el planeta en estos momentos, así como los descensos en los niveles de renta proyectados. Por otro lado, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), con una previsión que sitúa el descenso en el 30%, se muestra aún más pesimista que el Banco Mundial, mostrando un descenso notablemente superior al proyectado por el organismo multilateral. Con todo, América Latina, tal y como muestran los registros de marzo y abril, ya muestra descensos equivalentes al 18% del total de remesas enviadas, lo que sitúa el descensos en el nivel previsto por el Banco Mundial, acercando cada vez más dicho nivel a las previsiones que establece, por su parte, el BID.
Este escenario, teniendo en cuenta el descenso en los niveles de renta de los propios ciudadanos en el país, así como la gran dependencia de los hogares y la economía, complica la situación futura del país. Y es que, los propios efectos negativos que derivan del Coronavirus, en adición a la situación que se produce ahora, con las remesas, podría deteriorar gravemente las economías de la región.
Unas economías muy dependientes
La paralización de la llegada de remesas se debe principalmente al bloqueo económico que ha supuesto el Coronavirus en el planeta, dejando descensos en los niveles de renta que impiden el envío de capitales. De la misma forma que, por otro lado, afecta la paralización que supone el bloqueo en el envío de mercancías y el tráfico migratorio para este envío de remesas, tras la obstaculización de las fronteras como medida de contención del virus. Esto ha obligado a la región a prescindir de una cuantía cercana a los 16.000 millones de dólares que, como consecuencia del Coronavirus, han dejado de llegar a los distintos países que la integran durante los meses pasados.
Pero para hacernos una idea más realista y objetiva de lo que suponen dichas pérdidas en las distintas economías que integran la región, debemos ser conscientes de cuánto representan estas remesas en las distintas economías receptoras. En este sentido, en países como Haití, por ejemplo, las remesas en 2019 representaron cerca del 37% de su PIB. En Honduras, por ejemplo, dicha cuantía ascendía hasta el 22%. Por otro lado, en el caso de El Salvador, hablamos de una contribución equivalente al 21% de PIB. Mientras que Nicaragua y Guatemala, por ejemplo, cuentan con una contribución de remesas que ya equivale al 13% de sus respectivos niveles de PIB. En este sentido, unas pérdidas que, como vemos, comprometen a las distintas economías anteriormente citadas.
Los países más afectados por este descenso en el envío de remesas, por tanto, son aquellos que más remesas reciben; sin embargo, como vemos, el impacto no es simétrico en todos los países. En este sentido, aunque los países que más remesas reciben son México, República Dominicana, Honduras, Guatemala, el Salvador y Colombia, no todos muestran la misma dependencia. De hecho, en el caso de México, las remesas que llegan al país azteca suponen el 35% del total de remesas que llegan a la región. Sin embargo, dicha cuantía, en relación al PIB que presenta México, supone cerca del 3% del PIB azteca. Y es a esto a lo que hacemos referencia, pues mientras países como El Salvador presentan una quinta parte de su economía supeditada a dicha recepción de capitales, otros países como Colombia, por ejemplo, supeditan escasamente el 2% de su PIB a dicho flujo de capitales.
Por tanto, no podemos hablar de un impacto simétrico, pues existen países que, a la luz de los datos, se ven claramente más afectados que otros por este descenso en el envío de remesas. En Nicaragua, por ejemplo, las remesas suponen cerca del 50% del ingreso total de los hogares en el país, por lo que un descenso como tal podría tener un efecto devastador en los hogares nicaragüenses. El Salvador, por su parte, posee cerca de un millón de hogares que muestran gran dependencia de estas remesas; lo que, con la caída pronosticada, de acuerdo con el BID, podría dejar a más de 200.000 hogares en el país sin la recepción de capitales.
En resumen, estamos hablando de una situación que, como vemos, refleja un claro deterioro para muchas de las economías que integran la región latinoamericana. Su gran dependencia de las remesas les lleva a precisar de esta recepción constante de capitales, muy mermada en escenarios como el actual. Por tanto, la situación que se presenta se muestra como una dificultad agregada para las distintas regiones que sitúan en el continente, pues, sumado a los efectos ocasionados por el virus en los distintos países, debemos agregarle el efecto contagio que se produce por la caída en los ingresos derivados de las remesas. Unos ingresos que, de no regresar en el corto plazo, podrían acentuar los problemas de desigualdad y pobreza que presenta la región.