La bolsa de Shanghai, principal índice de la bolsa China, se ha desplomado casi un 15% desde que comenzara el año, tras prever una desaceleración de su economía y ponerse en duda la solvencia de su gigantesco sistema financiero.
El año pasado las bolsas chinas sufrieron un pánico vendedor por temor a que las políticas de ajuste para mejorar su modelo económico no estuvieran surtiendo el efecto deseado. Parece que ahora si se está produciendo un cambio de modelo, pero está provocando la pérdida de la ventaja comparativa china, al encarecer sus costes laborales y sus precios, trayendo consigo una desaceleración económica, que se ha visto agudizada por la ralentización de la economía mundial y las limitaciones medioambientales.
No es nada nuevo decir que el enorme crecimiento económico chino se ha sustentado en las exportaciones al exterior. Por eso, es completamente normal que cuando el resto del mundo, especialmente sus mejores clientes (Europa y Estados Unidos) se ven afectados por una dura crisis financiera, el gigante asiático se resienta. Con ello, no cabe duda de que el modelo de crecimiento chino necesita adaptarse a los nuevos tiempos.
Esto mismo pensaron los jefes del gobierno chino, que están luchando por encontrar un nuevo modelo de crecimiento económico. Y lo que están planeando supone un viraje hacia un sistema más parecido al occidental, orientado a la demanda interna, lo que lleva su tiempo y provoca incertidumbre, que es el enemigo número uno de las bolsas.
La incertidumbre surge porque es muy difícil cambiar a un modelo, manteniendo el anterior. Es como el balancín de un columpio, si subes un lado el otro tiene que bajar. Esto es porque resulta muy difícil reinvertir los enormes beneficios generados por las exportaciones en el país sin que se genere inflación, es decir, es muy difícil aumentar la demanda interna del país sin provocar aumentos de precios, incluyendo los costes laborales (salarios), que a su vez debiliten el modelo de exportación antes de haber consolidado el nuevo modelo.
Y por qué afecta tanto al resto de las economías…
Para hacernos una idea de la influencia de China en el resto del mundo no hay más que observar el efecto que ha tenido la reducción de su consumo en el desplome de las materias primas. La más destacada ha sido la del petróleo, que ha perdido más de un 60% de su valor en tan solo un año.
El problema de China surge en un momento de inestabilidad política y económica mundial, en el que China, como segunda potencia económica, tiene cada vez un papel más relevante. Del mismo modo, el crecimiento que se ha vivido en el país asiático en los últimos años ha sido espectacular; a finales de los noventa tenía un PIB de un billón de euros, muy similar al que tenía España entonces. En 2015, el PIB chino se había multiplicado por 8, afianzándose como segunda economía mundial. De la misma manera ha crecido su sistema financiero. Los activos en manos de sus bancos rondan los 35 billones de dólares.
Imagine que una parte de esos billones se hubiera invertido en ciudades fantasma y en políticas keynesianas para construir y derribar edificios. Serían considerados activos tóxicos por los inversores, como los que provocaron la última crisis financiera en Occidente. Tan solo con pensar que pudiera ocurrir algo similar en el motor de crecimiento económico mundial asusta. Y mucho. Lo que ha provocado fuertes huídas de capital y que las bolsas se tambaleen.
¿Pero por qué cae tan violentamente la bolsa?
En teoría no existe ninguna razón para que las bolsas reaccionen de forma tan agresiva. Pero el mercado se mueve por expectativas. La desconfianza del crecimiento chino, unido a la velocidad de las caídas del yuan y a la debilidad de la economía mundial, han convertido las pequeñas dudas en la economía china en un cóctel explosivo.
Sin embargo, no todo es tan negro, que China sufra una desaceleración supone que no va a seguir creciendo a un ritmo del 7% durante los próximos años, pero todo apunta a que si tendrá un crecimiento medio del 6% durante unos cuantos años.