Se ciernen nubarrones sobre Italia. Hay quienes incluso hablan de una posible salida de Italia del euro. El país transalpino se enfrenta a un gran dilema, apostar por el crecimiento o respetar los compromisos con Bruselas y continuar en la senda de reducción del déficit.
Si a lo largo de los últimos años, los países de la Unión Europea han crecido económicamente, la actual situación en Italia parece poner en riesgo la buena marcha de la economía europea.
Antecedentes
Ahora bien, los problemas que atraviesa Italia no son algo nuevo. La economía italiana lleva padeciendo los mismos males desde hace tiempo. La baja productividad daba lugar a un crecimiento económico débil y cuando se producían crisis económicas, la solución habitual era recurrir a devaluar la lira italiana.
Por ello, son muchos los euroescépticos en Italia que hablan de una salida del euro. Todavía recuerdan los tiempos en que gracias a la devaluación de la lira era posible regresar al camino del crecimiento económico. No obstante, con el euro, no todo han sido desventajas para Italia. Gracias a la moneda única, Italia disfrutaba de una baja inflación y de bajos tipos de interés. Por otro lado, devaluar la moneda no siempre es la mejor solución, ya que, pese al estímulo ocasional, se hacían necesarias reformas estructurales para mejorar la productividad a largo plazo.
Italia, una economía muy endeudada
Pues bien, con estos antecedentes, Italia se enfrenta a un crecimiento económico inferior al de la media europea. Estamos hablando del 1,5% italiano frente al 2,5% europeo. Para mayor dificultad, Italia afronta un elevadísimo endeudamiento, que supone, en 2018, el 132% de su Producto Interior Bruto. Todo ello sitúa a Italia como el país europeo con mayor nivel de deuda pública después de Grecia.
Cabe destacar que Italia, con un Producto Interior Bruto de 1,7 billones de euros, es la tercera economía de la zona euro. El problema radica en que su deuda es de 2,2 billones de euros. Esto supone que la deuda absorbe un volumen muy importante del gasto público.
Si en principio Italia y la Comisión Europea habían acordado un déficit público del 0,8%, los presupuestos presentados por el gobierno italiano dejarían el déficit en un 2,4%. Así pues, frente a las autoridades europeas, que abogan por la reducción del déficit, el gobierno italiano pretende relajar el objetivo del déficit para tratar de alcanzar un mayor crecimiento económico.
Desde Europa se hace hincapié en el cumplimiento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Recordemos que el Pacto de Estabilidad y Crecimiento tiene por objetivos la convergencia de las economías europeas y unas finanzas públicas saneadas. Entre otras cosas, este acuerdo establece que el déficit fiscal no debe superar el 3% del Producto Interior Bruto. En ocasiones, se ha permitido a algunos países relajar el objetivo de reducción del déficit. No es el caso de Italia, a quien no se le han dado facilidades en este sentido. Es más, el déficit propuesto por el gobierno italiano se sitúa en el 2,4%, quedando fuera de la aplicación de procedimientos europeos por déficit excesivo.
El gran dilema
La experiencia de países como Japón y Bélgica muestra que la mejor forma de reducir un elevado nivel de deuda pública (como ocurre en Italia) es un crecimiento económico que se mantenga a lo largo del tiempo. Por ello, el gobierno italiano plantea un plan de estímulo a la economía. Y como es habitual, todo estímulo a la economía suele conllevar un incremento del déficit público. Para tal propósito, el gobierno italiano propone rentas para los desempleados, incentivos fiscales a las empresas que contraten trabajadores y un ambicioso plan de inversiones de 15.000 millones de euros para modernizar las infraestructuras.
Sin embargo, el incumplimiento de las normas de déficit conlleva el pago de unos tipos de interés mayores. Quienes defienden la disciplina presupuestaria temen que Italia pueda entrar en una peligrosa espiral entre aumento de déficit e intereses de deuda. Los más pesimistas creen que no respetar las normas presupuestarias podría suponer un incremento desmesurado de los tipos de interés, la salida del euro de Italia y para colmo de males, el empobrecimiento de la ciudadanía italiana.
De lo que no cabe duda es que la economía italiana necesita abordar reformas a largo plazo. Es necesario integrar a mujeres y jóvenes en el mercado de trabajo e incrementar la productividad. El problema es que al llevar a cabo reformas estructurales, el crecimiento a corto plazo se resiente.