Las primeras décadas del siglo XXI han dado lugar a nuevos retos para la sociedad, y uno de ellos es una preocupación creciente por el futuro de los jóvenes en el mundo; quienes no lo tienen fácil, ¿o sí?
Siendo una generación atrapada entre dos crisis, el deterioro de su calidad de vida puede parecer una predicción segura si contamos con problemas como el envejecimiento demográfico, el desempleo o el acceso a la vivienda.
Sin embargo, también hay motivos para la esperanza que suelen ser olvidados cuando se trata este tema.
Los jóvenes: una generación en crisis
«La evolución de la economía en los últimos años ha sido especialmente desfavorable para los jóvenes, quienes han sufrido dos crisis de dimensiones históricas en poco más de una década.»
Sin lugar a dudas, el ámbito en el que los jóvenes están encontrando mayores dificultades para desarrollar sus proyectos vitales es el trabajo. La razón es que, en numerosas ocasiones, ellos sufren con más intensidad problemas como el desempleo o la precariedad laboral, lo que les dificulta el acceso a unas condiciones de vida estables, mejorar su bienestar económico y hasta, incluso, progresar como profesionales.
En este sentido, es importante recordar que la evolución de la economía en los últimos años ha sido especialmente desfavorable para los jóvenes, que han sufrido dos crisis de dimensiones históricas en poco más de una década. Eso significa, por ejemplo, que un «millennial» nacido en 1990 que hubiera querido entrar en el mercado laboral a los 18 años se habría encontrado con la Gran Recesión de 2008, que en muchos países se prolongó hasta 2013. El problema es que apenas 7 años más tarde, al llegar a los 30, habría presenciado una crisis mundial incluso mayor.
De hecho, de acuerdo con los datos que publica la OCDE relativos al mes de octubre de 2020, el desempleo juvenil había vuelto a crecer en todo el mundo como consecuencia de la pandemia. Especialmente preocupantes son los datos de países como Colombia (20,2 % hombres, 37,5 % mujeres), Grecia (33,3 %, 47,5 %), Italia (26,2 %, 31 %), Lituania (31,6 %, 22,2 %) y España (38,9 %, 42,2 %). El problema también alcanza a economías caracterizadas por tasas de desempleo reducidas, como Reino Unido o Luxemburgo.
No todo es desempleo: el subempleo y la informalidad económica
Estos datos pueden ser relativizados si consideramos que el empleo informal suele ser más frecuente entre las generaciones más jóvenes y, por tanto, es posible que algunos de estos índices no sean tan altos en realidad. No obstante, admitir esta objeción también supone reconocer otro problema, la alta tasa de informalidad. Además, tampoco debemos olvidar el subempleo, que hace referencia a aquellos que se encuentran ocupados en actividades profesionales que requieren una menor cualificación que la que poseen; un subempleo en el que los jóvenes, como en los casos anteriores, también salen perdiendo.
Así, es evidente que el impacto de dos crisis de tanta magnitud en tan poco tiempo ha supuesto una seria dificultad para el desarrollo profesional de muchos jóvenes.
Volviendo al ejemplo anterior, un joven que hubiera querido trabajar desde 2008 y no lo hubiera conseguido hasta 2013, habría perdido 5 años de experiencia laboral que le hubieran permitido acceder a mejores puestos de trabajo en el futuro. De esta manera, se habría resignado a trabajos muy por debajo de su cualificación académica. Retrasando, de esta manera, su crecimiento en el mundo laboral.
El coste de la precariedad
«A nivel social es difícil prever las consecuencias de este fenómeno, pero no es imposible pensar en un aumento de las desigualdades a largo plazo.»
En algunos países, esta combinación de sobrecualificación y desempleo ha empujado a muchos jóvenes a emigrar en busca de mejores oportunidades. Cabe destacar que este fenómeno no ha desaparecido a pesar de las restricciones estatales en los países de origen y destino.
Se genera así un serio peligro de que el país emisor de emigrantes entre en un círculo vicioso de empleos precarios que generan poco valor añadido a la economía y apenas permiten la formación de capital humano. Todo ello, alimentado por el aumento del desempleo que provoca un exceso de oferta de mano de obra y presiona los salarios a la baja.
A nivel social es difícil prever las consecuencias de este fenómeno, pero no es imposible pensar en un aumento de las desigualdades a largo plazo, como puede ser el hecho de que existan países en los que el 90% de los jóvenes no cuentan con ingresos para vivir solos.
Además, podrían estar formándose dos mercados laborales paralelos, uno para los jóvenes que consiguen entrar en la economía formal y acceder a puestos de trabajo con mejores condiciones, y otro para los demás, caracterizado por la precariedad e incluso la excesiva informalidad económica.
Víctimas de la legislación: ¿Qué tan ineficiente es el mercado?
«Cuando se regula el mercado laboral, se debe considerar también el impacto sobre los trabajadores de la economía informal.»
¿Podemos decir entonces que la generación millennial está perdida? En absoluto. Más bien al contrario, existen numerosos factores que invitan al optimismo, o al menos nos permiten acercarnos a una solución a los problemas que hemos mencionado.
En primer lugar, es importante recordar que el desempleo juvenil suele ser más acusado en las economías donde existe una regulación laboral rígida e ineficiente (en Europa tenemos diversos ejemplos). Por tanto, en la medida en que avanza la globalización y los patrones de demanda de las empresas se vuelven más volátiles, es posible que estos países se vean obligados a flexibilizar su legislación y regular de forma diferente, reorientando toda la legislación vigente.
La intervención ineficiente
Recordemos que, desde la teoría económica, cuando un mercado se ve partido en dos por la introducción artificial de un «peaje» se multiplican las ineficiencias.
De esta manera, dado que el sistema de precios no puede funcionar libremente, puede haber un exceso de oferta o demanda en un mercado y escasez en el otro. Lo hemos visto en Cuba, Argentina y Venezuela, donde se ha intentado controlar la compraventa de divisas y el resultado ha sido crear dos mercados: uno oficial, con precios bajos y de acceso muy restringido, y otro informal de precios más altos pero accesible al resto de la población.
El caso del mercado laboral
El mercado laboral no es diferente en este sentido.
La existencia regulaciones que establecen artificialmente unos costes añadidos a la contratación (salarios mínimos, cargas sociales, convenios generales, etc.) eleva el precio del factor trabajo en el sector más regulado. Sin duda, esto mejora la condiciones de sus trabajadores. El problema es que al hacerlo podría reducirse, en mayor medida, la demanda de trabajo en ese sector y el exceso de oferta acaba volcado en el otro, caracterizado por los contratos temporales y la informalidad.
Por tanto, podemos concluir diciendo que cuando se establece una legislación laboral, hay que considerar también el impacto sobre los trabajadores de la economía informal.
La teoría de los dos mercados
«Es previsible que la unificación de mercados laborales acabe beneficiando a los jóvenes».
En el fondo, los mercados partidos en dos funcionan bajo la misma lógica, tanto el de divisas como el laboral. En el primer caso, hay un sector regulado con precios artificialmente bajos, lo que contrae la oferta y genera un exceso de demanda que sube los precios en el no regulado.
Cuando hablamos del caso del mercado laboral, lo que tenemos es el caso inverso: un sector regulado con precios artificialmente altos, los cuales reducen la demanda. Esto, a su vez, genera un exceso de oferta que repercute sobre los sectores menos regulados, hundiendo los precios del trabajo, es decir, los salarios.
La evidencia empírica nos enseña que en la integración de mercados, una economía de mercado, así como la libre formación de precios en este tipo de economías, es, pese a los fallos que puedan tener lugar, la mejor manera de asignar los recursos de forma eficiente. En el siglo XXI, la globalización parece haber hecho esta afirmación más evidente que nunca, empujando a numerosos Gobiernos a replantear las rigideces de su regulación laboral.
Hoy, en estos países, la dualidad laboral hace que ante una caída de la actividad económica, el peso del ajuste caiga casi por completo sobre los sectores menos protegidos. Por lo tanto, es previsible que todas las medidas dirigidas a reducir los peajes y acercar ambos mercados acabarán beneficiando a los jóvenes, dado que permitirían repartir el impacto de los ajustes sobre toda la fuerza laboral, en lugar de hacerlo sólo sobre ellos.
Hay más motivos para confiar
«Los trabajadores tienen cada vez más poder para elegir cómo se forman, en lugar de confiar su futuro laboral a la buena marcha de un país, su regulación o su propio sistema educativo.»
Otro motivo de optimismo es la formación de capital humano, es decir, el valor añadido que los jóvenes pueden aportar a las empresas gracias a sus habilidades y conocimientos. En una época marcada por profundas transformaciones económicas como la robotización o el teletrabajo, la familiaridad de los jóvenes con la tecnología puede colocarlos en una posición de privilegio para acceder a los nuevos trabajos que, sin lugar a dudas, aparecerán en los próximos años.
Además, los jóvenes del siglo XXI tienen la gran ventaja de poder acceder a un amplio mercado educativo global. Hace años, si en un país había una educación deficiente, la mayoría de los jóvenes debía resignarse y sólo unos pocos podían permitirse una formación de calidad en el extranjero. Aún hoy podemos ver restos de esos sistemas educativos fracasados, produciendo trabajadores cada vez peor formados y en especialidades no siempre demandadas.
La globalización: un mundo de oportunidades
Sin embargo, la expansión de la economía digital por todo el mundo (impulsada más aún a raíz de la pandemia) ha cambiado el escenario por completo. Ahora, gracias a la educación globalizada y al teletrabajo, un joven desde la India puede formarse en una universidad de Estados Unidos y, con esos conocimientos, trabajar para una empresa con sede en Europa; y todo ello sin moverse de su casa.
En el fondo, esta globalización educativa no es otra cosa que una unificación progresiva de mercados que, anteriormente, estaban fragmentados por la geografía y la política.
Las ventajas son evidentes para el consumidor, ya que amplía la variedad de servicios a los que puede acceder y tiene más libertad para contratar el tipo de educación que quiera. De esta manera, los trabajadores tienen cada vez más poder para decidir cómo se forman según lo que perciban que se demanda en el mercado, en lugar de confiar su futuro laboral a la buena marcha de un país, su regulación o su propio sistema educativo.
Recetas: más globalización y digitalización, menos regulación ineficiente
«Es conveniente detenernos a pensar y ver qué acciones se llevan a cabo, pues deben entender nuestros gobernantes que de estos jóvenes depende el futuro de la sociedad.»
En conclusión y contrariamente a lo que suele repetirse, lo que vemos en este análisis es que no estamos hablando de un problema ocasionado por los jóvenes, pues los datos nos dicen que estos no son precisamente los responsables de las dificultades que encuentran.
En este sentido, también influye la aplicación de políticas educativas deficientes y políticas laborales aún peores. De hecho, los datos de la OCDE nos dicen que aquellos países que menor desempleo juvenil presentan suelen ser países menos regulados y que, paradójicamente, funcionan mejor.
Esto significa que, por un lado, sobrevaloramos la idea de que los jóvenes no tienen futuro en esta economía, de la misma manera que infravaloramos el poder de una economía de mercado para crear empleo lejos de una constante intervención, así como el poder de una globalización que hoy se encuentra muy amenazada y, erróneamente, cuestionada.
Por esta razón, es conveniente detenernos a pensar y ver qué acciones se llevan a cabo, pues deben entender nuestros gobernantes que de estos jóvenes depende el futuro de la sociedad.