La guerra en Ucrania, las tensiones entre los países de la OTAN y Rusia, así como la siempre difícil relación entre China y Taiwán han provocado un incremento del gasto en defensa. ¿Qué supone el incremento del presupuesto militar? ¿Cuáles son sus efectos sobre la economía? ¿Qué argumentos a favor y en contra podemos encontrar?
No cabe duda de que el estallido de la guerra de Ucrania en febrero de 2022 provocó un destacado incremento del gasto militar. Occidente se ha apresurado a modernizar su equipamiento y a incrementar sus arsenales mientras Rusia trata de sostener el descomunal coste económico de una guerra que se prolonga.
Mientras que en 2022 Estados Unidos lidera el gasto militar con 800.000 millones de dólares, China ocupa el segundo lugar con un gasto de 293.000 millones de dólares. El coloso asiático que no solo es una gran potencia económica, también posee un gran ejército y mantiene unas tensas relaciones con Taiwán. India, acostumbrada a tensiones y enfrentamientos con el vecino Pakistán, se sitúa en tercera posición destinando a partidas militares 77.000 millones de dólares en 2022.
El gasto en defensa se integra en los presupuestos públicos. Como tal, se encuadra en un componente del PIB que es el gasto público. Las partidas para gastos militares siempre son polémicas. Hay quienes sostiene que el aumento del gasto en defensa estimula la actividad industrial y, por tanto, el conjunto de la economía, mientras que, los más críticos argumentan que podría ser empleado para partidas de carácter social.
Gasto militar sobre el PIB
Un término que suele emplearse para medir los recursos económicos destinados a defensa es el porcentaje del gasto de defensa sobre el PIB. Es el caso del conocido compromiso de los países de la OTAN, que buscan incrementar su gasto en defensa un 2% sobre el PIB.
Así pues, Estados Unidos, que encabeza la OTAN, destinó en 2022 a defensa un gasto equivalente al 3,47% de su PIB. Esto significa que Estados Unidos dedicó a partidas de defensa unos recursos económicos que suponen el 3,47% de los bienes y servicios producidos en el país en el periodo de un año.
Por el contrario, se calcula que Rusia, que se halla inmersa en una larga guerra en Ucrania, destina el 3,3% de su PIB a defensa. Tal ha sido el impacto económico de la guerra de Ucrania en el presupuesto público ruso que el gasto en defensa es la segunda partida más importante.
Más allá de los datos concretos de dos potencias militares como Rusia y Estados Unidos, lo más frecuente es que los países destinen a fines militares cantidades inferiores al 4% de su PIB.
Si examinamos el gasto mundial en armas en el año 2021, las cifras resultan sencillamente astronómicas. Así, la cantidad total del gasto mundial en armas puede llegar a ser ligeramente inferior al PIB de economías como la de Francia y superar con creces la riqueza generada a lo largo de un año por países como España e Italia.
Argumentos a favor
Ya desde 2010, Estados Unidos venía solicitando un esfuerzo adicional a sus socios de la OTAN en lo relativo al gasto en defensa. Así, en este caso, el incremento del gasto en defensa responde a un compromiso internacional por parte de los estados miembros de la OTAN.
En situaciones internacionales de tensión, las fuerzas armadas de los países pueden funcionar como instrumento disuasorio de política internacional. Este es el argumento que muchos esgrimen al abogar por unas fuerzas armadas dotadas de un equipamiento moderno y en buen estado.
Asimismo, los partidarios del aumento del gasto militar sostienen que el incremento de estas partidas no solo permiten disponer de unas fuerzas armadas más operativas, sino que también estimulan el crecimiento industrial y económico.
En este sentido, cabe recordar lo sucedido en la guerra fría, cuando, a partir de los años 50, la industria armamentística resultó un elemento clave en la economía de los Estados Unidos. Y es que el 30% del gasto militar estadounidense se concentró en tan solo 10 empresas, entre las que se encontraban Boeing o Mac Donnell-Douglas. Así, se generaban numerosos empleos en la industria militar estadounidense, al tiempo que las compañías armamentísticas veían incrementados sus beneficios.
Ahora bien, el gasto en defensa no solo repercute directamente en las empresas que se benefician de sustanciosos contratos con el Estado. También las empresas de servicios auxiliares se benefician de contratos públicos o de contratos para apoyar el trabajo de las empresas de defensa. Por tanto, se genera no solo empleo directo, sino también empleo indirecto.
De hecho, desde el punto de vista del I+D+i, muchas de las tecnologías desarrolladas por la industria militar pueden ser difundidas y, por tanto, trasladadas al ámbito civil.
Posiciones en contra
Cuestiones como el compromiso de los países de la OTAN a incrementar su gasto en defensa hasta llegar al 2% del PIB han generado una importante controversia.
El incremento de los gastos militares no resulta especialmente popular en tiempos de crisis económica o en escenarios de elevada inflación. En este sentido, hay quienes se oponen al aumento del gasto de defensa, pues dichas partidas públicas podrían ser empleadas en sanidad, educación y protección de las clases sociales más vulnerables.
Tampoco hay que olvidar que un gasto militar desmedido puede contribuir al endeudamiento excesivo del Estado. Un claro ejemplo tuvo lugar en Estados Unidos a partir del año 2001. Con los conflictos de Afganistán e Irak, el economista Joseph Stiglitz llegó a estimar el gasto militar estadounidense en torno a los 3 billones de dólares. Todo ello, combinado con la crisis de las hipotecas subprime, contribuyó al endeudamiento y desestabilización de la economía de los Estados Unidos.
Otro argumento que esgrimen los críticos al incremento del gasto en defensa es que la producción de armas no contribuye a la verdadera generación de riquezas. Señalan que el gasto militar no supone una verdadera aportación a la economía real y productiva. Así, son los recursos destinados a la producción civil los que verdaderamente favorecen el crecimiento de la economía real.
Por otra parte, las cuantías destinadas a armamento, frenan el crecimiento de la industria civil y el armamento vendido a terceros países impide que los países menos industrializados destinen recursos a infraestructuras, educación y sanidad.
Más allá de ser una cuestión muy controvertida, existen argumentos y experiencias históricas a favor y en contra del incremento del gasto en defensa. En esta compleja cuestión se combinan elementos como seguridad, política internacional, desarrollo económico civil y la elección entre partidas sociales y partidas militares.