Occidente apostó por las sanciones económicas como respuesta a la invasión rusa de Ucrania. Sin embargo, la guerra económica no es un fenómeno reciente.
Tiempo atrás, en la Edad Media, se prohibían las importaciones o se expulsaba del reino a los mercaderes extranjeros. En las guerras napoleónicas, los británicos impusieron un bloqueo económico a Francia, cosa que también tuvo que padecer la Confederación en la guerra de secesión estadounidense y que sufrió con gran rigor la Alemania de la Primera Guerra Mundial.
Pero, ¿realmente estas medidas son efectivas? ¿Ayudan a vencer en una guerra o pueden llegar a ser contraproducentes? Analicemos algunas experiencias históricas.
Las dos guerras mundiales
En la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña, valiéndose de su gran poderío naval, impuso un bloqueo marítimo a Alemania. Todo ello imposibilitó que Alemania se abasteciese de los bienes de las naciones neutrales.
La Gran Guerra concluyó en 1918, la pesadilla de las trincheras finalizó y la escasez se hizo sentir en la sociedad alemana. Sin embargo, el mundo estaba aterrorizado por la posibilidad de que pudiera estallar un nuevo conflicto global. Había que evitar la guerra a toda costa y se apostó por las sanciones económicas como instrumento coercitivo.
Ahora bien, los países no podrían actuar en solitario a la hora de imponer sanciones económicas, pues la Sociedad de Naciones, como organismo precursor de la ONU, sería el gran foro donde se aprobarían conjuntamente dichas sanciones.
De hecho, el Tratado de Versalles, impuso fuertes sanciones económicas a Alemania, que fue condenada a pagar el coste de la guerra. Alemania quedó sumida en la pobreza al no poder asumir unos costes tan elevados y, cuando se produjo la suspensión de pagos, las tropas francesas ocuparon la región industrial del Ruhr. El hambre y la hiperinflación asolaron Alemania, dando lugar a un contexto social propicio para que emergieran ideologías totalitarias como el nazismo.
También, durante el periodo de entreguerras, Italia atacó Abisinia y en 1935 se decidió imponer sanciones al régimen de Mussolini. Se propuso un bloqueo a Italia del canal de Suez y restricciones en el abastecimiento de petróleo. Pero la falta de voluntad de países como Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña dejaron en papel mojado estas sanciones, que fueron retiradas en 1936.
Poco antes de la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, ya preocupaba la deriva expansionista de Japón. En julio de 1941 los japoneses ocuparon la Indochina francesa y el presidente Roosevelt ordenó la congelación de los activos japoneses en Estados Unidos y un embargo petrolífero. Estas sanciones económicas dejaron a un Japón escaso de combustible en una complicada tesitura y fueron uno de los factores que propiciaron el ataque nipón a Pearl Harbor.
¿Sanciones efectivas?
Resulta discutible si las sanciones económicas son una herramienta útil o si pueden tener un verdadero efecto en el cambio de rumbo de un gobierno. Donde las sanciones económicas no han cumplido su propósito ha sido en países como Corea del Norte y Cuba, pues siguen siendo regímenes totalitarios a pesar de haber sufrido unos bloqueos que se han prolongado durante décadas.
Donde las sanciones sí tuvieron una notable influencia fue en la Sudáfrica del apartheid. En aquella ocasión, el gobierno racista de Sudáfrica vio cómo se le negaba el acceso al petróleo, al tiempo que se le añadía un embargo de armas. Gracias a ello, Sudáfrica fue derogando progresivamente las leyes racistas.
La experiencia de Sudáfrica suele exponerse como el gran ejemplo de que las sanciones económicas pueden producir cambios políticos. Más aún, el propio Nelson Mandela reconoció que las sanciones económicas habían tenido una gran efectividad para poner fin al apartheid.
El caso de Irak en los años 90, también resulta llamativo. En esta ocasión, las sanciones provocaron un verdadero drama humanitario en el país. Irak no pudo adquirir medicinas ni maquinaria médica, así como tampoco podía comprar repuestos para plantas de tratamiento de agua. Los niños morían de hambre como consecuencia del bloqueo económico y el dictador iraquí Sadam Hussein permaneció en el poder. Esta experiencia demostró que las sanciones económicas no evitaron la guerra en Irak.
¿Cuál es el propósito?
Más allá de los distintos éxitos y fracasos a través de las sanciones económicas a lo largo de la historia, queda claro que el objetivo de estas medidas es debilitar la economía de un país al que se considera hostil.
No obstante, muchas veces, el efecto de las sanciones económicas puede desembocar en una situación opuesta a la que se pretendía llegar. El resultado puede traer consigo un deterioro de los derechos humanos, un incremento del sufrimiento de la población e incluso puede reforzar a los dictadores. En este sentido, de acuerdo con las investigaciones de la Universidad de Drexel, solamente la tercera parte de las sanciones económicas tienen el efecto deseado.
Dentro de las sanciones, hay muchas formas de erosionar la economía de un país hostil. Las medidas que se pueden llevar a cabo son variadas, pueden implementarse sanciones comerciales, militares, financieras y de movilidad. Dentro de esta gran variedad de medidas, las más habituales son las sanciones de tipo financiero y económicas.
Al utilizar la economía como un arma, las consecuencias se hacen sentir fuertemente entre la población del país afectado. El objetivo es hacer entender a la población que sus gobernantes están haciendo algo incorrecto que les está conduciendo a un malestar social y económico.
Por el contrario, los gobernantes de los países sancionados tratarán de culpabilizar a las potencias extranjeras de las dificultades económicas causadas por las sanciones internacionales.
El caso concreto de Rusia
Habitualmente, las sanciones económicas se imponían a pequeños estados, sin embargo, es la primera vez que se despliega una gran batería de sanciones contra una potencia nuclear y un actor geopolítico de la talla de Rusia.
A los pocos días de producirse la invasión rusa de Ucrania, se congelaron los activos de las altas esferas políticas y de los oligarcas rusos.
Además, se prohibieron los vuelos a Rusia, se restringió a las aerolíneas rusas sobrevolar el espacio aéreo de numerosos países, quedaron restringidas las importaciones de carbón, petróleo y gas ruso y los grandes bancos rusos quedaron fuera del sistema financiero.
También las reservas rusas en moneda extranjera fueron congeladas por los países occidentales. Ni los artículos de lujo rusos se han librado de las sanciones, pues se prohibió su importación.
No solo las iniciativas de los gobiernos occidentales castigaron la economía rusa, pues importantes empresas internacionales, como McDonald’s, Starbucks y Coca-cola, anunciaron que dejaban de operar en Rusia.
Semejantes movimientos parecen tener un efecto devastador en la economía rusa. La caída puede ser tal que en 2022 el PIB ruso podría desplomarse entre un 8% y un 30%. La divisa rusa, el rublo, se ha desplomado y se cree que la inflación oscila entre el 18% y el 20%, lo que erosiona gravemente el poder adquisitivo de la población rusa y la conduce hacia un empobrecimiento generalizado.
En este desolador panorama económico, China parece ser uno de los pocos socios que le quedan a Rusia. Sin embargo, las empresas chinas Xiaomi y Lenovo han suspendido un volumen importante de sus operaciones de exportación a Rusia.
Pero, dejando a un lado las cifras macroeconómicas, ¿cómo afecta esto a los ciudadanos rusos en su día a día? Pues bien, en las fábricas rusas, las reservas de existencias se están agotando, los aviones Boeing y Airbus de las compañías aéreas rusas permanecen en tierra, sin repuestos, mientras se plantea recurrir a viejos aviones rusos menos seguros y eficientes.
La empresa del ferrocarril rusa RhzD han suspendido las obras para trenes de alta velocidad debido a que Siemens ha abandonado el país y ya no se encarga de las labores de mantenimiento. Hasta tal punto llega el aislamiento de Rusia que tampoco llegarán los preciados chips de Taiwán, imprescindibles para la fabricación de numerosos electrodomésticos.
A la vista de estos ejemplos cotidianos, queda claro que el plan del presidente ruso Vladimir Putin ha fracasado en su afán de sustituir el 90% de las importaciones por producción nacional. Y es que, Rusia se enfrenta a las terribles consecuencias de un desabastecimiento.
No menos preocupante es el camino de Rusia hacia el “default” o suspensión de pagos. Se trataría de la primera vez que Rusia entra en suspensión de pagos desde el año 1918.
Esto supondría que los inversores extranjeros que hayan invertido en Rusia, no cobren sus deudas. Ante semejante descalabro, nadie querrá prestar dinero a una Rusia insolvente, llegarán los recortes sociales a los ciudadanos rusos, los mecanismos de protección social se desmoronarán y el desempleo aumentará de forma alarmante.
Ante la ausencia de inversiones en el país, será difícil crear puestos de trabajo, lo que puede derivar en una proliferación del mercado negro y en un incremento de la delincuencia.
Las sanciones persisten, la economía rusa se deteriora a pasos agigantados, pero, a pesar del daño económico sufrido, la guerra no termina en Ucrania. Así pues, queda claro que las sanciones económicas por sí solas no frenan un conflicto, simplemente son un instrumento más.