Guerra de Irak
La guerra de Irak (2003) fue un conflicto bélico entre Estados Unidos que, apoyado por una coalición internacional, se enfrentó al régimen iraquí que presidía Saddam Hussein. El conflicto se saldó con la caída del dictador iraquí Saddam Hussein, pero, tras la guerra, Irak se convirtió en un país asolado por la insurgencia, el terrorismo y la miseria.
Las causas que motivaron la invasión de Irak han sido objeto de una gran polémica. Así, Estados Unidos argumentaba que Irak poseía armas de destrucción masiva, al tiempo que afirmaba que existían vínculos entre el régimen de Saddam Hussein y el grupo terrorista Al Qaeda. Sin embargo, no logró demostrarse la existencia de armas de destrucción masiva ni la relación entre Sadam Hussein y Al Qaeda.
Más allá de las armas de destrucción masiva, hay quienes señalan que el conflicto estuvo impulsado por motivaciones económicas, pues afirman que Estados Unidos buscaba acceder a las vastas reservas de petróleo de Irak.
Por otra parte, en el plano internacional, la guerra de Irak causó una importante fisura entre las grandes potencias mundiales. Así, Gran Bretaña, Estados Unidos y España, abanderaron la guerra de Irak, mientras que Francia, Rusia, Alemania y China mostraron una firme oposición al conflicto.
Antecedentes del conflicto
Con el final de la guerra del Golfo (1991), Irak fue obligado a desmantelar sus arsenales de armas de destrucción masiva y a someterse al control de los inspectores de la ONU, al tiempo que se determinaba una zona de exclusión aérea.
Por otra parte, se impuso un estricto bloqueo económico por el cual se prohibían las exportaciones de petróleo iraquíes. No obstante, este bloqueo se flexibilizó, permitiendo la venta de petróleo para adquirir alimentos y medicinas. Al amparo de la ONU, este programa fue bautizado como “petróleo por alimentos”.
A pesar de todo, el gobierno estadounidense continuó con su embargo comercial a Irak y, en 1998, el país fue bombardeado por Gran Bretaña y Estados Unidos debido a la resistencia de Saddam Hussein a desmantelar sus arsenales.
El camino hacia la guerra de Irak
La llegada de George W. Bush a la Casa Blanca pondría más aún en el punto de mira a Irak. Así, el régimen iraquí quedaba incluido en el denominado “eje del mal”, mientras el presidente Bush insistía en los vínculos entre Irak y la organización terrorista Al Qaeda.
Con la tensión en aumento, desde la ONU, se impusieron inspecciones armamentísticas a Irak. Entre noviembre de 2002 y marzo de 2003, los inspectores no encontraron indicios de que Irak poseyera armas de destrucción masiva.
Mientras tanto, Estados Unidos, tratando de legitimar la guerra, exponía ante la ONU una serie de pruebas que trataban de demostrar que Irak disponía de armas de destrucción masiva. No obstante, dichas pruebas resultaron ser falsas, pues tras la invasión de Irak en 2003 no se encontraron armas químicas, biológicas o nucleares.
A pesar de la oposición a la guerra por parte de países como Rusia, Francia, Alemania y China, Estados Unidos comenzó a fraguar una coalición internacional para acabar con el régimen de Saddam Hussein. Entre los países que lideraban esta coalición se encontraban Estados Unidos, Gran Bretaña y España, que en la Cumbre de las Azores acordaron un ultimátum para Irak. El ultimátum imponía el desarme de Irak para evitar la guerra.
En cuanto a si la intervención fue acorde a derecho internacional, existe también una gran polémica. Así, son multitud los que afirman que la guerra de Irak fue una flagrante violación de la legalidad internacional, puesto que no había un mandato explícito de la ONU. En contraposición, quienes eran partidarios de la guerra, sostenían que la resolución 1441 y la expresión “graves consecuencias” era suficiente para justificar la guerra, a lo que también añadían que otros conflictos se libraron sin el mandato de la ONU.
La invasión de Irak
El 20 de marzo de 2003 estallaba la guerra de Irak. Los aviones y buques de guerra de la coalición comenzaban las operaciones de bombardeo. Posteriormente, las tropas de la coalición procedían a la intervención terrestre, derrotando rápidamente a las fuerzas iraquíes.
Para abril de 2003, la resistencia iraquí se desmoronaba y las tropas de la coalición se hacían con el control de Bagdad. Finalmente, el 1 de mayo de 2003, el presidente estadounidense George W. Bush, anunciaba el final de los combates en Irak.
Pero la invasión no había supuesto el final de la guerra en Irak. Con un país sumido en el caos, la ocupación de Irak iba a ser terriblemente convulsa. Mientras tanto, Estados Unidos y Gran Bretaña establecieron un gobierno provisional en el país.
Una ocupación caótica
De la administración del país se encargó la Organización para la Reconstrucción y Ayuda Humanitaria en Irak, inicialmente encabezada por el ex militar Jay Garner, que posteriormente fue reemplazado por Paul Bremer, quien ocupó el cargo de administrador civil de Irak. Ya en el año 2004, las autoridades de ocupación terminaron por transferir el poder a Irak.
Por su parte, las tropas de la coalición continuaban buscando a Saddam Hussein, mientras que las armas de destrucción masiva continuaban sin aparecer. Finalmente, Saddam fue capturado un 13 de diciembre de 2003, siendo juzgado, condenado a muerte y ejecutado a finales de 2006.
Sin embargo, la caída del régimen de Saddam Hussein no significó el final de la violencia en Irak. La insurgencia se enzarzó en combates con las tropas de la coalición, estallaron enfrentamientos entre las distintas etnias (chiíes y suníes) y el país fue víctima del terrorismo de Al-Qaeda.
La presencia militar de Estados Unidos en el país continuó hasta 2010, cuando se retiraron sus tropas. Únicamente quedó un contingente de menor envergadura encargado de las labores de formación y asesoramiento del ejército iraquí.
La guerra de Irak en el plano económico
Además del terrible drama humano, con cientos de miles de muertos y desplazados, la guerra de Irak supuso un gran coste económico para Estados Unidos. En este sentido, el economista Joseph Stiglitz llegó a afirmar que fue la guerra más onerosa que Estados Unidos ha afrontado desde la Segunda Guerra Mundial.
Continuando con el gran desembolso que supuso la guerra de Irak en Estados Unidos, Stiglitz aporta el siguiente dato: si en la Segunda Guerra Mundial el gobierno debía asumir un coste de 100.000 dólares por cada soldado, esa cifra se multiplicó por cuatro en la guerra de Irak. Y es que, los campamentos estadounidenses eran auténticas ciudades dotadas de toda clase de telecomunicaciones e instalaciones deportivas, todo ello sin olvidar el coste económico de los cuidados médicos que precisa un soldado herido.
Otro aspecto llamativo de la guerra de Irak fue la amplia presencia de mercenarios, también llamados contratistas. Se trata de ejércitos privados que desempeñaron operaciones de combate y labores de vigilancia en las bases. Privatizar la guerra no es algo precisamente barato, debido a los sueldos de los mercenarios, que son muy superiores a los de un soldado profesional. Cabe destacar el papel de la empresa militar Blackwater, cuyos contratos aumentaban de valor a medida que transcurría la ocupación de Irak.
Para Irak, la guerra significó un desastre social, económico y humano. El daño provocado en las infraestructuras eléctricas provocó una importante reducción del promedio de horas de suministro eléctrico. Más aún, la abundancia del petróleo, que tiene un peso importantísimo en el PIB iraquí, fue insuficiente para garantizar el abastecimiento de electricidad. Esto se debe a que Irak carece de la capacidad necesaria para refinar su petróleo.
Es curioso que, si bien Irak es un país rico en petróleo, después de la invasión, la tenencia en propiedad de automóviles descendió, incrementando por el contrario el uso de motocicletas y bicicletas.
Los largos años de enfrentamientos civiles, guerra y terrorismo, trajeron consigo la pobreza para los iraquíes. La destrucción, la corrupción y la inseguridad condujeron al país a elevadísimas tasas de desempleo.
Otro indicador de la pobreza que ha afrontado el país es la disponibilidad de alimentos. Desde la década de los 90 se repartían los alimentos más imprescindibles entre la población. Pero, tras la guerra, en 2011, Irak registraba un porcentaje de personas desnutridas del 5,7%, lo que venía a representar unos 1,9 millones de habitantes.
Uno de los grandes males endémicos de Irak ha sido la corrupción. Buena parte de los iraquíes pagaron sobornos, convirtiéndose en una práctica tristemente habitual, al tiempo que consideraban que los esfuerzos gubernamentales por luchar contra la corrupción eran insuficientes.
Un dato muy revelador sobre la corrupción data del verano del año 2003. Por aquel entonces, se destinaron 18.400 millones de dólares para reconstruir infraestructuras básicas, así como instalaciones sanitarias y escuelas. Pues bien, de ese total, solo 1.000 millones se emplearon en la reconstrucción, siendo el resto destinado a operaciones militares o perdiéndose fruto de la corrupción.