A lo largo de la Historia, la distribución de la población ha evolucionado. Con el éxodo rural, los habitantes se han desplazado del campo a las ciudades. Las aglomeraciones urbanas son sinónimos de progreso económico y de industrialización, convirtiéndose en los grandes motores de las economías nacionales.
Pero, más allá del desarrollo económico que tiene lugar en las grandes ciudades, estas enormes urbes generan externalidades negativas como la contaminación, un tráfico ineficiente o un consumo energético excesivo. Así pues, la respuesta está en las denominadas “ciudades inteligentes”.
Vivimos en un modelo económico que a lo largo de las últimas décadas se ha caracterizado por un gran crecimiento económico y que nos ha permitido alcanzar elevados niveles de desarrollo. Sin embargo, ese crecimiento mundial tiene sus inconvenientes, pues en muchas ocasiones se han sobreexplotado los recursos, empleando gran cantidad de energías fósiles y degradando la naturaleza.
He aquí donde aparece el concepto de desarrollo sostenible, que propone un uso más racional y eficiente de los recursos naturales, con una visión más a largo plazo caracterizada por el respeto al medio ambiente. Y cómo no, unido al desarrollo sostenible encontramos el concepto de “ciudad inteligente”.
Ciudades inteligentes y desarrollo sostenible
¿Qué es esta novedosa idea de “ciudad inteligente? ¿En qué consiste? Pues bien, una ciudad inteligente es aquella que para solventar sus problemas y gestionar su rutina emplea de manera intensiva las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC). Valiéndose de estas nuevas tecnologías, estas ciudades podrán ofrecer servicios con mayor grado de eficiencia, se reducirán las emisiones de carbono, los recursos se emplearán de manera eficiente, y por todo ello, favorecerán el desarrollo sostenible. Queda claro que en este modelo de ciudades, la tecnología será el elemento central en torno al que se desarrollen estas urbes del futuro. Y sí, se habla de ciudades del futuro porque para el año 2050, la ONU calcula que el 67% de la población mundial residirá en las ciudades.
Pero, ¿cómo puede mejorar una ciudad inteligente o “smart city” el bienestar de la población? ¿Cuáles son las bondades de estas urbes gobernadas por las TIC? Podemos encontrar ventajas que van desde el ahorro energético hasta unos trámites burocráticos más sencillos, pasando por un transporte público más eficiente, mayor seguridad en las infraestructuras o una gran abundancia de datos que puede ser de utilidad a las empresas.
¿Cómo pueden afectar las ciudades inteligentes a la vida de los ciudadanos?
Para muchos consumidores, interpretar la factura de la luz se convierte en todo un quebradero de cabeza: multitud de cifras, numerosos conceptos y un elevado importe final. Frente a la tradicional factura de la luz, como un elemento más de las ciudades inteligentes, podemos encontrar los “contadores inteligentes”. Estos contadores se instalan sin coste alguno para los ciudadanos, funcionan a través de las ondas de radio y permiten comprobar en cualquier momento cuánto se está gastando en servicios básicos como luz y gas. De esta manera, si los usuarios descubren que su consumo energético está siendo excesivo, pueden tomar medidas para reducirlo.
La congestión del tráfico y los atascos en las vías principales ponen a prueba la paciencia de muchos ciudadanos que acuden y regresan de sus puestos de trabajo. Para colmo de males, un sinfín de emisiones contaminantes brota de los tubos de escape de los vehículos particulares. La respuesta para reducir esta clase de emisiones es una apuesta decidida por el transporte público y una reducción del uso de los vehículos privados. De nuevo vuelven a entrar en juego las ciudades inteligentes en el transporte urbano.
Como se propuso en la ciudad de Nueva York, la solución sería contar con una flota de autobuses eléctricos. Por su parte, los usuarios del transporte público pueden contar con una aplicación que les muestre el itinerario del autobús que hayan tomado. Es más, este proyecto también implica sensores en los semáforos, de tal manera que cuando los autobuses se aproximen la luz verde se adelante o se prolongue. Todo esto contribuiría a un transporte urbano más eficiente y rápido, puesto que contaría con prioridad de paso en las intersecciones.
En la economía de libre mercado, uno de los grandes obstáculos se encuentra en las trabas burocráticas con las administraciones públicas. Las licencias, los permisos y el pago de impuestos conllevan un importante papeleo que supone tiempo y dinero a empresas y particulares. Para solventar esta cuestión, existirían aplicaciones en las ciudades inteligentes que permitan el pago de facturas locales, permitan solicitar el acceso a servicios públicos y faciliten informar sobre incidentes o infraestructuras en mal estado. Estas aplicaciones incluso pueden facilitar la vida del ciudadano ofreciendo información sobre aquellos lugares donde exista una mayor disponibilidad de aparcamiento.
Un concepto ligado a las ciudades inteligentes es el llamado Big Data, es decir, la capacidad para gestionar enormes cantidades de datos que permitan la toma de decisiones para las empresas. En este sentido, las administraciones locales podrían recopilar datos respecto al consumo, los turistas, su presupuesto y el tráfico. Estos datos, siempre de carácter anónimo, son una valiosa fuente de información para las empresas que permiten a las empresas identificar las oportunidades de negocio.