Desde su entrada en 1973, la relación entre Gran Bretaña y Europa siempre ha sido complicada, tensa incluso. La salida de una potencia económica y política como Reino Unido de la Unión Europea deja serias dudas sobre el proyecto de integración europeo. Aunque por otro lado, podría facilitar la integración del resto de la Unión Europea, al haber sido el país que más trabas ha puesto a la unificación europea.
Con las negociaciones del Brexit pasando por numerosos escollos, resulta difícil regresar al pasado y recordar las palabras de Winston Churchill abogando por una Europa unida. El célebre político británico era un firme partidario una Gran Bretaña más implicada en Europa, al tiempo que defendía “una asociación entre Francia y Alemania”, que tantas disputas habían protagonizado en las dos guerras mundiales.
Gran Bretaña siempre ha sido uno de los grandes protagonistas económicos y políticos en Europa. Su poderío económico, su influencia económica y su decidida intervención en conflictos bélicos, consolidaron al Reino Unido como uno de los principales actores europeos y mundiales. Por ello, la retirada de Gran Bretaña de la Unión Europea (UE) deja una importante herida en Europa. Y es que, el Brexit supone decir adiós a la segunda economía más fuerte de Europa.
Ante semejante situación, la pregunta que todo el mundo se hace ahora es, ¿está tocado el proyecto de integración europeo? ¿Qué ha pasado para que esta apasionante unión política y económica se trunque?
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Una relación plagada de dudas
«El papel de Gran Bretaña pasaba por una supremacía comercial y política a nivel mundial. De ahí que Reino Unido rehusase los ofrecimientos de formar parte de la entonces Comunidad Económica Europea (CEE)».
Para comprender la tradicional reticencia británica a los procesos de integración europeos, conviene analizar su historia en Europa. En los años 50, con Reino Unido erigiéndose como una de las principales potencias mundiales tras la Segunda Guerra Mundial, los británicos creían que no debían limitarse a encerrarse en una iniciativa europea. Así, el papel de Gran Bretaña pasaba por una supremacía comercial y política a nivel mundial. De ahí que Reino Unido rehusase los ofrecimientos de formar parte de la entonces Comunidad Económica Europea (CEE).
Sin embargo, las reticencias no solo eran de Gran Bretaña hacia la CEE, pues el insigne político francés Charles De Gaulle no era partidario de compartir un proyecto europeo con los británicos. Prueba de ello son los vetos de De Gaulle a los británicos en 1961 y en 1967.
Habría que esperar hasta el año 1973, con una tercera petición de ingreso, para que Reino Unido se adhiriese al club europeo. Sin embargo, el matrimonio entre Gran Bretaña y la Unión Europea no ha sido precisamente una relación idílica. Estamos ante una trayectoria convulsa, en la que buena parte del espectro político británico y de su sociedad se han mostrado marcadamente euroescépticos.
Las dudas sobre el papel de Gran Bretaña en Europa ya se hicieron patentes en 1975, cuando se convocó un referéndum para decidir una posible salida británica de la CEE.
Esta difícil relación continuaría cuando la primera ministra británica, Margaret Thatcher, dio un importante viraje en sus posiciones políticas. De impulsar la integración británica en Europa pasó en 1980 a reclamar fervientemente un cambio en las contribuciones a la CEE. Más aún, Thatcher llegó a advertir a la CEE que estaba dispuesta a retener impuestos europeos si no había una modificación en las aportaciones británicas al presupuesto de Europa.
La “dama de hierro” consideraba que el Reino Unido estaba efectuando unas contribuciones que superaban con creces lo que recibían. En este sentido, cabe recordar la frase en la que Margaret Thatcher proclamaba “¡Quiero que me devuelvan mi dinero!”.
La férrea defensa de las posiciones de Thatcher tuvo sus frutos años después y Gran Bretaña vio cómo sus obligaciones de contribuir al presupuesto comunitario se reducían mediante lo que se denominó “cheque británico”. De este modo, quedaba otra cicatriz en la siempre difícil relación Reino Unido-Europa.
Crecen los recelos hacia el proyecto europeo
«Thatcher vaticinaba el fracaso a todos los niveles en el intento de la creación de un gran Estado europeo».
Pero las turbulencias no habían terminado y las nuevas discrepancias británicas estaban al caer. Margaret Thatcher continuaba recelando de las políticas europeas, argumentando que usurpaban soberanía nacional. Prueba de ello es su intervención en la ciudad belga de Brujas en 1988, en la que sus palabras sembraban el germen del euroescepticismo británico. Thatcher vaticinaba el fracaso a todos los niveles en el intento de la creación de un gran Estado europeo.
Así pues, Gran Bretaña se negaba a integrarse en la zona del euro, manteniendo la libra esterlina como divisa. Más aún, el Reino Unido también se negó a formar parte del llamado espacio Schengen (puesto en marcha en 1995), el cual permitía la libre circulación de personas por territorio comunitario.
Pero, ¿por qué Gran Bretaña se había embarcado en un proyecto europeo que le había causado tantas desavenencias? La respuesta se encontraba en el mercado interior, cuya ampliación beneficiaba a los intereses económicos británicos.
Sin embargo, la incorporación a la UE de países de Europa Oriental no fue vista con buenos ojos por parte de un sector de la población británica. Eran muchos los que temían perder el empleo por la llegada de extranjeros dispuestos a trabajar por salarios inferiores.
El creciente escepticismo llevó al primer ministro David Cameron a proponer un referéndum sobre la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea. El 23 de junio de 2016, por un ajustado margen, los británicos decidieron la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.
El propio Brexit terminaría devorando a primeros ministros como David Cameron y Theresa May, dejando la jefatura del gobierno británico en manos del euroescéptico Boris Johnson.
La Unión Europea y Gran Bretaña, tocados
«El abandono de Gran Bretaña del proyecto europeo deja una profunda fractura en la Unión Europea. Cuando más necesaria se hace la cooperación política y económica, llega la división».
Resulta evidente que Gran Bretaña, durante su etapa como miembro de la Unión Europea, no se ha implicado en todas las iniciativas de integración, especialmente en las cuestiones de tipo político y monetario. Su gran y manifiesto interés ha sido el libre comercio entre países europeos.
Con el Brexit, tanto Gran Bretaña como la Unión Europea salen perdiendo. Con una economía cada vez más globalizada, la división y el repliegue hacia los intereses nacionales generan debilidad.
Así, la Unión Europea pierde a un socio que era su segunda mayor potencia económica, nada más y nada menos que un 15% del producto interior bruto (PIB) europeo aproximadamente. El Brexit también supone el adiós a uno de los contribuyentes más importantes del presupuesto europeo y la pérdida de un centro financiero de la talla de la Bolsa de Londres. Todo ello sin olvidar el varapalo que supone respecto a la influencia política, puesto que Gran Bretaña es miembro permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Igualmente, un Brexit sin un acuerdo político y comercial puede resultar terriblemente duro para el Reino Unido. El desabastecimiento de materias primas como los alimentos podría llegar a tierras británicas, a lo que habría que añadir una fuerte caída de la libra, por no hablar del caos que podría desatarse en los puertos y aduanas de Reino Unido.
La falta de acuerdo también significaría un considerable incremento de la burocracia, lo que obstaculizaría el libre comercio y, por ende, sería una gran traba para la economía británica.
Y es que, la salida del mercado único de Gran Bretaña traería consigo el regreso a un escenario de aranceles, con el consiguiente encarecimiento de los productos perecederos.
También la industria británica podría sufrir un parón. Las fábricas de Gran Bretaña se abastecen de piezas procedentes de países miembros de la UE. Este tipo de industria emplea un sistema de producción “just in time”, por lo que, si las piezas no llegan a tiempo, supondría un freno en seco la producción industrial.
Las dudas planean en un horizonte incierto. ¿Está gravemente herido el proyecto de integración europea? ¿Ha sido el Brexit el fracaso definitivo de Europa? ¿Se equivoca Gran Bretaña aislándose de Europa? ¿Qué debe hacer Europa para abandonar la división y regresar a la senda de la cooperación?
El abandono de Gran Bretaña del proyecto europeo deja una profunda fractura en la Unión Europea. Cuando más necesaria se hace la cooperación política y económica, llega la división. Parece que, incluso la propia Unión Europea está en cuestión. Resulta complejo aunar los intereses de países tan complejos y con intereses muy diversos. Las discrepancias y las desavenencias van haciendo mella, desgastando gravemente lo que fue un esperanzador proyecto surgido tras la Segunda Guerra Mundial.