¿Podría el cambio climático afectar al pago de los intereses de la deuda soberana? ¿Podría el cambio climático limitar la capacidad de las economías en desarrollo? Veamos por qué combatir este fenómeno es una auténtica necesidad.
Desde la irrupción del COVID en nuestras vidas, muchos han sido los debates que se han tenido que posponer para atender la crisis sanitaria que ponía en jaque al mundo, a la vez que paralizaba la actividad económica que, en su conjunto, se estaba desarrollando. La necesidad de combatir la crisis, así como los efectos que de esta se iban desprendiendo, obligó a los distintos mandatarios en el planeta a centrar todos sus esfuerzos en detener lo que pasará a la historia como una de las mayores crisis de nuestra historia reciente.
Sin embargo, una vez se va disipando la pandemia, en tanto en cuanto van llegando las vacunas a los distintos territorios afectados, y se van suministrando a la población, toca hacer balance de cómo queda el planeta tras esta hecatombe sanitaria y económica que hemos vivido, toca hablar de la recuperación económica que se nos presenta, con los retos que esta plantea, a la vez que vamos planteando las líneas de actuación para reparar los daños que se registran. No obstante, de la misma forma, debemos ocuparnos de otros asuntos que, habiendo pasado desapercibidos, deben abordarse; y así lo establece la agenda de la ONU, en los ODS.
Entre esos temas, se encuentra el desarrollo inclusivo de las economías. Y es que, ¿qué mejor momento para hablar de este asunto, que en un escenario en el que una inesperada crisis ha irrumpido con fuerza, generando efectos negativos que podrían agravar la situación y ensanchar las desigualdades?
La crisis, como siempre, se está cebando con los más vulnerables, ensanchando los desequilibrios existentes en este tipo de economías. Nos enfrentamos a un problema al que debemos sumar el hecho de que, desde la crisis de 2008, los crecimientos en estas economías se han ido moderando. Los países emergentes, que crecían a tasas cercanas al 14%, comenzaron a crecer a un ritmo del 7%. De esta forma, la tasa de crecimiento de las economías emergentes, que se distanciaba en hasta 4,5 puntos porcentuales de la registrada por las economías desarrolladas, pasó a distanciarse en tan solo 0,38 puntos porcentuales.
Sin embargo, a todo ello debemos sumar otro aspecto más: el cambio climático. Un cambio climático que no solo ha puesto en jaque a las economías de Centroamérica con los desastres naturales; que no solo ha puesto en peligro a todo el sector industrial en el país mexicano con los apagones causados por las nevadas en Texas; sino que, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, hablamos de un cambio climático que, incluso, podría desequilibrar las finanzas de muchas de estas economías tan vulnerables.
El cambio climático, un riesgo para los inversores
«El estudio realizado por el FMI muestra una conexión entre los shocks climáticos y los rendimientos que ofrecen los bonos soberanos en este tipo de economías».
De acuerdo con un estudio reciente del Fondo Monetario Internacional, la observación realizada por el personal técnico ha determinado que la vulnerabilidad que presenta un país, o la resiliencia de este al cambio climático puede generar un efecto directo sobre su solvencia crediticia, sus costes en materia de endeudamiento y, en última instancia, la probabilidad que incumpla con el pago de su deuda soberana. Aquellos países más vulnerables frente al cambio climático, de la misma forma, registran una peor calificación crediticia que perjudica gravemente su crecimiento, con mayores costes de financiación asociados.
Si los costes de financiación para los países emergentes y en desarrollo, por sus características, no eran lo suficientemente elevados, esta amenaza, cada vez más frecuente, se encarga de que así sean. El estudio realizado por el FMI muestra una conexión entre los shocks climáticos y los rendimientos que ofrecen los bonos soberanos en este tipo de economías. La menor capacidad de aplicar políticas de respuesta que traten de combatir esta situación, por la mayor escasez, aumenta un riesgo que se acaba reflejando en la calificación crediticia y, por ende, el coste de financiación.
Utilizando indicadores de vulnerabilidad de la Notre Dame Global Adaptation Initiative, el organismo selecciona un panel de 67 países, en un periodo comprendido entre los años 1995 y 2017. En esta muestra seleccionada, tras el análisis, se observa que dicha vulnerabilidad produce efectos negativos en la calificación crediticia; además, todo ello tras tener en cuenta aquellos determinantes macroeconómicos convencionales. De la misma manera, se observa en este análisis que aquellas economías que más acusan esta situación, como en el inicio, con el COVID, vuelven a ser las economías en desarrollo; aquellas más vulnerables.
En este sentido, un aumento de 10 puntos porcentuales en la vulnerabilidad al cambio climático en estas economías emergentes, tras el análisis, se puede asociar a un aumento de más de 150 puntos básicos en los diferenciales de rendimiento de los bonos soberanos a largo plazo (10 años) que emiten estas economías frente al valor de referencia de Estados Unidos. De la misma forma, una mejora de 10 puntos porcentuales en este indicador de vulnerabilidad produce, de forma directa, una disminución de 37,5 puntos básicos en dichos diferenciales de rendimiento. Como vemos, una nueva complicación que sigue limitando el potencial de estas economías, a merced de sucesos que no terminan de combatirse desde las instituciones.
Asimismo, el análisis realizado concluye con otra observación realizada sobre una muestra de 116 países, durante el mismo periodo escogido anteriormente. En esta observación se analiza el vínculo entre cambio climático e incumplimiento soberano. Una observación que arroja que aquellos países que presentan una mayor vulnerabilidad al cambio climático, también presentan una mayor probabilidad de incumplir con el pago de la deuda. Un estudio que recomienda, como es evidente, una mayor resiliencia para poder reducir esa probabilidad, reduciendo, de la misma forma, los costes de financiación; todo ello, con el fin de no seguir ahogando su crecimiento.
Una deuda menos sostenible
«El propio FMI tuvo que atender el rescate del Ecuador, para sanear sus cuentas públicas, presentando unos niveles de deuda cercanos al 50%».
Debemos saber que el estudio que arroja el FMI es muy preocupante, pues un mayor coste de financiación para estas economías, tan dependientes de la deuda y tan poco capaces de hacerla sostenible, acaba limitando su crecimiento y, por ende, su desarrollo. Así pues, si observamos los niveles de deuda en Latinoamérica, a la vez que vemos la gran disparidad que presentan algunos países como Argentina o Venezuela con el resto de países miembros, también podemos observar que, el promedio de deuda en el conjunto podría estar cercano al 63% sobre el PIB.
Es decir, los niveles de deuda en Latinoamérica, en contraste con países como España (117%), Portugal (130%) Italia (150%) o Grecia (199%), no son excesivamente elevados. En este contraste, de acuerdo con los datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), la deuda en países como Colombia supone el 54,8% del PIB, mientras que en otros más liberalizados como Chile, los niveles de deuda rondan el 27%.
Esto, a priori, no es un problema. Sin embargo, los elevados niveles de corrupción en el país, donde la economía informal representa un gran porcentaje de la propia economía, el compromiso con los compradores de deuda, en un escenario donde los intereses son más elevados que en otros países, supone un gran problema. Es decir, los elevados costes de la deuda en Latinoamérica, sumado a la debilidad en materia fiscal de las instituciones por los elevados niveles de informalidad económica, acaban comprometiendo al propio gobierno, que se ve en la obligación de tener que pagar mayores intereses por la propia financiación.
Concretamente, el coste promedio de la deuda pública en Latinoamérica es 2,5 veces superior al de la Zona del Euro tomando los últimos datos disponibles ofrecidos por el Banco Mundial. Y enfrentar esta situación, con instituciones tan débiles por su escasa capacidad de recaudación, es una tarea inalcanzable. Países como México siguen a la cola en los rankings que elabora la OCDE sobre recaudación fiscal sobre PIB. Con instituciones tan poco capaces, se genera un círculo vicioso que, como parece con todo, acaba limitando la capacidad de desarrollarse de este tipo de economías.
Por esta razón, además de por todo lo descrito a lo largo de este artículo, los gobiernos de aquellos países en desarrollo deben mostrar una mayor cautela con los niveles de deuda, pues hemos podido observar como hace unos meses, el propio FMI tuvo que atender el rescate del Ecuador para sanear sus cuentas públicas, presentando unos niveles de deuda cercanos al 50%. Por terminar con el ejemplo de contraste, algo que no ha ocurrido en España, por ejemplo, donde con una deuda superior al 100% del PIB, el país presenta una prima de riesgo mucho menor, así como una mejor situación financiera mucho más estable por su condición.