Ante una de las mayores crisis de la historia, muchos son los economistas y políticos que hablan de aplicar reformas. Reformas que, de igual forma, sonaban en crisis anteriores y siguen sin aplicarse.
Si algo nos ha debido enseñar esta pandemia es que, de la misma forma que hoy tenemos un modo de vida en el que el bienestar es la principal característica, mañana, por razones diversas, ese bienestar que nos precedía podría esfumarse y ya no volver jamás. Una especie de cisne negro, como comentaba el matemático Nassim Taleb, ha devastado el planeta, demostrando que lo que solo tenía explicación en una película de ciencia ficción, también se puede dar en la vida real. Y es que, como dicen, he aquí un ejemplo de que la realidad, en muchas ocasiones, supera a la ficción.
Mirando la situación con retrospectiva, muchos son los analistas que, ahora, creen encontrar la explicación a todo esto en conspiraciones que, como la charla de Bill Gates sobre las pandemias, parecen tener sentido -como toda conspiración- y podrían haber alertado sobre una pandemia que se acercaba a nuestro planeta tierra. Sin embargo, para la desgracia de muchos, esta pandemia, por mucho que nos empeñemos, debemos saber que era imposible de predecir; máxime cuando, debido a su naturaleza, no solo no somos capaces ya ni de eso, sino que, además, no somos capaces, tampoco, de controlar la situación en su presencia.
Sin embargo, pese a que no hayamos podido predecirla, nadie ha hablado de que no hayamos tenido tiempo de prepararnos para una crisis de tal magnitud, así como tomar las medidas oportunas para poder amortiguar el impacto y salir airosos de ella. Y no, para prepararse no hace falta predecir la pandemia, así como tampoco hace falta prevenir las próximas crisis. La preparación es elemental, e igual que lo hacemos para desarrollarnos en el futuro, profesionalmente hablando, debemos hacerlo para evitar que una crisis como esta acabe con todo nuestro presente, como hoy lo está haciendo.
En esta línea, muchos economistas suelen preguntarse cómo hemos sido capaces de llegar hasta aquí, viviendo en una etapa de la historia en la que contamos con más recursos que nunca, tanto materiales como humanos. Sin embargo, de la misma forma, no se preguntan cómo, pese a haber registrado años de crecimiento, haya habido países que sigan perpetuando en su balance niveles de deuda que superan el 100% de sus respectivos niveles de producto interior bruto (PIB). Así, resulta muy llamativo, también, que se hagan este tipo de afirmaciones, cuando existen economías a las que denominamos economías emergentes, y que a día de hoy presentan niveles de informalidad económica hasta el punto de contar con un mercado laboral en el que el 50% de la población ocupada se encuentra en situación de informalidad.
Y es que, en muchas ocasiones, hablamos de reformas que, como si de un brindis al sol se tratase, quedan en simples habladurías. Sin embargo, cuando una crisis como esta devasta todo a su paso, esas habladurías resuenan en el subconsciente de los mismos gestores que en su día las pronunciaron, creyendo que caerían en el olvido.
¿Y si empezamos por la informalidad económica?
Si uno se para a observar los datos que ofrecen determinados países, como decíamos al inicio, podemos observar cómo la situación que mostraban muchos antes de la pandemia ya era aterradora. Por esta razón, resulta, incluso, llamativo el hecho de que sus políticos hablen de recuperar los niveles previos a la pandemia que hoy se muestra, cuando dichos niveles ya eran nefastos para la propia gestión del país mucho antes de que el COVID fuese una epidemia local.
Latinoamérica es un ejemplo de ello. Su menor capacidad de dotar con recursos a sus respectivas economías fue uno de los principales escollos con los que se encontraban los países latinoamericanos ante la crisis derivada del COVID. Sin embargo, de la misma forma que hablamos de esa falta de recursos y esa menor capacidad, debemos explicar a qué se debe esa falta de recursos, así como esa menor capacidad, teniendo en cuenta las reformas que, pese a ser necesarias para la economía, siguen sin aplicarse en las distintas economías que posee la región.
En términos macroeconómicos, debemos saber que América Latina posee un sector informal bastante amplio, llegando incluso a superar el 40% del PIB de todo el continente. Con datos del Americas Society Council of Americas, la mayoría de los países presentan un porcentaje de informalidad cercano o superior al 50%. Y es que Latinoamérica cuenta con economías que, atendiendo a su informalidad económica, llegan a rozar el 65% del PIB en economía informal. Una situación que, pese a la dureza de los datos que se ofrecen, ya se ha perpetuado como si de un cáncer terminal se tratase.
En materia de empleo, por ejemplo, la pandemia dejó un escenario desolador en todo el planeta. La paralización forzosa de la actividad económica acabó con toda la actividad económica en los distintos países. Una situación en la que muchas economías, a lo largo y ancho del planeta, comenzaron a aplicar mecanismos para proteger el ingreso de los ciudadanos en situación de incapacidad para desarrollar su profesión. Algo que, para muchos países latinoamericanos, ni con recursos, es posible.
En este sentido, atendiendo a los datos de empleo que muestran los países latinoamericanos, y de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajador (OIT), en América Latina y el Caribe hay al menos 140 millones de personas trabajando en condiciones de informalidad, lo que representa alrededor de 50% de los trabajadores. Todo ello, teniendo en cuenta que, como afirma el organismo, hablamos de una situación en la que el crecimiento económico, por muy dinámica que sea la economía, no está demostrando ser la solución. Y es que, únicamente para México, y siendo la primera economía de hispanoamércia, el empleo informal durante la pandemia ha representado el 51% de los trabajadores empleados en el país.
Como vemos, ni con recursos para hacer frente a la pandemia, México habría podido, al igual que otras muchas economías de América Latina, hacer frente a la pandemia y proteger a sus trabajadores. Todo ello, simplemente por el hecho de que, atendiendo a los indicadores, ni el 50% de los mismos se encuentran reconocidos de forma oficial como trabajadores.
En este contexto, hasta en materia de recursos, las reformas que habrían traído esa preparación a la que hacemos alusión en el artículo habrían ayudado a combatir la pandemia. Pues, atendiendo a los indicadores, la falta de recursos no es más que la consencuencia de una falta de reformas que pasa desapercibida, y que, además, impide a los países de la región desarrollarse como es debido. En este sentido, en referencia al caso de México, siendo una de las economías más importantes de la región, cuenta con una recaudación fiscal que, como porcentaje del PIB, se sitúa en el 16%. Una falta de recursos motivada por esa informalidad económica que impide la recaudación de impuestos, y que lleva a la economía mexicana a ocupar uno de los peores puestos en el ranking elaborado por la OCDE.
Sin embargo, en resumen, las crisis siguen sucediéndose, mientras los organismos, tras un análisis de la situación, vuelven a manifestar en sus conclusiones los mismos problemas que, en años anteriores, nos llevaron a situaciones parecidas a la que hoy atravesamos. Y es que debemos saber que, junto a Latinoamérica, otras economías, como es el caso de España, presentan situaciones similares y que deberían ser corregidas con grandes reformas estructurales; sin embargo, el conflicto de intereses produce situaciones que derivan en escenarios como el actual. Por tanto, la pregunta ahora no es ni cuándo, ni cómo, será la próxima crisis, sino cuándo se darán las reformas que tanto precisa la economía y que, pese a esas crisis que mencionamos, siguen sin aplicarse.