En las noticias nos bombardean diciéndonos que los recursos naturales del planeta se están agotando.
Se habla de temas tan sensibles como la escasez de alimentos o problemas con el agua debido al modelo de vida que hay implantado.
Incluso algunos expertos proponen limitar el crecimiento económico con tal de salvar esta situación tan extrema.
Pero paremos un segundo. ¿Qué hay de cierto en todo esto? ¿Puede afectarte, y deberías preocuparte por ello?
En este artículo me voy a encargar personalmente de darte algo más de luz respecto a este tema.
Un continuo estado de alarma
Si bien muchas predicciones han fallado, el ritmo de explotación de muchos recursos naturales se ha intensificado
Si hacemos un breve repaso de la historia económica reciente, veremos que los expertos llevan más de 100 años prediciendo (y por suerte, sin éxito) que la economía mundial va a colapsar por el agotamiento de los recursos del planeta.
Sí, has leído bien, 100 años. Uno tras otro sin descanso. ¡Así también acierto yo!
En el siglo XIX, el economista Thomas Malthus predijo una gran crisis alimentaria mundial en 1890. Un compatriota suyo, William Jevons, advirtió que a principios del siglo XX se acabaría el carbón.
Afortunadamente, como puedes observar, de momento no ha sucedido ninguna de las dos cosas.
Primero, porque hoy se producen más alimentos que en cualquier otra época. Y en cuanto al carbón, su uso se va restringiendo por las regulaciones y porque hay otras fuentes de energía que pueden ser más competitivas y económicas. Pero está lejos de agotarse.
Allá por el siglo XX, el geólogo David White estimó que a partir de 1921 el petróleo empezaría a agotarse.
En 1977, un estudio para el gobierno de Estados Unidos predijo que a principios del siglo XXI se habrían consumido las reservas de petróleo y gas natural. De momento vas a una gasolinera y puedes echarle gasolina al coche.
Ambas predicciones, nuevamente, no se cumplieron. De hecho, da la impresión de que los expertos van retrasando la fecha del fin de los recursos, a medida que sus previsiones van fallando.
Sin embargo, es cierto que algunos recursos se han explotado cada vez más. Y esto si que puede ser un problema.
De hecho, ha generado, un debate sobre si la población mundial puede seguir creciendo a este ritmo. Lo que preocupa es que, al haber cada vez más personas en el planeta, los recursos se vayan consumiendo más rápido de lo que se pueden reponer.
¿Cómo es posible entonces que tantas predicciones se hayan equivocado?
Voy a tratar de explicártelo.
Pero para ello, es necesario que sepas qué es un recurso económico.
Recursos económicos vs naturales
La explotación de los recursos económicos depende cómo producimos y consumimos a cada momento, lo cual varía constantemente
En ocasiones, podemos confundir recursos naturales con recursos económicos, cuando en realidad son cosas distintas.
Vamos a empezar por los naturales: son lo que podemos extraer directamente de la naturaleza.
¿Y entonces qué es un recurso económico?
Pues bien, este tipo de recurso satisface directamente una necesidad. Suelen proceder de un recurso natural, pero normalmente ha sufrido un proceso de transformación antes de llegar al consumidor.
¿No te queda claro?
Vamos a por un ejemplo para entenderlo mejor.
Piensa en la tierra. En principio, se trata de un recurso natural. Sin embargo, en estado salvaje normalmente no se puede cultivar.
Ahora bien, si tu vecino decide delimitar un terreno, limpiarlo de piedras y malas hierbas, abonarlo y ararlo, entonces el suelo estaría en condiciones de producir.
¡Chan chan!
Ya podríamos decir que se ha convertido en un recurso económico.
Es importante que entiendas esto, porque los recursos naturales suelen encontrarse en una cantidad fija, o que cambia muy lentamente.
Sin embargo, los recursos económicos dependen de nosotros, y están dirigidos directamente a satisfacer una necesidad material. Eso significa que la explotación de los recursos económicos depende de cómo producimos y consumimos a cada momento, lo cual varía constantemente.
Por ejemplo, en las primeras sociedades agrícolas, los métodos de producción eran tan primitivos que cada hectárea cultivada producía muy poco. Por este motivo, para alimentar a una familia había que cultivar terrenos muy extensos.
Después apareció el arado, que aumentó el rendimiento de la tierra. Ahora ya no hacía falta cultivar extensiones tan grandes para alimentar a una familia. Por eso, a medida que crecía la población, la tierra cultivada ya no crecía tan rápido.
Los precios, administradores de la escasez
Muchas predicciones se basan en la idea de que, si todo siguiera como hasta hoy, tendríamos un resultado determinado; pero, en general, nada sigue como hasta hoy
¡Ajá! Ya tenemos el primer problema de estas predicciones.
Si bien pueden incluir algunos factores de corrección, en general suelen proyectar hacia el futuro nuestro ritmo de consumo histórico.
Es como si nos dijeran que, si todo sigue como hasta hoy, dentro de X años vamos a agotar un recurso. Pero en una economía tan dinámica como la actual, nada sigue como hasta hoy.
Un claro ejemplo es que los coches de hace 30 años consumían entre 13 y 20 litros de gasolina por cada 100km. Hoy en día hay algunos que sacan un consumo de 4 litros por cada 100km. Seguramente en las previsiones no se contaba con este avance.
De hecho, los avances tecnológicos de los últimos siglos nos indican que la innovación humana es impredecible. ¿Cómo podemos saber si dentro de unos años puede existir una tecnología que revolucione, por ejemplo, la producción de energía eléctrica o la generación de agua potable?
Por ello, muchas de estas previsiones no pueden medir el efecto de cambios en nuestra forma de consumir, avances tecnológicos o aparición de productos sustitutivos.
Para entenderlo bien, vamos a resumir así este proceso: Si un recurso económico comienza a agotarse, pero la gente lo sigue consumiendo igual, su precio tiende a subir.
Esto tiene un doble efecto. Por un lado, al ser el recurso más caro, la gente tiende a comprar menos cantidad. De esta forma, el recurso se explota más lentamente. Esto es bueno, frenamos el consumo de un bien escaso.
Por otro lado, se hace rentable explorar otras alternativas, como productos sustitutivos o mejoras tecnológicas, que antes no eran viables.
Es así como los precios, en una economía de mercado, no solo reflejan el estado actual de la oferta y la demanda. También nos dicen mucho sobre las expectativas de empresarios y consumidores. Se convierten, a través del proceso de mercado, en administradores de la escasez.
Cuando un recurso deja de ser recurso
Los precios pueden incentivar que un recurso económico deje de serlo, o que un elemento natural sin utilidad pase a tener valor económico
De hecho, el impacto de los precios sobre la explotación de la naturaleza es tan fuerte, que puede conseguir que, lo que antes era un recurso económico, deje de serlo. Y al revés, puede convertir a un elemento físico sin valor económico en un recurso valioso.
¿Esto es posible? Vamos a ver algún ejemplo:
Esto es lo que ocurrió con el aceite de ballena en el siglo XIX. Hasta entonces, no era un producto de consumo masivo.
Pues claro ¿Quién iba a necesita aceite de ballena?
Todo cambió, con la Revolución Industrial, se había disparado la demanda de lubricante para farolas y máquinas. El aceite de grasa de ballena acababa de convertirse en un recurso económico muy valioso.
En consecuencia, en todo el mundo se empezaron a cazar ballenas a un ritmo nunca antes visto (para los amantes de la literatura, en este ambiente se desarrolla la novela Moby Dick). El aceite de ballena se encontraba por todas partes.
Pero, ¿qué pasa cuando se abusa de algo?
Pues que con el tiempo, estos animales se fueron agotando, así que su grasa era cada vez más cara en el mercado.
Esto hizo que fuera cada vez más rentable buscar alternativas más baratas que acabarían imponiéndose, como el queroseno. Gracias a ello, el aceite de ballena prácticamente dejó de ser un recurso económico.
Lo contrario ocurrió con el petróleo, que es la materia prima del queroseno, el diesel y la gasolina. Era un recurso natural que se conocía desde la Antigüedad, pero sus usos prácticos eran muy limitados.
Por ello, en muchos lugares del mundo ni siquiera era considerado un recurso económico. Pero eso cambió en cuanto se le dio utilidad en procesos productivos a gran escala.
Con este ejemplo, puedes ver cómo los precios incentivaron que el aceite de ballena dejase de ser un recurso económico valioso, haciendo lo contrario con el petróleo.
Y bueno, ¿qué sacamos de esto?
Algo muy importante, que tampoco podemos estar seguros de que los recursos por los que tanto nos preocupamos hoy sean igual de importantes en el futuro.
¿Pueden perjudicar más que beneficiar las regulaciones?
La regulación de precios suele acabar en alguna forma de racionamiento o en más incentivos artificiales
Ahora bien, no solo los precios y la tecnología influyen.
Las regulaciones juegan sin duda un papel clave.
Porque son las que dicen lo que se puede hacer y lo que no. Y esto afecta significativamente al tablero de juego.
Para entender cómo te afectan, imagina una región donde el agua es abundante y barata.
Dado que el agua es tan barata, sería rentable cultivar con regadío, que consume una gran cantidad. ¿No es lógico esperar que, con esos precios tan bajos, el regadío se acabe imponiendo en la zona?
Imagina ahora que el agua empieza a agotarse. Algo que ya está pasando en algunas zonas de España por ejemplo.
En ese caso, el precio del agua tendería a subir. Al hacerlo, los regadíos serían menos rentables. En consecuencia, algunos agricultores podrían pasarse a secano. Puede que, incluso, se empiecen a buscar alternativas de abastecimiento, como la desalinización de agua marina.
En otras palabras, los movimientos de precios crean incentivos constantemente para que, en un sentido o en otro, la producción y el consumo se adapten a la disponibilidad de los recursos.
¿Qué hubiera ocurrido, en cambio, si los precios del agua hubieran estado regulados?
En el caso del agua, lo más habitual es que el precio regulado sea inferior al de mercado. Para los agricultores de regadío, esto significa que el agua les costaría menos. Es decir, que el regadío sería artificialmente más rentable, y, por lo tanto, tendería a expandirse.
Naturalmente, si se extiende demasiado, el agua podría agotarse. El problema es que, si esto ocurre y los precios regulados se mantienen en niveles bajos, no existiría ningún incentivo para que los agricultores hagan cambios en los cultivos, ni para traer agua desalinizada.
El gobierno podría limitar el consumo de agua por hectárea, o bien prohibir la creación de nuevos regadíos. También podría subsidiar otras formas de cultivo que consuman menos agua. En cualquier caso, la regulación de precios acabaría en alguna forma de racionamiento o en más incentivos artificiales.
Los problemas en el mercado
Proyectar a futuro los patrones de consumo pasados no es suficiente, pero la desregulación tampoco es una solución mágica a todos los problemas
¿Significa esto que las regulaciones son el origen de todos los problemas? Ni mucho menos.
Por ejemplo, los problemas de información pueden existir también en el mercado. Puede haber empresas y consumidores mejor informados que otros. También las previsiones de recursos disponibles pueden equivocarse.
Así, podría ocurrir que se abra un nuevo pozo de petróleo donde se espera (equivocadamente) que habrá una gran cantidad de este recurso. El precio del crudo bajaría, y se consumiría demasiado rápido, hasta que se descubra la cantidad realmente disponible.
Naturalmente, este problema de información podría ocurrir tanto regulando el petróleo como dejándolo al mercado. La desregulación puede cambiar cómo se gestiona ese problema, pero no lo hace desaparecer.
A esto debemos sumar que, en algunos recursos, también hay factores no económicos en juego (el agua por ejemplo, se considera un derecho humano). Por ello, la regulación de los recursos suele ser una cuestión muy polémica.
Como has visto, no es suficiente con suponer que todo va a seguir igual y contar cuántos años nos quedan hasta agotar un recurso. Pero tampoco podemos pensar que la desregulación es la barita mágica que soluciona todos los problemas.
Esto no significa que los recursos del planeta sean infinitos, ni que nunca vayamos a tener problemas de escasez. Pero es cierto que predecir una fecha exacta para el agotamiento de un recurso es muy difícil, si no imposible.
En conclusión, deberíamos tomar con mucha cautela las previsiones alarmistas sobre el fin de los recursos del planeta. Si bien pueden expresar un agotamiento real, también es cierto que el consumo humano nunca sigue patrones fijos, y que la regulación que a veces se recomienda puede ser contraproducente.
Por ello, desde Economipedia animamos a nuestros lectores a que sigan leyendo sobre el tema, y saquen sus propias conclusiones.