Todos habremos oído en los medios los grandes males que produce la especulación. En algunos países, incluso existen leyes que buscan prohibirla o limitarla. De alguna manera, en el imaginario popular la especulación se asocia con grandes capitalistas «jugando» con los movimientos de la bolsa, pero, ¿es esto realmente así?
Lo primero que debemos aclarar es qué entendemos por especulación. La mayoría de las definiciones apuntan a un conjunto de transacciones económicas destinadas a obtener un beneficio material. Algunas de ellas añaden que la base de esta ganancia es el cambio previsto en el precio de los bienes a lo largo del tiempo.
Pensemos, por ejemplo, en un comerciante mayorista. Todavía no se sabe si la cosecha de trigo de este año será buena, pero él tiene la previsión de que no será así. Movido por este supuesto, pacta de antemano la compra de trigo desde un país en el que la cosecha ha sido buena, lo que le permite comprar barato. Cuando llega la mala cosecha a su país y suben los precios, él puede vender el lote importado a un precio superior.
Se trata de un ejemplo muy sencillo que luego podremos matizar, pero es útil para hacer una primera aproximación a la especulación. De momento, ya nos hemos encontrado con tres acciones fundamentales de nuestro especulador: prever que la próxima cosecha será mala, comprar trigo importado y venderlo cuando los precios suban. En otras palabras: previsión, inversión y beneficio. Veamos cada una de ellas.
Las previsiones: la importancia del tiempo en la economía
La especulación surge de la necesidad de tomar decisiones económicas en base a un futuro siempre incierto
Tanto en la ciencia económica como en la vida en general, el tiempo cumple un rol fundamental. Producir un bien o servicio lleva tiempo, a veces más del que parece a primera vista. Por otra parte, entre que adquirimos un producto y realmente disfrutamos de él, o lo vendemos a un tercero, también puede pasar mucho tiempo.
Naturalmente, eso supone un problema, porque significa que para hacer transacciones económicas completamente seguras deberíamos conocer el futuro, y eso no es posible. Es por eso que las personas hacemos previsiones; es decir, aproximaciones probables a lo que podría ocurrir.
En nuestro ejemplo, el comerciante parte de una previsión: el año próximo subirá el precio del trigo. Aunque pueda parecernos sencilla, en realidad la ha formulado basándose en otras suposiciones.
La más evidente es que habrá una mala cosecha. Pero también debe asumir otras no menos importantes, como que se mantendrá estable la demanda de harina y pan, y que no se importará masivamente trigo de otros mercados.
Por supuesto, nuestro comerciante puede hablar con expertos en agricultura, meteorología o todas las disciplinas que quiera, pero nunca conseguirá una certeza absoluta sobre el futuro. Sus previsiones serán más probables, no por ello dejarán de ser suposiciones.
¿Invertir o no invertir? Esa es la cuestión
En ocasiones, la especulación consiste en posponer las transacciones esperando el momento justo
El segundo elemento fundamental es la inversión. El comerciante no se limita a hacer especulaciones sobre el futuro, sino que está dispuesto a hacer algo al respecto. De esta manera, negocia en otro país la compra de una gran cantidad de trigo, que se entregará el próximo año.
En este punto, el aspecto principal a tener en cuenta por el especulador es el capital que está dispuesto a invertir. La lógica nos dice que, cuanto más incierta sea la previsión, menos capital debería arriesgar.
Una solución inteligente, en este caso, podría ser un acuerdo diferente con el vendedor de trigo extranjero. En lugar de firmar una compra a futuro, podría negociar una opción de compra.
De esta manera, si el año próximo los precios suben, el especulador puede ejecutar la opción, comprar el trigo y revenderlo en su país a un precio más alto. Pero si no lo hacen, solo pagaría la prima del contrato, en lugar de perder todo su capital.
Este punto es interesante, porque nos enseña que, a veces, la decisión que se toma especulando no es invertir, sino justamente lo contrario. En ocasiones, la especulación consiste en posponer las transacciones esperando el momento justo, en lugar de invertir cuando todos lo hacen.
Los beneficios: cuando llega la hora de la verdad
Para ganar dinero, no se puede perpetuar una especulación indefinidamente
Antes o después, toda especulación se encuentra con el momento de obtener un beneficio. Y es natural que esto ocurra, porque de alguna manera hay que convertir la previsión y la decisión de invertir (o de no hacerlo) en una ganancia tangible.
En nuestro ejemplo, sería el año próximo, cuando los precios del trigo hayan subido. El comerciante ejecutará la opción de compra sobre el trigo importado y lo venderá en el mercado doméstico a un precio superior.
Es importante señalar este aspecto, porque a veces se nos transmite la idea equivocada de que se puede perpetuar una especulación indefinidamente. Aquí, el comerciante puede posponer la compra a otro año, pero no puede hacerlo siempre. Si quiere ganar algo, en algún momento tendrá que comprar el trigo y venderlo.
¿Es tan mala la especulación?
En el fondo, especular equivale a anticiparse al futuro
Nadie puede negar que, para un gran número de personas, la palabra «especulación» tiene una connotación profundamente negativa. Pero esto se debe, en parte, a que desconocer del mecanismo que acabamos de describir.
En el fondo, especular equivale a anticiparse al futuro. En nuestro ejemplo, el especulador prevé que el año próximo habrá escasez de trigo, y se propone hacer algo al respecto. Negocia la compra del producto que le va a faltar a la sociedad, poniendo remedio a esa escasez.
Por supuesto, no tiene que hacerlo por caridad, y de hecho, muchas especulaciones se llevan a cabo pensando solo en el beneficio. Pero, más allá de las motivaciones, el efecto real es que gracias a que alguien se ha adelantado al futuro, la gente ahora puede encontrar pan en las panaderías.
Si nadie hubiera especulado, la mala cosecha simplemente llegaría a los agricultores, mientras la demanda se mantiene constante. Las estanterías de muchas panaderías se quedarían vacías, y el poco pan disponible se vendería a un precio superior al habitual.
Objeciones a la especulación
Los acuerdos de precios y cuotas de mercado son muy difíciles en mercados de libre competencia
Vamos a entrar ahora en un supuesto más arriesgado: hay una mala cosecha, pero el especulador no importa todo el trigo que falta. De hecho, espera a que se agudice la escasez y que los precios sigan subiendo. No vende todo el trigo que falta, sino pequeñas cantidades, para no frenar la escalada de precios.
En este caso, ¿no estaríamos ante la demostración definitiva de que es malo especular? Puede que muchas personas piensen así, pero también tenemos motivos para pensar que nuestro ejemplo no es del todo real. Principalmente, porque para que ocurra deberían darse algunas condiciones que difícilmente se cumplen.
La primera es que estemos en un mercado sin competencia y no haya otros especuladores. Si los precios suben, es natural que muchos empresarios quieran obtener un beneficio, vendiendo lo que la sociedad demanda. Y al venderlo, están empujando los precios a la baja.
Los acuerdos de precios y cuotas de mercado, además de ser ilegales en muchos casos, son muy difíciles en mercados de libre competencia. De hecho, la experiencia demuestra que, incluso en mercados oligopólicos como el del petróleo, ni siquiera organizaciones como la OPEP pueden impedir que un competidor decida vender una cuota superior a la pactada.
Pero seamos más ambiciosos, e imaginemos que nuestro especulador consigue asociarse con todos los mayoristas de granos. Entre todos, consiguen que haya escasez de pan, y esperan obtener un gran beneficio.
En estas condiciones, lo más probable es que tanto los consumidores como las demás empresas de la cadena productiva empiecen a explorar alternativas. Se produciría y consumiría más pan de centeno, de cebada o cualquier otro sustitutivo. Lo cual haría bajar la demanda de trigo y, naturalmente, su precio de venta, lo que limitaría las posibles ganancias de los especuladores.
¿Quiénes son los especuladores?
Si analizamos el proceso en detalle, veremos que existe especulación en todos los eslabones de la cadena productiva
En nuestro ejemplo, lo más evidente es pensar que el único especulador es el importador mayorista de trigo. Pero en realidad, si analizamos el proceso en detalle, veremos que existe especulación en todos los eslabones de la cadena productiva.
Empecemos por el empresario extranjero que negocia con él la venta de su trigo a un precio relativamente bajo. En realidad, está vendiendo por anticipado un trigo que no ha cosechado todavía. Es más: puede que ni siquiera haya sembrado los campos aún. Considerando que no tiene la seguridad absoluta de poder suministrar esa cantidad de grano, ¿no es eso una especulación?
Por su parte, tanto la fábrica de harina como la panificadora y el panadero actúan en base a especulaciones sobre el futuro. Todos ellos demandan a su proveedor una cantidad de materia prima acorde al volumen que esperan vender, y a sus previsiones sobre los precios.
¿Solo especulan los empresarios?
Tanto consumidores como trabajadores especulan en sus decisiones económicas
Hasta aquí hemos contado el papel de los empresarios, pero ¿qué ocurre con los consumidores? Y los trabajadores, ¿también pueden especular?
Empecemos por los consumidores. En el caso del pan les resulta muy difícil especular, ya que se trata de un producto de poca durabilidad, pero pueden hacerlo con otros productos ligados al trigo, como la pasta. De hecho, en países con precios muy inestables, es habitual que cuando hay una previsión de aumentos de precios, la gente acude al supermercado a comprar alimentos no perecederos.
Aquí también tenemos un componente especulador. Si la gente hace acopio de alimentos ahora, es porque prevé que en el futuro serán más caros. Como podemos comprobar, su comportamiento tiene los mismos componentes que el empresario especulador: previsión, inversión y beneficio. La única diferencia es que, aquí, el beneficio consiste en consumir el bien, en lugar de revenderlo.
Sin ir a un ejemplo tan extremo, muchos de nosotros esperamos el «momento justo» para adquirir un coche o una casa. ¿Compraríamos estas cosas ahora, si supiéramos que su precio se va a derrumbar mañana? Cuando compramos alimentos para congelar, ¿no lo hacemos suponiendo, quizás inconscientemente, que su precio futuro no bajará demasiado con respecto al que estamos pagando hoy?
Por último, los trabajadores no se encuentran exentos de un componente especulador en sus decisiones. Al fin y al cabo, cuando aceptamos un salario, lo hacemos suponiendo que nos reportará un poder adquisitivo determinado que se mantendrá, dentro de unos límites, en el tiempo. Nuevamente, tenemos una previsión, una inversión (en trabajo) y un beneficio, en forma de salario.
En conclusión, podemos observar que la especulación está presente en toda la economía, y no siempre es negativa. Al contrario, en muchos casos puede ayudar a gestionar las expectativas, mejorar la cooperación entre los agentes económicos y anticiparse a los problemas futuros.