El Coronavirus ha reabierto el debate que cuestiona la eficiencia de una economía globalizada, declarando la guerra a la globalización. El bloqueo fronterizo continúa alimentando discursos políticos rupturistas.
En las últimas semanas, en torno al debate que ha ido suscitando el Coronavirus en la sociedad civil, hemos comenzado a escuchar viejos discursos que, bajo el paraguas del populismo reaccionario, se han ido introduciendo nuevamente en el debate político. Discursos que hacen referencia a oportunismos tan destacados como la utilización del bloqueo mercantil que supone esta pandemia para el refuerzo de posturas tan contrarias al desarrollo como la desglobalización —o anti globalización— o las tensiones comerciales entre países con aires de nacionalistas en la teoría, así como mercantilistas en la práctica.
Y es que, bajo el escenario que vive la economía en estos momentos, se han reabierto antiguos debates que han suscitado la preocupación de determinados Gobiernos. Debates como el problema que supone la globalización para las economías, así como cuestionar aspectos tan esenciales como el reparto de las cadenas de valor por el planeta, haciendo alusión a las repercusiones que tienen los bloqueos de estas cadenas de suministro, en un escenario en el que China se ha convertido en el primer eslabón de la cadena que aglutina todo el proceso de manufactura.
Estamos hablando de una economía que, en cuestión de años, ha conseguido igualar su producto interior bruto (PIB) con el PIB de toda la Eurozona. Con un 17% del PIB mundial, China se ha convertido en una opción real para liderar, junto a otros, el marco geopolítico, basando su estrategia en un crecimiento que le ha permitido ganar relevancia en el plano que configura el orden mundial. En este sentido, China es el mayor proveedor de bienes intermedios, considerándose la fábrica mas grande de todo el planeta. Una serie de sucesos que, en determinados territorios, han sido considerados más como una amenaza que como un hecho célebre.
La peor pesadilla de China: Donald Trump
Hacíamos referencia a que, en determinados territorios, los logros de China comienzan a significar más una amenaza que otra cosa. En este sentido, creo que no es, siquiera, preciso comentar qué país se ha posicionado en contra, liderando la guerra moral contra los “propagadores del virus”. Este ha sido Estados Unidos, que, liderados por su Presidente, han comenzado con esa guerra de prestigios en la que Estados Unidos busca cargar la responsabilidad del brote al país asiático, ante las dificultades que está presentando el controlar el virus en el país americano.
Además, siendo esta una de sus máximas preocupaciones en los últimos años, no era de extrañar que Trump aprovechase un escenario así para meter con cincel y martillo su ansiada negociación comercial con China. Una negociación que, en condiciones normales es una guerra, pero que, en este sentido y ante lo ocurrido, ha acabado relajándose, o postergándose hasta que todo esto del virus amaine. Sin embargo, los mensajes del Presidente no podían faltar en este contexto, pues la falta de suministros reaviva viejos discursos del magnate norteamericano.
El impulsor del “América First” ha sido un férreo defensor de la industria nacional, así como el proteccionismo que ya no solo provea de bienestar a los ciudadanos norteamericanos, sino que no permita, como decía el Presidente, enriquecer a otros países a costa de su capital. En este sentido, Trump ha sido siempre muy crítico con la deslocalización de la cadena de valor, así como del hecho de que grandes multinacionales hayan implantado sus cadenas de valor repartidas por el planeta. Un fenómeno que, de repatriarlas, podría, para Trump, impulsar el empleo y, en escenarios de pandemia, no perder la capacidad de suministro que, ante lo ocurrido, ha perdido China.
El bloqueo fronterizo que presenta el planeta ha desfavorecido a las mercancías chinas, impidiendo que estas lleguen al resto de países. Ahora bien, cuando el primer eslabón de la cadena y la mayor fábrica del mundo ve su actividad restringida al suministro básico y a territorios locales, el resto de países, precisando suministros del gigante asiático, se quedan sin acceso a todos esos bienes y recursos. Además de que, al no poseer industria de ese tipo en el resto de países, tampoco es posible continuar la fabricación en estos. Y, en este sentido, es por donde se ha reabierto del debate que mencionábamos.
Para algunos, la eficacia, así como también la eficiencia, de una economía libre y globalizada está viéndose muy cuestionada en situaciones como la que nos acontece. La ventaja comparativa del economista clásico David Ricardo, así como los beneficios de esta, se ven ensombrecidos por un discurso nacionalista que cuestiona la globalización ante la incapacidad de proveer de suministros en escenarios de bloqueo comercial. Un discurso que, hemos recalcado, comienza a penetrar cada vez más en una sociedad angustiada por la situación que atraviesa el planeta, buscando un repliegue en las cadenas de suministros, ante una situación que sigue sin mostrar signos de agotamiento.
La guerra por la globalización
Cuando todo esto pase, debemos ser conscientes que la sociedad va a tener que enfrentarse a un duro proceso de desglobalización hasta la llegada de una vacuna, así como inmunizadores, que protejan a la sociedad de posibles nuevos brotes pandémicos. Una situación que se va a ver reforzada y favorecida por el miedo y la desconfianza de los ciudadanos, la cual, como muestran los indicadores, sigue en máximos ante tan incierto escenario. En este contexto, buscando el paralelismo, el compacto planeta en el que vivíamos ha perdido compresión ante las brechas que han ido abriéndose, por lo que, ante lo ocurrido, necesitamos purgarlo y ponerlo nuevamente en funcionamiento.
Sin embargo, esa purga de la que hablo va a comenzar por esas cadenas de suministro, así como el comercio global de mercancías. Aun sin quererlo, tras el escenario y hasta que no podamos volver a garantizar la tranquilidad que mostraba el planeta previo a la pandemia, vamos a ser testigos de un fuerte repliegue en las cadenas de valor, así como una mayor independencia de los países. Las cifras de comercio de mercancías, aunque seguirán su racha alcista, mostrarán unos crecimientos más moderados que los mostrados previamente, antes de que el Coronavirus infectase las rutas de comercio global que integra el planeta.
Y es que, ante el duro golpe que ha recibido el mundo, ya ni el simple hecho de viajar a países extranjeros va a ser lo mismo. El miedo está muy presente en la sociedad y, ante ello, la solución más eficaz pasa por quedarse en casa, bajo la protección de un Gobierno que se encargue de solventar la situación y garantizarme el suministro de todos los bienes y recursos que, como ciudadano, necesito para vivir. Un miedo que beneficia a mucho político mercantilista, favoreciendo su discurso proteccionista, alimentado por el miedo, así como el odio que genera el ver a tu país sumido en el caos sanitario por “una irresponsabilidad”.
En resumen, debemos ser conscientes de que el planeta ha sufrido un golpe sin precedentes que va a dejar secuelas en nuestra sociedad. Sin embargo, esas secuelas no tienen que ser el detonante para promover, desgraciadamente, discursos que arrojen mensajes de pesimismo y odio. El mundo globalizado, la globalización, es el fenómeno del que más nos hemos beneficiado las economías. El comercio global se ha convertido en uno de los mayores aportes al PIB, dado el volumen de mercancías que comercian todos los países. La interconexión que vive el planeta ha hecho que las empresas ya no sean locales, sino mundiales.
Esa interdependencia, a la vez de generar tensiones, también ha generado una cooperación nunca antes vista. La inclusión e integración financiera y económica de los países, en un escenario globalizado, ha permitido que economías tan desfavorecidas en el planeta hayan comenzado a mostrar signos de crecimiento, convirtiéndose en economías emergentes. No debemos dejarnos engañar por mensajes que suscitan el miedo, con mensajes sensacionalistas. Debemos atender a la evidencia empírica, la cual, hasta ahora, solo ha sido demostrada por la que ha ganado la batalla: la globalización.