Cuando hablamos de economía, la mayor parte de la gente piensa en números y gráficas, como si se tratase de una ciencia exacta. Pero nada más lejos de la realidad. Los factores cognitivos, entre los cuales hay muchos irracionales, también juegan un papel muy importante. ¿Podemos decir entonces que la economía es, en cierta medida, irracional?
Solemos comentar que el objeto de estudio de la economía es la acción humana, en lo que respecta a la administración de los recursos escasos de la sociedad. Por definición, esto incluye un componente irracional, ligado al propio comportamiento del hombre.
Por este motivo, cuando hablamos de los precios de las acciones en la Bolsa o del PIB, en realidad nos estamos refiriendo a personas. Detrás de esos números, hay seres humanos que toman decisiones e interactúan con otros.
En esa interacción continua, las personas buscan sacar el máximo rendimiento posible de sus recursos, ya sea para sí mismas o para otras. Pero esto no significa que sus decisiones sean completamente racionales. Como veremos a continuación, hay numerosos sesgos que pueden afectar la acción humana, y por extensión, a la economía en su conjunto.
Los sesgos conductuales
El optimismo o el pesimismo presentes en la sociedad constituye un sesgo muy relevante, aunque ese ánimo general no responda a motivos económicos
Existe una gran variedad de sesgos conductuales que afectan a nuestras decisiones. Uno de los más habituales es el exceso de confianza, cuando una persona toma una decisión creyendo que tiene más información de la que dispone realmente.
Esto podría ocurrir si compramos un activo en dólares solo porque creemos que la Reserva Federal va a subir los tipos de interés. Olvidando, de esta manera, muchos otros factores que también afectan el tipo de cambio, como los flujos comerciales de nuestro país con Estados Unidos.
Un caso similar es la ilusión de control, cuando creemos que tenemos un poder de decisión que realmente no está en nuestras manos. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con personas que compran productos financieros complejos sin entender demasiado bien la exposición a posibles pérdidas.
Otro sesgo muy importante es el de la familiaridad. En general, las personas suelen tener más confianza en lo que tienen cerca que en lo que sienten lejano. Este es uno de los motivos por los cuales muchos pequeños inversores se quedan más tranquilos comprando acciones de empresas consideradas «campeones nacionales», a pesar de que no siempre son la mejor oportunidad si las analizamos racionalmente.
También existen otros sesgos afectados por el ánimo general de la sociedad, como el optimismo o el pesimismo. Aunque pueda parecer increíble, se han hecho estudios que demuestran que ante un gran éxito deportivo, el ánimo de los mercados se vuelve algo más optimista durante un breve periodo de tiempo.
Fomentando la irracionalidad: la publicidad
Se nos vende la idea de que, al consumir, seremos como los modelos que nos presentan, y que podemos tener esa felicidad al alcance de la mano
Por si esto fuera poco, en los últimos siglos hay un factor adicional en nuestra economía que refuerza aún más el componente irracional: la publicidad. Recordemos que, aunque esta puede aparecer en varios formatos, es habitual que apele a los sentimientos más que a la razón del consumidor.
Basta con dar una vuelta por la calle o encender un momento la televisión para ver unos pocos anuncios y comprobarlo. Las empresas suelen presentarnos una gran variedad de sensaciones, asociadas de modo más o menos explícito al producto que nos intentan vender.
De esta manera, podemos ver a personas felices, exitosas o reconocidas por los demás consumiendo un producto determinado. Se nos inculca la idea de que, al consumir, seremos como ellos, y que podemos tener esa felicidad al alcance de la mano.
La razón es que para el ser humano, compararse con otros es algo natural, y cuando ve que alguien es feliz, automáticamente muchos desean imitarlo. Sin embargo, esta no es la única forma en que el componente irracional en la economía actúa en nuestras relaciones con los demás.
Siguiendo al líder
Al ver una decisión por parte de un «líder», muchas personas asumen que será la correcta y que será mantenida en el tiempo
De hecho, en el mundo financiero existe un sesgo especialmente relevante llamado «efecto rebaño». Consiste en que determinadas personas marcan una tendencia que es seguida por el resto.
Todo ello a pesar de que los seguidores no siempre tienen toda la información a su alcance. De hecho, es probable que si no fuera por lo que marcan los «líderes», ellos quizás nunca hubieran tomado esas decisiones por sí mismos.
El efecto rebaño es habitual en el mundo de la inversión. Con cierta regularidad vemos que, cuando un inversor de buena reputación anuncia que va a invertir en una empresa o en un país, otros más pequeños lo imitan. Lo cual a veces constituye un riesgo, ya que si el líder abandona la idea inesperadamente o pone a la venta los valores adquiridos, los inversores minoritarios pueden sufrir grandes pérdidas.
El fundamento de este sesgo es, por lo tanto, una percepción irracional de las expectativas basada en la confianza en un referente del mercado. De alguna manera, al ver una decisión por parte de un «líder», muchas personas asumen que será la correcta y que será mantenida en el tiempo.
El papel de las expectativas
Las expectativas se encuentran presentes en todas las decisiones económicas, desde el diseño de un plan de ahorro a 30 años a la compra de 1 kilo de carne en el mercado del barrio
El efecto rebaño nos señala un punto clave de muchos sesgos: las expectativas. Como todos sabemos, son un componente fundamental de la economía, ya que se encuentran presentes en casi todas nuestras decisiones.
Es importante explicar este punto, porque muchas personas lo desconocen. En esencia, la mayor parte de nuestras decisiones económicas conllevan una expectativa, o están motivadas por ella.
Esto es evidente cuando compramos un bien de uso duradero, como una casa o un coche. También cuando ahorramos y elegimos la modalidad de ahorro más conveniente (¿un depósito a plazo o invertir en Bolsa?, ¿moneda nacional o extranjera?). Incluso cuando decidimos guardar dinero bajo el colchón, lo hacemos bajo la expectativa de que conservará su valor (al menos en parte) durante algún tiempo.
Pero aunque no sea tan evidente, las expectativas también están presentes en las decisiones cotidianas de consumo. Cuando compramos un kilo de carne, lo hacemos asumiendo que lo vamos a consumir en pocos días. Si lo compramos para congelarlo, es porque suponemos que un día más lejano lo necesitaremos y nos vendrá bien contar con él.
En cualquier caso, mirar hacia el futuro más o menos inmediato es algo natural a todas las decisiones del hombre. La economía no es una excepción. El problema es que ello nos lleva a un conflicto, porque el futuro es siempre incierto, pero tenemos que basarnos en él para tomar las decisiones presentes.
Impacientes por naturaleza
Las personas tendemos siempre a valorar más los bienes presentes que los futuros, ya que unos están a la vista mientras que los otros están sujetos a la incertidumbre
Este conflicto, presente en cualquier decisión humana, nos permite entender un rasgo de nuestra naturaleza: la impaciencia. Porque la reacción natural a la incertidumbre que presenta el futuro es querer tener cuanto antes los resultados a la vista.
Esto nos permite entender algo tan fundamental en la economía como los tipos de interés. Si bien muchas veces nos referimos a ellos como simplemente «el precio del dinero», en realidad ocultan detrás una medida de la impaciencia humana.
Cuando alguien presta dinero, lo que hace es renunciar a un bienestar presente. A cambio, se le promete un bienestar futuro, cuando el dinero le sea devuelto. Sin embargo, las personas tendemos siempre a valorar más los bienes presentes que los futuros, ya que unos están a la vista mientras los otros están sujetos a la incertidumbre. Es el refrán de que «más vale pájaro en mano que ciento volando».
Eso significa que, para que la transacción salga adelante, el deudor debe prometer al acreedor más dinero del que ha prestado inicialmente. El tipo de interés, de esta manera, se convierte en una especie de compensación para el prestamista por su renuncia temporal y el riesgo de impago asociado.
Lo que ocurre es que, mientras mayor sea la impaciencia del prestamista, más altos serán los tipos de interés que va a reclamar como compensación. Es por eso que en los mercados financieros, en ausencia de intervención de los bancos centrales, los tipos tienden a subir ante noticias negativas como una guerra o una catástrofe natural.
Por este motivo, podemos decir que el interés expresa una especie de «ratio de conversión» entre bienes presentes y futuros, una tasa de preferencia intertemporal. Un precio al fin y al cabo, con la diferencia de que relaciona bienes en distintos planos temporales y que administra en cierta forma algo tan irracional como la impaciencia humana.
¿Se puede administrar la irracionalidad?
Puede haber irracionalidad, pero los precios permiten moderarla y hasta paliar sus efectos
Todo lo que hemos mencionado puede hacernos creer que si la irracionalidad es natural al hombre, entonces la economía es siempre irracional. Pero lo cierto es que esto no es así, dado que la humanidad ha inventado un mecanismo para administrar de un modo racional esa irracionalidad: los precios.
El ejemplo de los tipos de interés lo ilustra claramente, pero podemos simplificarlo con cualquier otro bien que se intercambie por otro. Puede haber irracionalidad, pero los precios permiten moderarla y hasta paliar sus efectos.
Imaginemos que se declara una guerra en un país exportador de trigo, y que los medios de comunicación exageran el impacto sobre el suministro mundial. Como es lógico esperar, el precio del trigo tenderá a subir allí donde ese temor sea más fuerte.
Sin embargo, esto también hace que producir trigo sea mucho más rentable que antes. De hecho, en la medida de lo posible, muchos agricultores cambiarán sus cultivos por trigo.
El efecto a largo plazo sería un aumento de la oferta de trigo y una bajada de precios que anula el impacto del temor inicial. De alguna manera, los precios no evitan la irracionalidad en un primer momento, pero son un mecanismo muy útil para limitarla y mitigar sus efectos.
En conclusión, podemos decir que la economía tiene un importante componente de irracionalidad, pero no es irracional. También es en buena medida racional, aunque sin llegar a serlo totalmente. Como en la propia naturaleza humana, en economía ambas realidades se cruzan e interactúan, dando lugar a una ciencia tan compleja como fascinante.
Efraín Dominguez dice
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