La victoria del partido En Marche! en las elecciones legislativas otorga al presidente francés la oportunidad de hacer realidad sus promesas electorales. Analizamos el programa económico de Macron y las reformas económicas que esperan a Francia.
El pasado 7 de mayo Emmanuel Macron era elegido presidente de los franceses con el 66,1% de los votos en segunda vuelta frente a la candidata del Frente Nacional Marine Le Pen. A pesar de contar con el apoyo de los partidos tradicionales, el joven líder de En Marche! presentaba un programa económico profundamente reformista que difícilmente podría llevarse a cabo sin una mayoría en la Asamblea Nacional. Hoy, la amplia victoria en las elecciones legislativas del 18 de junio (350 diputados sobre un total de 577) parece ofrecerle esa oportunidad, y de cumplir sus promesas electorales podríamos encontrarnos ante el final de un modelo que ha determinado la vida económica de Francia desde la Segunda Guerra Mundial.
La economía francesa
Desde un punto de vista histórico podríamos decir que el modelo productivo galo actual es en buena medida heredero del llamado “consenso socialdemócrata”, que se extendió a partir de 1945 por toda Europa Occidental: economías libres y de mercado complementadas por un amplio sistema de protección social conocido como Estado del Bienestar. En el caso específico de Francia, además, el modelo de crecimiento ha buscado potenciar todos los sectores productivos a la vez, dando como resultado una de las economías más equilibradas del continente. De esta manera, aprovechando el desarrollo simultáneo de la agricultura, la industria y los servicios e impulsada por un aumento constante del nivel de vida, la economía francesa pudo crecer tanto gracias a la aparición de grandes grupos empresariales (de clara vocación exportadora) como de una extensa red de pequeños productores locales.
A nivel sectorial, conviene recordar que Francia es la primera potencia agrícola de la UE, sobresaliendo en la producción de vino, cereales y leche. Por su parte, la producción industrial francesa solamente es superada en valor por la alemana y tiene un alto grado de diversificación, aunque destacan las industrias química, automovilística, alimentaria, de telecomunicaciones y de productos relacionados con el lujo y la moda. Por su parte, los servicios suponen un 79% del PIB, especialmente los ligados a la banca, los seguros, el turismo y la administración pública.
Otra de las características más significativas de la economía francesa es el protagonismo del Estado en la actividad económica, el cual se ha instrumentado de dos maneras: el marco regulatorio y la intervención directa. El primer aspecto ha dado lugar, entre otras cosas, a un mercado laboral rígido y fuertemente sindicalizado. Por su parte, el uso activo de la política fiscal como motor de crecimiento se ha traducido en un aumento continuado del gasto público (a través de empresas estatales, transferencias de renta y servicios a los ciudadanos). Como podemos observar en la gráfica, estas políticas explican el déficit en todos los presupuestos del Estado desde 1978, a pesar del aumento de las cargas tributarias. El resultado es evidente: en los últimos 40 años la deuda pública se ha disparado pasando del 11% al 96% del PIB.
La raíz del problema: la productividad
En principio podríamos decir que la situación que hemos descrito hasta ahora no es mala: una economía de alto valor añadido, referencia mundial en muchos sectores, sin graves desequilibrios macroeconómicos y con buenos niveles de bienestar social. Sin embargo, también sería posible definir Francia como una economía cada vez menos competitiva ante el fenómeno de la globalización, especialmente golpeada por la deslocalización industrial, con un Estado del Bienestar que encuentra dificultades para financiarse y unas tasas de crecimiento estancadas por la falta de incentivos a la innovación. Nos encontramos por tanto ante una situación realmente controvertida, donde el aumento de la riqueza de los franceses (más de un 75% en 40 años) no ha sido capaz de impedir que la tasa de paro se triplicase en el mismo periodo (del 3,3% al 9,8%).
Existen frenos para aprovechar el potencial productivo de la economía francesa, lo cual también afecta negativamente el nivel de vida de sus ciudadanos
Como podemos observar en la gráfica, uno de los problemas más graves de la economía francesa es el estancamiento de la productividad, el cual lastra el crecimiento de la producción y la creación de empleo. Aunque el aumento del PIB generado por hora trabajada presenta una evolución favorable (hecho que demuestra el potencial tecnológico que aún tiene Francia), el producto por trabajador ha crecido mucho más lentamente, lo que puede explicarse por la rigidez de la legislación laboral sumada a la fuerte influencia de sindicatos y funcionarios públicos. Dicho de otra manera, la creciente disparidad entre el PIB por hora trabajada y el PIB por trabajador evidencia que existen frenos para aprovechar el potencial productivo de la economía francesa, lo cual también afecta negativamente el nivel de vida de sus ciudadanos (como demuestra el hecho de que el PIB per cápita haya crecido menos que el total).
Las reformas que necesita Francia
Este problema de productividad ha sido precisamente uno de los temas más mencionados en la campaña de Macron, y hacia él se dirigen casi todas las propuestas de su programa económico. Con la intención de modernizar la economía francesa, el presidente se propone aplicar un plan de reducción del gasto público racionalizando las prestaciones sociales, digitalizando la administración y suprimiendo 120.000 puestos de funcionarios. Además, se pondría en marcha un plan de inversiones públicas de 50.000 millones de euros para la modernización de sectores como la agricultura y la energía, a la vez que se reducirían las cotizaciones sociales, se darían incentivos para la contratación a los autónomos y se buscaría flexibilizar la regulación laboral potenciando la negociación directa entre cada empresario y sus trabajadores.
Independientemente de sus ideologías, la práctica totalidad de los líderes políticos galos están de acuerdo en una cosa: el modelo productivo que ha regido la vida económica de Francia desde 1945 está agotado
La mayor parte de las reformas propuestas tienen como objetivo relanzar la economía francesa haciéndola más competitiva, lo cual supondría una menor intervención del Estado en detrimento de la iniciativa privada y la modernización en procesos esenciales como la digitalización o la transición energética. De esta manera Macron pretende no sólo resucitar el potencial innovador de Francia, sino también agilizar la creación de empleo y acabar con el déficit crónico que arrastran los presupuestos desde hace 40 años.
Existen muchas objeciones al programa económico de En Marche!, muchas de las cuales ya han sido formuladas por el Frente Nacional y por diversos agentes sociales. A su vez, los detractores del presidente también han propuesto grandes reformas para la economía francesa, aunque en una dirección diferente. Esto nos permite concluir que, independientemente de sus ideologías, la práctica totalidad de los líderes políticos galos están de acuerdo en una cosa: el modelo productivo que ha regido la vida económica de Francia desde 1945 está agotado. De cumplir con sus promesas, Macron intentará cambiarlo, aunque tendrá dificultades en un país profundamente dividido y con una UE en crisis. Sin embargo, también hay razones para el optimismo: si algo caracteriza la historia de Francia es su capacidad para abordar los desafíos que se le presentan, reinventarse y así liderar los grandes procesos de cambio en Europa.