Economía de entreguerras
La economía de entreguerras estuvo marcada por los efectos de la Primera Guerra Mundial, unos prósperos años 20 en los Estados Unidos y las consecuencias demoledoras del crack del 29.
Al concluir la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos sucedió a Gran Bretaña como la principal potencia económica y Wall Street se convirtió en el mayor centro financiero mundial. A su vez, solo el dólar era convertible en oro y era la única divisa capaz de sostener préstamos a largo plazo.
Por su parte, el Tratado de Versalles supuso un fiasco económico, pues no se diseñó un orden económico internacional. Al tiempo que Alemania, un país fundamental en la economía europea, fue sometida a sanciones económicas imposibles de pagar. El propio Keynes defendió sin éxito que se debía permitir la recuperación económica de Alemania para posibilitar su reconstrucción e integración en Europa.
Europa tras la guerra
La pérdida de la hegemonía económica condujo a los británicos al estancamiento económico, pues la City de Londres ya no era el gran centro financiero. El Reino Unido fracasó en su intento por competir con el dólar. Las exportaciones cayeron drásticamente y se apostó por una política deflacionista que desembocó en un incremento del desempleo. De hecho, la pugna entre el dólar estadounidense y la libra esterlina fue fuente de inestabilidades durante la etapa de entreguerras.
Francia sufrió con especial rigor las consecuencias de la guerra, su moneda se mostró inestable y, en contra de lo esperado por los franceses, los pagos por las reparaciones de guerra que debía recibir de Alemania, no fueron el factor que impulsó su economía y su reconstrucción.
Para Alemania, el pago de las reparaciones de la guerra constituyó toda una humillación, al tiempo que sembró el resentimiento en la sociedad alemana. Cuando en 1923 Alemania no pudo hacer frente a las sanciones económicas, las tropas francesas ocuparon la región industrial del Ruhr. Mientras tanto, el país padecía los efectos devastadores de la hiperinflación. Así, si en 1918 un dólar equivalía a 14 marcos, en noviembre de 1923, un dólar se correspondía con 4,2 billones de marcos alemanes.
Gracias en parte al Plan Dawes, se estableció una negociación, al tiempo que fue posible atajar la hiperinflación alemana. Por otra parte, prosiguió el pago de las sanciones impuestas tras la guerra y se creó un circuito financiero liderado por Estados Unidos. Así, gracias a los préstamos estadounidenses, Alemania pudo hacer frente al coste de las reparaciones que debía abonar a franceses y británicos. A su vez, Gran Bretaña y Francia emplearon las reparaciones de guerra recibidas para devolver los préstamos estadounidenses que habían recibido durante la guerra.
Hacia 1926 Alemania avanzó hacia el camino de la reactivación económica de la mano de la llegada de su nueva moneda, el reichmark.
Mientras tanto, en el plano del comercio internacional, Gran Bretaña y Estados Unidos implementaban medidas proteccionistas. Prueba de ello fue la tarifa Fordney-McCumber de 1922, cuando Estados Unidos estableció los aranceles más elevados de su historia. Así, los altos aranceles entorpecieron las exportaciones europeas y dificultaron la devolución de los préstamos concedidos por Estados Unidos.
Ante la dificultad para exportar los excedentes, las existencias se acumularon, dando lugar a la sobreproducción. De hecho, la sobreproducción agrícola de los Estados Unidos fue uno de los factores que influyeron negativamente en la gran crisis desatada en 1929.
Los felices años 20 y el crack del 29
La década de los años 20 solo trajo prosperidad económica a los Estados Unidos. El dólar se convirtió en la divisa preponderante y las exportaciones fluían hacia Europa. La inversión llegó a suponer el 20% del Producto Nacional Bruto de los Estados Unidos y la construcción, la automoción y el sector eléctrico eran actividades económicas boyantes.
Pero, hacia 1925 comenzó a gestarse un problema que traería dolorosas consecuencias para la economía estadounidense. Los créditos aumentaban sin control y la especulación proliferaba, pues se destinaba más dinero para especular en bolsa que en inversiones productivas.
Llegado octubre de 1929, la economía de Estados Unidos se situó en un punto fatídico. La bolsa se desplomó sumiendo al país en una larga etapa de depresión económica. A pesar de semejante desastre financiero, las autoridades estadounidenses reaccionaron demasiado tarde.
Entre el 24 y el 29 de octubre, el pánico cundió en la bolsa de Nueva York y los inversores querían desprenderse de sus acciones. Ante este hundimiento de la bolsa, fueron numerosos los bancos que fueron arrastrados a la quiebra. La debacle del sistema financiero también conllevó la bancarrota de un gran número de empresas industriales y comerciales. Igualmente, la excesiva acumulación de existencias provocó una drástica caída de los precios, al tiempo que aumentaba el desempleo a niveles alarmantes.
La depresión estadounidense se trasladó a Europa, pues Estados Unidos repatrió capitales al tiempo que se desmoronaban las exportaciones europeas a Norteamérica. De hecho, en 1931, la repatriación de capitales estadounidenses provocó quiebras de entidades bancarias en Alemania y Austria. Mientras todo esto sucedía, el pesimismo y la desconfianza se apoderaban de la economía y de la sociedad europea.
Medidas ante la Gran Depresión
Inicialmente, las autoridades estadounidenses apostaron por medidas de tipo deflacionista, sin intervenir en los mercados. Se pretendía que la oferta y la demanda, por sí mismas, ajustasen aquel grave desequilibrio.
Sin embargo, todo ello cambió con la llegada de Franklin Delano Roosevelt a la presidencia en 1933. Su programa económico y social, bautizado como New Deal, incluía un gran programa de obras públicas, el establecimiento de un salario mínimo y la reducción de la jornada laboral. Por otro lado, la administración Roosevelt también trató de recuperar las rentas agrarias, limitando una producción que había sido excesiva e incentivando las exportaciones.
El New Deal, por sí solo, no resolvió la Gran Depresión por completo, pero sí que brindó un importante impulso a la economía estadounidense.
Francia también apostó por medidas intervencionistas y de carácter social para responder a la depresión económica de los años 30. El gobierno del socialista León Blum incrementó los salarios, al tiempo que dejaba la jornada laboral en 40 horas semanales. El franco se devaluó para estimular las exportaciones y se intervino el sector agrícola con regulaciones de precios, al tiempo que se trataba de evitar la temida sobreproducción.
En 1931, la libra esterlina se retiraba del patrón oro, mientras que en 1932 se establecían fuertes aranceles a las importaciones y se protegía el mercado de Gran Bretaña con sus colonias. No cabe duda que las exportaciones de Gran Bretaña a sus colonias contribuyeron a impulsar su economía, regresando a las cifras de producción y los niveles salariales de 1929.
Mientras tanto, en Alemania surgía una terrible amenaza para la paz mundial. En 1933 Hitler ascendía al poder. Alemania estaba desolada por las políticas deflacionistas y por las quiebras bancarias de 1931.
Así pues, Hitler, al frente del Partido Nazi, apostó por una economía autárquica, al tiempo que incidía en la necesidad de llevar a cabo importantes obras públicas y rearmar a Alemania.
Para ello, el estado alemán se endeudó fuertemente. La industria se convirtió en un sector al alza, pues era una pieza clave para rearmar al ejército. Hacia 1939, Alemania prácticamente alcanzó el pleno empleo, aunque esta política resultó muy arriesgada, pues el endeudamiento del estado alemán era tal que, a largo plazo, podrían haber llegado al colapso.