¿Realmente la inflación es el “impuesto de los pobres”? ¿Realmente aumentan los salarios en la misma proporción que los precios?
Junto al crecimiento económico y a la lucha contra el desempleo, el control de la inflación es uno de los principales objetivos económicos de todo país. Y es que, ante el incremento generalizado de los precios, si los salarios no aumentan, se ve perjudicado el poder adquisitivo de los más vulnerables.
El IPC como instrumento para estudiar la inflación
A la hora de medir la inflación, el gran indicador económico es el IPC o Índice de Precios al Consumo. Este índice se obtiene estudiando las variaciones anuales de los precios de una cesta de la compra. Para su cálculo se utilizan fundamentalmente productos de consumo y servicios.
Ahora bien, el IPC, pese a su amplia utilización, tiene sus limitaciones. En la cesta no se tienen en cuenta los precios de la vivienda, ni los intereses de los préstamos. De ahí que el IPC no resultase un instrumento útil a la hora de detectar las burbujas inmobiliarias. A pesar de sus carencias, no hay que desechar el IPC como una herramienta en el estudio de los niveles de precios.
Controlar la inflación
Entendemos la inflación como el aumento el incremento de los niveles generales de precios. Según la ortodoxia, es saludable que exista un nivel controlable de inflación en la economía. De hecho, en la actualidad, se trabaja con un objetivo de inflación situado en el 2%. Por tanto, se trata de buscar un equilibrio entre el crecimiento económico y los niveles de precios.
Pero, ¿cuándo puede resultar peligrosa la inflación? ¿En qué momento resulta perjudicial para la población? La respuesta es que no solo depende de la clase social de cada persona, sino de su posición en la economía.
Los grandes beneficiados en situaciones inflacionarias serán los deudores. Gracias a la inflación, los deudores deben hacer frente a un menor nivel de deuda. Esto se explica porque a menor valor del dinero, en términos reales el deudor tiene que pagar una deuda menor.
Por el contrario, los ahorradores, ante el incremento de los precios, ven cómo el valor de sus ahorros se deteriora. Además, recibirán unos intereses menores por sus depósitos, inferiores a los niveles de inflación.
Si alguien tiene su dinero invertido en activos, como por ejemplo un inmueble, verá cómo se incrementa el valor de su patrimonio.
Keynesianos y clásicos, dos formas distintas de entender los efectos de la inflación
¿Y a las capas más vulnerables de la sociedad? ¿Cómo les repercute la inflación?
Las respuestas que dan las distintas corrientes económicas proponen un apasionante debate. Los economistas clásicos, de corte liberal, defenderán que, al aumentar los precios, los salarios también se incrementarán en la misma medida. Por tanto, no es necesario ningún tipo de intervención, puesto que el mercado acabará alcanzando una situación de equilibrio.
En el lado opuesto se encuentran los keynesianos. Así, cuando los precios aumentan, los salarios reales caen, perdiendo poder adquisitivo los trabajadores. Por tanto, con unos salarios que no se ajustan a la inflación, la demanda agregada disminuye y la economía decrece. Es aquí donde los keynesianos defienden la entrada en juego del sector público, que debe aumentar el gasto para mantener el nivel de demanda agregada. Por su parte, los precios continuarán disminuyendo hasta volver a lograr el equilibrio con los salarios reales. Todo ello dará lugar a una reducción del gasto del sector público.
¿Cuándo pasa la inflación a ser el impuesto de los pobres?
Dejando a un lado el debate entre keynesianos y clásicos, las clases sociales con menores recursos económicos pagan menos impuestos directos (IRPF) o incluso pueden acceder a exenciones fiscales. Pero la inflación es un fenómeno del que no pueden librarse.
Se dice que la inflación es “el impuesto de los pobres” si los precios aumentan por encima del nivel de los salarios. Pongamos por caso que, todos los años, los sueldos aumentan un 8%, pero la inflación es del 12%. En este caso, el poder adquisitivo de los que menos tienen se irá erosionando a cada año que pasa.
Las personas con rentas más bajas, destinan la mayor parte de sus ingresos a la compra de productos de primera necesidad como los alimentos. Si año tras año, los precios continúan creciendo por encima de los salarios, los menos pudientes tendrán problemas para comprar los bienes más imprescindibles para su supervivencia.
Ante una continua pérdida de poder adquisitivo, las rentas más bajas cada vez dedican un mayor porcentaje de sus ingresos a la compra de alimentos. Así, quienes tienen bajos ingresos encuentran dificultades para poder comprar una vivienda, para gastos sanitarios o para disfrutar del ocio.
Los peligros de la deflación
¿Y si tan mala es la inflación? ¿Qué ocurre con la deflación?
Si una inflación desbocada es un serio problema económico, la deflación resulta ser un embrollo aún peor. Así, ante una caída continua e intensa de los precios, los individuos posponen sus compras. ¿Para qué comprar en ahora si el mes que viene será más barato?
Así pues, un escenario deflacionario da lugar a un aumento del ahorro, a una espiral de descenso del consumo y de los precios y también a un fuerte descenso del PIB. Queda claro que la deflación es un peligroso veneno económico capaz de provocar terribles estragos en la sociedad y en la economía.
Por ello, para la buena salud de la economía, resulta imprescindible un crecimiento económico sostenido y unos niveles de inflación controlables. Una vez más, reiteramos que la clave se encuentra en el equilibrio.