En muchas ocasiones, seguramente muchos habremos oído decir que la guerra estimula la actividad económica. Incluso, se ha dicho que gracias a ella se han logrado avances tecnológicos que hoy mejoran nuestra calidad de vida, pero, ¿es esto cierto?
La guerra como motor de crecimiento
Las guerras suelen conllevar un aumento extraordinario del gasto público, lo cual puede tener efectos beneficiosos para muchos sectores de la economía
Vamos al punto de partida. Cuando se dice que la guerra es buena para la economía, es evidente que se habla solo de las guerras en las que un país invade a otro y sale vencedor. Cualquier otro escenario (si un país invade a otro y fracasa, o si es invadido, independientemente del resultado) naturalmente será perjudicial. Por lo tanto, la guerra únicamente podría estimular la economía de un país cuando este consigue una victoria militar, y el conflicto no tiene lugar en su territorio. Un caso, por ejemplo, como el de Estados Unidos en las dos guerras mundiales.
Partiendo desde ese punto, el razonamiento es el siguiente: la guerra aumenta el gasto público, no únicamente en armas, sino también en toda clase de suministros para el ejército. Sectores como el textil, el farmacéutico o los alimentos, suelen verse beneficiados por los pedidos que llegan del Gobierno. Por ello, al ver aumentada la demanda, se genera un incentivo para incrementar la producción. Esto conlleva, normalmente, a ampliar la capacidad productiva, estimulando la inversión y aumentando también la demanda de maquinaria y tecnología.
Además, la movilización de trabajadores al frente de guerra deja vacantes sus puestos de trabajo, en un entorno donde la demanda agregada ha aumentado por el gasto público. Esto significa que los desocupados tendrán muchas más oportunidades de integrarse en el mercado laboral, llevando a una reducción del desempleo. Este fenómeno, incluso, puede verse acompañado por un incremento de los salarios.
Estados Unidos en las guerras mundiales
En apenas 5 años, la economía estadounidense pasó de la depresión al pleno empleo
El caso que hemos mencionado de Estados Unidos es, para los defensores de esta postura, el ejemplo más paradigmático. Como podemos observar en la gráfica superior, las dos guerras mundiales dieron lugar a una reducción muy acusada del desempleo.
En la Segunda Guerra Mundial este contraste es aún más acusado, ya que en 1939 el país estaba sumido todavía en la Gran Depresión y tenía una tasa de desempleo del 17,2 %, llegando en 1944 a un mínimo del 1,2 %. Esto significa que en apenas 5 años, la economía estadounidense pasó de la depresión al pleno empleo.
El ejemplo de Estados Unidos es, para muchas personas, una prueba suficiente de que la guerra puede ser un motor de crecimiento económico. Pero si hacemos un análisis más profundo, veremos que no es así. Comencemos por la primera premisa de este razonamiento, el multiplicador del gasto público.
¿Funciona el multiplicador del gasto público?
El multiplicador del gasto público en las guerras suele funcionar solamente a corto plazo, y solo si el gobierno emite deuda o imprime dinero
Como comentábamos antes, la idea es que al aumentar el gasto del Estado en armas y suministros, muchos sectores aumentarán la producción, invirtiendo en sus empresas y contratando más trabajadores. A su vez, los empresarios y trabajadores beneficiados tendrán más renta disponible para gastar en otras cosas, lo que aumentará la demanda en otros sectores.
Este proceso de crecimiento es conocido en economía como multiplicador del gasto público. Gracias a él, la economía en su totalidad se vería impulsada por la guerra.
Ahora bien, recordemos que esto solo puede ocurrir si el Gobierno entra en déficit o imprime dinero nuevo. En caso contrario, si financia la guerra subiendo los impuestos, es difícil que haya crecimiento, porque beneficiará a unos sectores a costa de castigar a otros. En ese caso, habría un proceso de redistribución de la renta, pero no de crecimiento.
Inflación y deuda
La inflación impone recortes en el nivel de vida de las personas, y en especial de las más humildes, ya que dedican casi toda su renta al consumo
¿Y qué ocurre si el gobierno financia la guerra con déficit? Hacerlo evita los ajustes fiscales en el presente, pero no en el futuro. Recordemos que el déficit se cubre emitiendo deuda pública, y la deuda no es otra cosa que un sacrificio futuro. Por lo tanto, es posible que la economía pueda crecer a corto plazo, pero en unos años el Gobierno se verá obligado a recortar gastos o subir impuestos. En ocasiones, estos ajustes incluso han acabado generando recesiones que han hecho perder la renta ganada durante los años de la guerra.
La tercera opción, monetizar el déficit, tampoco es mejor. Esta alternativa consiste en que el banco central imprime dinero nuevo y con él se financian los gastos del Tesoro. En este caso, el problema reside en la presión sobre los precios que esto genera. Sobre todo, si el aumento de la oferta monetaria es superior al potencial de crecimiento de la economía.
De hecho, por este motivo es habitual que las guerras provoquen periodos de inflación. La razón es que al aumentar la oferta monetaria, crece la demanda agregada. El problema es que, al mismo tiempo, la movilización de trabajadores al frente hace caer la producción en muchos sectores. Se da entonces una situación en la que la gente tiene mucho dinero en la mano y pocos productos para comprar en las tiendas. Y como suele ocurrir en esos casos, los precios suben.
La inflación impone recortes en el nivel de vida de las personas, y en especial de las más humildes, ya que dedican casi toda su renta al consumo. Por ello, muchos economistas han señalado que la inflación es un impuesto encubierto. Aquí, se trata de otra vía para que los gobiernos financien las guerras, a costa de empobrecer a la población.
Destrucción y reconstrucción
El coste de reconstrucción de Afganistán ha superado 5 veces el PIB del país en 2021
Por otra parte, las guerras también suelen tener un efecto muy destructivo sobre la economía de los territorios afectados, más allá de la indudable tragedia a nivel humano. En ellos, no solamente se destruye el capital físico (fábricas, infraestructura, etc.), sino que también se pierde una gran cantidad de capital humano: personas que pierden la vida, huyen a otros países o son reclutadas para combatir y, de una manera u otra, dejan de aportar su trabajo y conocimiento a la economía.
Por ello, los contribuyentes no solo deben hacer frente al coste de la guerra, sino que en ocasiones también deben pagar la reconstrucción posterior. En pocas palabras, los Gobiernos obligan a las personas a financiar la destrucción de una fábrica, por ejemplo, y después les vuelven a cobrar impuestos para reconstruirla.
A veces, el coste de reconstrucción es enorme y deben pasar varios años hasta que la capacidad económica del país vuelva a niveles anteriores a la guerra. En Europa, por ejemplo, el Plan Marshall costó unos 13.300 millones de dólares (unos 103.400 millones de hoy, ajustando por inflación). La reconstrucción de Afganistán tuvo un coste incluso superior, unos 104.000 millones: una cifra que quintuplica el PIB del país estimado para 2021 (20.460 millones).
La falacia de la ventana rota
El comerciante podría haber gastado ese dinero en otra cosa, y ahora dejará de hacerlo porque tendrá que comprar un cristal nuevo
Además, en ocasiones los defensores de la idea de que la guerra es buena para la economía suelen olvidar un elemento muy importante en su análisis. Se trata de la falacia de la ventana rota, formulada en el siglo XIX por el economista francés Frédéric Bastiat.
En pocas palabras, podemos resumir esta hipótesis imaginando que un niño rompe el cristal de un comercio, obligando al comerciante a comprar uno nuevo. Habrá personas que piensen que esto puede ser beneficioso, ya que el cristalero verá aumentadas sus ventas y a su vez, con ese dinero demandará productos de otros sectores.
Sin embargo, como defiende Bastiat, la falacia consiste en que no se consideran los costes de oportunidad. Es decir, que el comerciante podría haber gastado ese dinero en otra cosa, y ahora dejará de hacerlo porque tendrá que comprar un cristal nuevo. Al final, el coste de oportunidad y la renta del cristalero tenderán a compensarse, pero se habrá perdido un cristal. Es decir, que si comparamos los costes y los bienes producidos con esa renta, el saldo neto para la economía será negativo.
Lo mismo ocurre con las guerras, que al fin y al cabo no son otra cosa que el ejemplo de la ventana rota a una escala mucho mayor. En la guerra, el capital físico se destruye, y todos los recursos que se empleen para recuperarlo dejarán de gastarse en otros sectores. Al final, si consideramos estos costes de oportunidad, el saldo económico de una guerra siempre es negativo.
Ajustes y desajustes
El desvío de recursos por la guerra genera desajustes a nivel macroeconómico que luego generan recesiones y desempleo
Por último, no debemos olvidar que las guerras a gran escala suelen generar un desvío de recursos hacia sectores que en tiempos de paz no tendrían tanta demanda. Primero, porque se dejarán de producir bienes y servicios que la gente suele demandar. Pero además, se producirán en mayor cantidad otros productos que solo demanda el Gobierno.
De hecho, volviendo a la gráfica del desempleo en Estados Unidos, podemos constatar este hecho en la experiencia histórica. Como podemos observar, después de las dos guerras mundiales hubo fuertes picos de desempleo.
Ello se debió, sobre todo, a la vuelta de millones de soldados al mercado laboral en medio de una reconversión completa de la economía. Para ello, era necesario desinvertir y despedir trabajadores en sectores ligados a la guerra, mientras se reanudaba la producción de bienes y servicios que eran más demandados en tiempos de paz.
Todo ello, sumado a los ajustes fiscales para pagar la deuda emitida durante la guerra, dio lugar a importantes recesiones (1921, 1945-1947, 1949, 1954). El Plan Marshall, según algunos economistas, habría sido precisamente un modo de suavizar ese ajuste, manteniendo artificialmente una parte de la producción de la economía estadounidense en los primeros años de la posguerra.
En conclusión, podemos decir que la guerra, además de la tragedia humana que implica, también conlleva pérdidas a nivel económico. Los supuestos beneficios, como hemos visto, no suelen perdurar en el tiempo y suelen conllevar desajustes macroeconómicos que luego hay que pagar en forma de recesión y desempleo.
Por ello, no está de más recordar que, si bien lo más valioso son las vidas humanas, la economía también sufre con la guerra.