¿Cómo sabemos si va bien la economía de un país?
Los expertos hablan de recesiones, de signos que anticipan una crisis económica. Los gobiernos defienden su gestión hablando de bonanza económica y de crecimiento. Son muchas las noticias y las informaciones acerca de la marcha de la economía de un país. Pero, ¿cómo podemos saber si la economía va viento en popa?
Para poder acercarnos a la realidad económica de un país y comprender el momento económico que atraviesa, disponemos de una serie de indicadores macroeconómicos. No es que dichos indicadores nos proporcionen la verdad absoluta ni que sean irrebatibles, pero sí pueden ayudar a que nos hagamos una idea de la buena marcha de la economía o del tipo de problemas económicos que padece el país.
Por sí solos son insuficientes, pero si los tomamos en conjunto, dispondremos de una visión más aproximada del conjunto de la economía. Analizándolos e interpretándolos,
podremos saber cómo atajar la inflación, por qué la economía no crece o cuál es la causa de una elevada tasa de desempleo.
Los objetivos macroeconómicos
Por tanto, para poder hacer un buen diagnóstico económico a nivel país, recurriremos a los indicadores macroeconómicos. Y es que, la macroeconomía será nuestra herramienta clave, pues es la parte de la economía que estudia la interacción entre las empresas y las economías domésticas y que también aborda el estudio del papel del sector público en la economía.
Así pues, los economistas consideran fundamentales una serie de objetivos macroeconómicos para conseguir una buena marcha del país. Entre esos objetivos se encuentran un crecimiento fuerte y sostenido de la producción y del consumo, una baja tasa de paro o un nivel de precios estable para evitar la temida inflación.
Otros objetivos no menos desdeñables serán un control del gasto público que evite al país incurrir en déficit, unos intercambios comerciales con el exterior que permitan al país gozar de una balanza de pagos equilibrada y un tipo de cambio estable.
El PIB o Producto Interior Bruto
A la hora de echar un vistazo a los grandes indicadores económicos, el rey, el primero de todos, es el PIB o Producto Interior Bruto. Este indicador macroeconómico muestra el valor de la producción de bienes y servicios de un país en un periodo de tiempo que suele ser de un año. También hay que tener en cuenta que el PIB incluye la riqueza de los ciudadanos de un país dentro y fuera de sus fronteras.
Ahora bien, si dentro de un mismo año, encontramos dos trimestres seguidos con los datos de PIB en negativo, tendremos que hablar de la temida recesión económica. Y es que, una caída del PIB suele significar un descenso de la producción, una disminución del consumo privado y caídas de los niveles de empleo.
Bien es cierto que el PIB es un indicador de gran utilidad, pero también tiene sus limitaciones e incluso puede resultar engañoso. Ya en nuestro artículo, el PIB, un indicador con muchas limitaciones, advertíamos de las carencias de esta magnitud.
Creado durante la Gran Depresión por el economista Simon Kuznets, el PIB mide el valor del conjunto de la producción. Evidentemente, el crecimiento de la producción suele traer consigo prosperidad, crecimiento del empleo y un aumento del consumo.
Sin embargo, el PIB deja ciertos aspectos al azar o abandonados. En este sentido, se valora la cantidad producida, pero no su calidad o el modo en que está distribuida. En otras palabras, deja a un lado la distribución de la riqueza o el grado de prosperidad social. Merece la pena resaltar el caso japonés, cuyo PIB ha permanecido estancado durante muchos años y, a pesar de ello, muestra elevadas cotas de bienestar económico y social.
Los niveles de empleo
Una economía saneada suele llevar aparejada elevados niveles de empleo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, se dan coyunturas en las cuales, los empresarios solo contratarán cuando la marcha de la economía sea muy buena.
Por otra parte, no basta con observar las tasas de desempleo en un momento puntual a lo largo del año. Estamos ante la llamada temporalidad en el empleo. De este modo, con motivo de las campañas de Navidad, los países registran excelentes cifras de empleo, pero, en etapas del año, como después del verano, los datos del paro ya no serán tan brillantes.
No solamente habrá que valorar el grado de ocupación de un país, sino el salario que perciben sus trabajadores. De hecho, a mayor salario, mayor será el poder adquisitivo de la población, lo que estimulará el consumo y la buena marcha de la economía.
Ahora bien, existe un importante debate entre los economistas respecto a los salarios. Todo ello se debe a que hay quienes consideran que los aumentos salariales afectan negativamente al empleo. Así, los aumentos de los salarios pueden traducirse en incrementos de los costes salariales, lo cual puede desanimar a los empresarios a contratar nuevos trabajadores.
En cualquier caso, para valorar los niveles de empleo es recomendable analizar los datos mostrados por la tasa de paro. Gracias a ella, conoceremos el número de desempleados respecto al total de la población activa.
Igualmente, la tasa de actividad, que relaciona la población activa con el total de la población, y la tasa de ocupación, que ponen en relación la población ocupada con la población total, son indicadores muy esclarecedores.
La inflación
¿Cómo sabemos si lo que compramos es caro o barato? ¿Hemos perdido capacidad de compra? ¿Ha subido demasiado el precio del pan? ¿Por qué el recibo de la luz es más caro?
En todas las preguntas anteriormente planteadas entra en juego la inflación. Para valorar la evolución de los precios se toma como indicador a nivel nacional del IPC o Índice de Precios al Consumo. Se trata de un indicador elaborado por el Instituto Nacional de Estadística, en el caso de España.
Para crear un índice representativo de los precios que pagan las familias por los productos que adquieren en su vida cotidiana, se cuenta con la llamada cesta de la compra. Esta cesta de la compra viene a ser un conjunto de productos que se consideran representativos de las economías domésticas.
Tras elaborar la media ponderada de los productos que adquieren las economías domésticas, se obtiene el IPC. La variación porcentual del IPC nos dará la tasa de inflación.
Ya sabemos qué se tiene en cuenta para calcular la inflación, pero, ¿cuándo puede ser peligrosa la inflación para nuestro bolsillo?
Dependiendo del incremento porcentual del IPC, encontraremos distintos tipos de inflación. Consideraremos, por tanto, que una inflación inferior al 10% se cataloga como moderada. De hecho, es habitual que el crecimiento económico conlleve cierta inflación.
Ahora bien, la situación será preocupante si nos encontramos con porcentajes de dos y tres dígitos. Es lo que se conoce como inflación galopante, donde el crecimiento desbocado de los precios engulle rápidamente la capacidad adquisitiva de los ciudadanos.
El peor de todos los escenarios sería la temida hiperinflación, donde el crecimiento de los precios supera el 1000%. Semejantes niveles de inflación traen consigo durísimas crisis económicas. Un claro ejemplo de los efectos de la hiperinflación son la Alemania de entreguerras o la situación que últimamente ha padecido Venezuela.
El incremento de los precios no es el único riesgo. La caída de los precios, conocida como deflación, también entraña diversos peligros para la economía de un país. De hecho, las espirales deflacionistas deprimen la economía, reducen el consumo, los precios, los salarios y provocan incrementos del desempleo.
Deuda pública
Un indicador muy observado a la hora de analizar la salud económica de un país es la deuda pública que mantienen el Estado y sus administraciones. La deuda pública no es otra cosa que el total de la deuda que mantiene una nación en relación con sus acreedores (inversores particulares, empresas y otros Estados).
Conviene señalar que no hay que confundir deuda pública con déficit público. Así, el déficit público es fruto de unos gastos públicos que, a lo largo de un año, son superiores a los ingresos públicos. Por el contrario, la deuda pública representa la acumulación total de deudas del Estado.
Cabe señalar que el endeudamiento de un país se mide en un porcentaje con respecto al PIB. Para financiar esta deuda pública, los países acudirán a los mercados ofreciendo títulos de deuda a un determinado interés para los inversores.
Dependiendo de la capacidad del país para pagar, las agencias de rating calificarán la deuda con mayor o menor calidad, lo que afectará a los intereses que deban cancelar los países por endeudarse en los mercados.
Entonces, cabe plantearse: ¿cuándo un país mantendrá un nivel de deuda pública excesivo?
La Unión Europea establece unos criterios de convergencia para permitir el acceso a nuevos Estados. Para ello, entre otras cosas, se hace hincapié en el saneamiento de las finanzas públicas. En esta línea, se exige que la deuda pública de los nuevos Estados miembros no supere el 60% de su PIB.
No obstante, hay países que logran sobrevivir con niveles de deuda pública muy superiores a los marcados por los criterios de convergencia de la Unión Europea. Es el caso de Japón, que mantiene un endeudamiento público que supera el 250% del PIB. A pesar de tal nivel de deuda pública, Japón muestra altos estándares de prosperidad social y económica y dispone de un amplio margen para seguir endeudándose. Todo ello se debe en buena medida a que son los propios japoneses los principales tenedores de deuda nipona y a que aún disponen de margen para subir los impuestos y continuar pagando la deuda.
A modo de instrumento general para valorar la buena o mala marcha económica de un país, estos son solo algunos de los principales indicadores. También hay muchos otros indicadores que dicen mucho de la salud económica de una nación, como: las exportaciones, el PIB per cápita, el índice de desarrollo humano o el índice de confianza del consumidor.
La cuestión es que dichos indicadores, tomados en conjunto, permitirían obtener una magnífica fotografía sobre la economía de un país. De este modo, se podrán hacer valoraciones y juicios, así como proponer medidas para corregir los posibles desajustes económicos.