En multitud de ocasiones nos hemos preguntado cuál es el futuro de una región tan rica en recursos y tan empobrecida. En este artículo, haremos un análisis de esta cuestión desde los fundamentos del crecimiento económico.
Lo primero que debemos señalar es que las economías englobadas dentro del término “América Latina” (o más exactamente, Hispanoamérica) son en realidad muy diversas. Siguiendo, en muchos casos, caminos completamente diferentes, con más o menos éxito.
De esta manera, vemos que la historia económica argentina no tiene nada que ver, por ejemplo, con la de Chile, a pesar de ser países limítrofes. Lo mismo ocurre si comparamos Colombia con Venezuela, o Nicaragua con Panamá.
Precisamente por este motivo, en este artículo intentaremos ir más allá de un análisis coyuntural de las circunstancias de cada país. La política económica de los distintos gobiernos, aún con grandes similitudes a veces, nunca es idéntica y va cambiando con el tiempo, lo que impide un análisis atemporal.
Algo similar ocurre con cuestiones como la devaluación, los tipos de interés y los mercados de materias primas. Factores que, si bien son decisivos en las economías de la región, influyen de manera muy diferente según la coyuntura del momento.
Por ello, y dado que el objeto del artículo es el futuro de Hispanoamérica, nos centraremos en el aspecto de la economía que mira hacia el futuro: el proceso de crecimiento económico.
¿Cómo se hacen ricos los países?
La acumulación de capital es lo que permite agregar valor al trabajo de las personas, permitiendo que mejoren los salarios de los trabajadores
En las economías capitalistas, la mejora de la calidad de vida de los trabajadores es posible gracias a la acumulación de capital. En pocas palabras, lo podemos resumir así: los negocios dan beneficios, esas ganancias se acumulan con el tiempo y se reinvierten para producir más y mejor, o a un coste más bajo.
La productividad de los trabajadores aumenta y con ella, el empleo y los salarios. Y dado que las empresas producen más barato que antes gracias al nuevo capital, los trabajadores se encuentran con más dinero en el bolsillo y productos más baratos a su disposición. En resumen: su trabajo es más valioso, y gracias a ello viven mejor.
En líneas generales, este es el proceso de crecimiento que tuvo lugar en Europa y Estados Unidos durante las dos primeras revoluciones industriales. Gracias a él, millones de personas salieron de la pobreza y engrosaron las filas de lo que hoy llamamos clase media. La pregunta es si esa receta de éxito sigue siendo válida, y si es así, cómo se puede aplicar en las economías hispanas.
Una receta universal
Para acumular capital, se necesitan un ahorro previo y estabilidad a largo plazo
Con respecto a la primera pregunta, podemos encontrar casos de éxito más recientes que parecen confirmar que este proceso de crecimiento puede seguir siendo válido en el siglo XXI. Estos países han conseguido reducir de forma muy significativa la pobreza, crear empleos de gran valor añadido y elevar el nivel de vida de sus habitantes.
Por citar algunos ejemplos, Corea del Sur y Taiwán son los casos más paradigmáticos en Asia. En Europa, las repúblicas bálticas y en menor medida Irlanda también pueden ser incluidas en este grupo.
Con respecto a la segunda cuestión, es importante tomar como punto de partida el proceso que hemos descrito. Hemos dicho que para que mejore la calidad de vida de los trabajadores, su productividad tiene que aumentar, y que para ello, tiene que haber inversión. A su vez, la inversión necesita dos cosas: ahorro y estabilidad a largo plazo.
La importancia del ahorro
El ahorro es esencial para el crecimiento porque es lo que proporciona recursos para invertir
Si hacemos caso al imaginario popular, parece como si existiera una percepción algo paradójica del ahorro. Por un lado, todos deseamos tener la posibilidad de ahorrar para el futuro. Si nos encontramos con una persona que, pudiendo hacerlo, no ahorra, probablemente la tacharíamos de imprudente. Bajo esta perspectiva, el ahorro es algo positivo, una señal de que somos previsores y miramos hacia el futuro.
Sin embargo, cuando ampliamos el enfoque al resto de la sociedad, el ahorro parece convertirse súbitamente en algo negativo. Cuando hay una crisis, la receta de la mayoría de los gobiernos suele ser gastar más y ahorrar menos. En los meses posteriores a las cuarentenas, incluso se nos animaba a que saliéramos a gastar lo que habíamos ahorrado cuando estábamos encerrados en casa.
Esta era la manera, supuestamente, de reactivar la economía. Ahora bien, ¿cómo puede ser que ahorrar sea bueno si lo hace una persona, pero malo si lo hace toda la sociedad?
La respuesta es que el ahorro a nivel agregado no es malo en absoluto. Al contrario, es esencial para el crecimiento porque es lo que proporciona recursos para invertir. De hecho, los países con tasas más altas de ahorro suelen experimentar procesos bastante sólidos de crecimiento económico.
Cuando un trabajador guarda una parte de su sueldo en el banco, o un empresario decide dejar sin repartir una parte de los beneficios de su empresa, esos recursos se pueden redirigir a inversiones que mejoran la productividad de la economía. Estas inversiones pueden tomar forma de capital físico (máquinas, infraestructura, etc.) o humano (mejorando las habilidades de los trabajadores).
Si el país no genera un excedente suficiente de ahorro, siempre existe la inversión extranjera, como ha ocurrido por ejemplo en los países bálticos. Pero para que lleguen capitales foráneos, igual que para acumular ahorro nacional, es necesario un segundo factor: estabilidad a largo plazo.
Una economía previsible
Detrás de toda inversión es necesaria una cierta estabilidad, tanto económica como regulatoria
El hecho de ser previsible, en una persona, para muchos, es un defecto. En una economía, sin embargo, es una gran virtud, al menos en algunas de sus variables. Veámoslo con un ejemplo.
Si una persona decide ahorrar durante dos años para comprar un coche que cuesta 10.000 unidades monetarias, ya está haciendo una previsión de futuro. Si dentro de dos años se encuentra con que el mismo coche ya no cuesta 10.000, sino 15.000, tendría que hacer un esfuerzo adicional que quizás no se pueda permitir.
Además, puede que la inflación sea muy alta y en dos años esos 10.000 ya no permitan comprar un coche sino como máximo una motocicleta. En esas condiciones, es probable que esa persona desista de ahorrar y prefiera comprar a crédito todos los bienes de consumo duradero.
Por otra parte, la persona que compra un coche lo hace dando por supuesto que podrá utilizarlo en los próximos años en las mismas condiciones. En cambio, si continuamente cambian los impuestos sobre el combustible, o cada año se aprueban nuevas restricciones para circular por la ciudad, es probable que se lo piense dos veces antes de realizar esa inversión.
Por lo tanto, parece evidente que detrás de toda inversión es necesaria una cierta estabilidad, tanto económica como regulatoria.
El efecto crowding out, cuando el Estado absorbe la inversión
En Suecia hay más progresividad fiscal que en Argentina, pero a cambio el 89 % del crédito va para el sector privado
Por último, también es importante señalar que el gasto público también puede frenar la dinámica descrita entre ahorro e inversión.
Todos sabemos que para financiar el gasto público el Estado necesita recaudar impuestos, y que al hacerlo, se reduce la renta disponible de familias y empresas. Por ello, todos los impuestos (especialmente los progresivos) reducen la capacidad de ahorro de la economía.
Es el caso, por ejemplo, de Suecia, un país famoso por su progresividad fiscal. Sin embargo, gracias a que el déficit público es muy reducido, el efecto sobre la inversión privada queda amortiguado. En otras palabras, podemos decir que si bien los suecos no ahorran todo lo que podrían por culpa de los impuestos, casi todo el dinero que sí consiguen ahorrar se convierte en inversión para el sector privado.
En pocas economías hispanas hay impuestos tan progresivos como en Suecia, pero, sin embargo su ahorro no revierte en el sector privado. Una de las razones principales es que algunos Estados viven en un déficit crónico y deben lanzar grandes subastas de deuda pública ofreciendo tipos de interés más altos que los del mercado. Lo que significa que, cuando un trabajador consigue ahorrar algo de dinero en su cuenta, lo más probable es que el banco use ese dinero para comprar deuda pública.
Así, muchas empresas encuentran dificultades para financiar proyectos de inversión, ya que la mayor parte del ahorro nacional se destina a financiar el gasto corriente del Estado. En la gráfica superior podemos poner algunas cifras a este ejemplo. Como podemos observar, en 2022 el Estado se llevaba el 79 % del crédito total en Argentina y el 51 % en Brasil y México, mientras que en Suecia esa cifra apenas llegaba al 11 %.
Este efecto de desplazamiento sobre la inversión privada, también llamado crowding out, es uno de los problemas crónicos de las economías en Hispanoamérica. Un tema quizás olvidado en el debate público, pero fundamental a la hora de entender las dificultades de la región para crecer.
¿Qué podemos esperar en el futuro?
A veces es importante alejarse del debate de las cuestiones del momento y analizar las consecuencias a largo plazo de las propuestas económicas
La intención de este artículo no es hacer predicciones, sino dar a nuestros lectores herramientas para que ellos mismos puedan hacer su propio análisis de la realidad. En este sentido, los puntos mencionados nos proporcionan algunos elementos básicos para observar el panorama que se presenta ante las economías del mundo hispano.
Dejemos de lado por un momento las cuestiones meramente coyunturales. El enfriamiento de los mercados de materias primas y la subida de tipos de interés en Estados Unidos son amenazas potenciales a corto y medio plazo, eso es cierto. Pero no es menos cierto que esa situación puede revertirse en un futuro no muy lejano. Y no olvidemos que los países que hoy son ricos también pasaron por contextos difíciles, pero ello no impidió un proceso sostenido de crecimiento económico.
Pensemos mejor en la dirección de la política económica de nuestra región desde hace décadas y en los efectos sobre las cuestiones de fondo que hemos mencionado. Por ejemplo, si el banco central de un país comienza a emitir billetes de forma indiscriminada, parece evidente que no va a existir la estabilidad de precios que mencionamos anteriormente. Si un cambio de gobierno supone un fuerte aumento de los impuestos, seguramente la estabilidad regulatoria se verá comprometida.
Por ello, ante cada medida debemos preguntarnos, ¿qué impacto puede tener en el crecimiento económico? Ante una medida determinada, ¿permitirá que la gente pueda ahorrar e invertir más, o menos que antes? Si bajo un gobierno tengo más problemas que antes para ahorrar, ¿no podemos suponer que los demás también los tendrán, y que a largo plazo la economía crecerá menos?
Por ello, a veces es importante alejarse del debate de las cuestiones del momento y analizar las consecuencias a largo plazo de lo que se propone. Mientras tanto, desde Economipedia seguiremos dando a nuestros lectores todas las herramientas para que ellos mismos puedan analizar, debatir y sacar sus propias conclusiones.